viernes, 19 de mayo de 2017

Carta a Pedro Martínez Montávez


Publicada 19/05/2017 (Infolibre)

Querido Pedro, no sé si te vas a creer que he leído con emoción tu último libro, En las fronteras del prólogo (CantArabia, 2017). Leer con emoción un volumen de reflexiones eruditas y de planteamientos intelectuales, que no pertenece además a la disciplina propia, es un fenómeno extraño. Pero, bien lo sabes, hay tipos de extrañeza que provocan cercanía. Va con el oficio del poeta y del humanista. De pronto he sentido la coherencia íntima de una idea: reunir los prólogos que has escrito a lo largo de tu vida profesional. El resultado es el testimonio de una vocación, el compromiso profesional y humano a la hora de difundir la cultura árabe en España.

Porque en este libro se juntan el rigor del estudioso con la pasión del humanista que se esfuerza en borrar prejuicios y combatir la ignorancia interesada sobre una parte de la cultura que tiene mucho que ver con nuestra historia y con el conocimiento de nuestro presente. Aquí no sólo está el intelectual, está también el maestro, el maestro de maestros, alguien que deja huellas de su experiencia propia cuando mira por otros ojos y habla de los demás.
 
Hace muchos años cayó en mis manos tu Poesía árabe contemporánea (1958). Desde entonces he acudido por diversas razones a libros tuyos como Introducción a la literatura árabe moderna (1985), Literatura árabe de hoy (1990), Al-Andalus, España, en la literatura árabe contemporánea (1992) o Significado y símbolo de Al-Ándalus (2011). Con tu ayuda he comprendido mejor la poesía de autores como Adonis, Abdel Wahhhab al-Bayati, Nizar Quabbani y Mahmud Darwish. Pese a todas las exageraciones entusiastas que tú mismo señalas, hay bastante verdad en la famosa frase de Quabbani: “Entre los europeos, todos los caminos conducen a Roma. Entre los árabes, todos los caminos conducen a la poesía”. Déjame que arrime el ascua a nuestra sardina.

Pero, como te digo, en esta reunión de prólogos emociona el empeño vocacional de ir durante muchos años contra un desconocimiento generalizado que con frecuencia se convierte en caricatura. En la época de la comunicación, la ignorancia completa deja de ser un refugio cómodo. Siempre hay datos, noticias, rumores, ruidos de un mundo globalizado. Por eso se pasa del mutismo a la caricatura, de lo olvidado a lo grotesco, y se sustituye la simple realidad borrada por un dibujo reduccionista y despreciador. El mundo árabe ha soportado entre nosotros la condena a esos rincones de la desatención, el desprecio y la farsa. Un siglo XX circular desembocó en el siglo XXI sin superar las dinámicas del colonialismo. La crisis en la identidad árabe, la crisis en el mundo occidental, las nuevas formas de colonialismo y de disidencia han situado de nuevo al “moro” en el centro de muchos debates. Y la caricatura ha sido el mejor recurso del pensamiento reaccionario. Frente a los prejuicios, las manipulaciones y la ignorancia, cobra sentido la voluntad de tu vocación cumplida.

Eso es lo que he visto en esta reunión de prólogos. El maestro presenta a sus colegas y con su propia experiencia acentúa el sentido del saber, el empeño educativo que une el rigor y el deseo de comunicación. Palabras como firmeza y conocimiento se unen con frecuencia a palabras como ponderación y equidad. Y como no has querido limitarte en la labor de prologuista a resumir las ideas de los autores de los libros, has ido dejando en estas páginas regaladas muchas huellas de tu experiencia y una valoración sucesivas de las diversas situaciones del arabismo en España a través de sus crisis y sus posibles renacimientos.

Al hablar del trabajo de tus discípulos, personas como Rosa-Isabel Martínez Lillo, tu hija, autora del hermoso prólogo de este libro de prólogos, o como Carmen Ruiz Bravo-Villasante, Maribel Lázaro e Ignacio Gutiérrez de Terán, confiesas sentimientos que tienen que ver con el diálogo y la articulación generacional: “Una de las mayores satisfacciones que propicia la labor universitaria es el hecho de poder contribuir a la formación académica y profesional de personas que vienen después de nosotros”. El sentimiento de orgullo al saberse heredero de buenos maestros queda incompleto si el legado no puede dejarse en manos de los más jóvenes. Esa dinámica tiene mucho que ver con lo mejor de nuestro oficio.

Me gusta repetir que no es lo mismo tener un puesto de trabajo que un oficio. El derecho al trabajo se relaciona con la necesidad de un salario, el dinero que hace falta para llegar a fin de mes y pagar nuestras facturas. En los tiempos que corren, ya es una suerte encontrar trabajo. Pero el verdadero lujo es encontrar un oficio, un ámbito en el que realizarse como persona para convertir nuestra tarea en el primer ámbito de compromiso con la sociedad. Así cobra sentido la palabra vocación.

Y así se mezclan las horas de estudio con las horas de vida. Otra de las frases que me parecen más significativas de En las fronteras del prólogo tiene que ver con los sedimentos de una labor que ha salido de forma natural de los despachos para pasear por las calles: “Lo  confieso: me gustan las ciudades, y creo que es ésta una forma de amor casi-perfecto”. La memoria de Sevilla, El Cairo, México o Madrid late en cada una de tus palabras y en la manera que tienes de acercarte a los debates sobre el nuevo ensayismo árabe, a las tensiones del Islam o a la creación contemporánea. Detrás de las palabras está la gente, la vida cotidiana, los trabajos y los días, el juego de los niños, los detalles particulares del amor y el desamor, las ilusiones colectivas. Las palabras no son nada en ningún idioma sin la rozadura de la gente y de las comunidades. Ahí permanece el inevitable olor a humanidad de los sustantivos, los adjetivos y los verbos. Es la sintaxis de la historia, el prólogo de cualquier pronunciación.

Por eso fuiste uno de los maestros que protagonizó el esfuerzo democrático de la Universidad española en tiempos de silencio. Y por eso no es extraño que sientas como tuya la tragedia palestina. Tampoco es extraño que tus lectores, más allá de la ponderación y la equidad exigida por el conocimiento, abramos la puerta a la emoción cuando citas, por ejemplo, estas palabras de Mahmud Darwish, publicadas un 15 de mayo, día de la renovación de la fe en la paz y en Palestina: “A pesar del éxito del proyecto sionista en el año 1948, al ocupar la tierra y ahuyentar a la mayoría del pueblo palestino, por la fuerza de las armas y cometiendo grandes y pequeñas matanzas, cambiando los rasgos naturales y demográficos de la tierra, destruyendo 417 aldeas para demostrar que nosotros no habíamos estado nunca aquí, ni habíamos existido, que no tenemos presente, pasado, ni memoria… A pesar de ello, la verdad palestina sigue viva en la búsqueda por los árabes de su identidad y de su existencia en la historia. Sigue viva en el empeño de los pueblos subyugados en liberarse. Y esto es así gracias a nuestra firmeza corporal y cultural, a la conservación de nuestra memoria colectiva y a nuestra dimensión árabe y humana”.

Sólo es decisivo el conocimiento que nos interpela y fija nuestros vínculos. El itinerario de tu larga vocación vivida se encarna bien en la imagen del viejo profesor que a los 84 años busca todos los días varios periódicos árabes para estar informado y conocer desde dentro unos puntos de vista que suelen ocultarse o perderse en la visión de las agencias occidentales. Alguna vez me has comentado que la gente se llevaría una sorpresa si supiese que los periódicos árabes hablan de fútbol igual que la prensa española, que las noticias de allí siguen los resultados del Madrid y el Barcelona. Hay, claro está, otras informaciones, pero la anécdota sirve para romper la caricatura de un mundo  que –en sus defectos y en sus virtudes— está más cerca de nosotros de lo que se tiende a pensar por obra y culpa de las manipulaciones o los prejuicios.

Querido Pedro, este libro de prólogos te define como lo que eres: un maestro de filólogos e historiadores, un humanista que ha hecho de su trabajo un modo de enfrentarse a cualquier tipo de barbarie humana a través de las razones del corazón y de los sentimientos de la razón.

Con esta carta te envío una vez más mi admiración y mi abrazo.

*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016). 

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Me ha emocionado esta carta. En primero y segundo de Comunes, en la antigua carrera de Filosofía y Letras, y en la Universidad Complutense, asistí como oyente a las clases del arabista Pedro Martínez Montávez, -a pesar de que yo había elegido griego y no la opción del árabe, que era optativa-. 
Era un lujo asistir aunque fuese por libre y sin exámenes, a aquellas clases magistrales de un enamorado del alma y de la preciosa lengua árabe, herramienta y sustancia de tantos poetas, filósofos, místicos y sabios. Montávez nos contagió y  nos hizo conocer y leer a Rumi, Omar Kayam, Ibn Arabi, Saadi y tantas maravillas. Encantada por aquellos descubrimientos, acabé por enredarme irremediablemente en esa mina de oro del conocimiento que es la cultura árabe, desde  las sutiles ocurrencias de Mulla Nasrudin, a la inteligente medicina de Abdul-Bali, Salik, de quien todavía recuerdo una cita que me ha servido de guía desde entonces: "Cuando el león está enfermo come cierta planta y se cura a sí mismo. Hace esto porque la planta está relacionada con la esencia de esa enfermedad. La enfermedad conoce el remedio. Deja libre ese conocimiento y sabrás mejor que el médico como curarte, ya que él solo puede recordar hechos y casos que se parecen entre sí. Hay una gran diferencia entre las suposiciones esperanzadas y el conocimiento positivo". 
Sin la ayuda de Martínez Montávez, como de tantos seres extraordinarios, quizás nunca habría descubierto piezas fundamentales en el puzle de mi vida.

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