martes, 30 de mayo de 2017

España o la misión incompatible entre laicismo,devociones y medallas


La vena católico-franquista se acopla fatal a la realidad demócrata del laicismo. Es un hecho insultante para la inteligencia y para la convivencia que no podemos envolver en paños calientes:nos faltan bastantes hervores para ser de verdad un estado de derecho y una democracia normal. Es lamentable, pero es la realidad. Una realidad penosa y triste, cansina y desagradable para asumirla cada día como si sólo fuese posible vivir así, enfangados y montando pollos por verdaderas tontunas que el dogmatismo, el fetichismo y la cabezonería se empeñan en elevar a la categoría de problema estatal. 

No sólo da la nota la parte confesionalista del tinglado, tampoco la otra orilla del cilicio social se queda corta en truculencia y zafiedad. Aun no se llega a entender que las pendencias en cadena, las burlas y los despotriques constantes son como la diarrea y los vómitos, que alivian los empachos momentáneamente pero deshidratan el organismo, enferman y desnutren a quienes los sufre y además huelen que apesta y dejan un pésimo sabor. Una cosa es denunciar lo que no es justo y otra despotricar, tramar enredos, ser opacos y convertirse en un obstáculo constante para que los acuerdo se produzcan si no son favorables a la parcialidad de un bando o de otro.

Si absurdo es para unos ponerle medallas y bandas a un icono completamente ajeno a la vida real y normal de la ciudadanía si no es porque un sector de ella lo saca a pasear de cuando en cuando, invadiendo los espacios públicos y marcando los tiempos celebrativos para creyentes ateos y medio pensionistas, le enciende velas y se cree que el icono escucha y responde a las rogativas, igualmente lo es indignarse por ello y legislar en contra de la mitad de la población en vez de convocar el encuentro y crear juntos un espacio de entendimiento entre el absurdo, el surrealismo y la racionalidad de la lógica más elemental. Cuando se trata de creencias o no creencias, la guerra está perdida de antemano aunque a veces se ganen batallas en uno y otro bando. Son batallas inútiles, porque los problemas nunca los soluciona el enfrentamiento en el que un sector se sale con la suya a costa de chafar al otro, sobre todo en temas tan delicados como los que atañen a las fijaciones emotivas y simbólicas, que arruinan la convivencia si no se aprenden a gestionar con sentido de igualdad, escucha y respeto mutuo, que es el único modo de solventar ese tipo de desajuste constante en este infortunado rincón de Europa.

 La falta de educación para la ciudadanía, a demás de una asignatura pendiente, de vida breve y poca sustancia, es una deficiencia dramática para esta España que no sabe como se sale de la barbarie que se ha encontrado al nacer, que la ha educado en la deseducación de los tópicos, de las rutinas sociales convertidas en tabúes y dogmas intocables y domesticada por las costumbres y los impulsos emocionales del atavismo, pero tradicional y "de orden" hasta el disparate. Y es paradójico que tanto el uso del tópico del disparate heredado como la reivindicación progresista de la  laicidad terminen aterrizando en las mismas arenas movedizas y empantanadas de la ausencia de respeto mutuo, inquina enconada, con la consecuencia natural de la perenne irresolución de los conflictos. 

Aun parece que perviven restos demasiado activos de aquello que Antonio Machado definía en su versos como "una España que muere y otra España que bosteza". En cualquier caso ahí tenemos a día de hoy a los ayuntamientos y municipios aun divididos y cabreados, como en Cádiz, con el numerito de la medalla a la Virgen del Rosario. O los ministros como Fernández Díaz y Cospedal enmedallando a diestro y siniestro, no tanto por fe como por hacer parroquia y caja prosélita en el cajón de sastre de miedos, tradiciones obtusas y deformación histórica de la memoria social (a la vista está la volátil fragilidad de su credo, formando parte de la bolsa de corrupción más injusta y obscena sin inmutarse lo más mínimo y perfectamente compatible con su concepto de la religión católica). La España más avanzada y progresista tiene por delante un reto nada fácil, pero no imposible. 

¿Qué se puede hacer? Si se cede sin más, el estado laico y aconfesional nunca será posible, porque nunca será fruto de la violencia sino de la comprensión mutua inexistente y muy poco deseada, porque se asimila con la debilidad perdedora. Si no se busca el consenso nunca avanzaremos porque no es el bien común lo que se persigue sino la imposición de un concepto parcial y determinado del bien común sobre otro que no vale lo mismo si no se le reconoce como ganador del combate, que está orientado solo a la prevalencia de un bien propio y parcial, porque todos lo quieren poseer todo. Como niños de guardería. Y ya no es cosa de la democracia, a la vista está que un alcalde demócrata en desacuerdo con una mayoría atávica tiene que ceder o dimitir ante un pulso como el de Cádiz. Y ambas  decisiones pueden ser igualmente válidas, útiles y buenas para el bien de todos si se saben hacer con acierto.

Ante ese dilema un alcalde responsable debe valorar si su gestión es la adecuada para resolver el tema, si su conciencia no se violenta comulgando con ruedas de molino al consentir esa imposición sobre sus principios laicistas y aconfesionales, o si compensa tragarse el sapo a cambio del bien que se puede conseguir para la convivencia pacífica. Quizás habrá que dimitir o tal vez habrá que desarrollar un debate intenso en el Ayuntamiento en varias sesiones de plenos municipales participativos, primero en las juntas de distrito y luego en el Municipio, donde la ciudadanía pueda hablarse, escucharse y decidir, con unos moderadores adecuados, abrir diálogo y debate hasta lograr un consenso que permita la libertad y la igualdad de la fraternidad. 

Un estado laico no se puede imponer a la fuerza si la mayoría no lo aprueba. Un estado confesional tampoco se puede imponer porque es un atropello violentar creencias y prácticas religiosas por parte de un sector social por muy mayoritario que sea. No se puede violar la conciencia de nadie ni siquiera para "salvar" el alma de quien está convencido de que no quiere que le salven de ese modo. Algo completamente legítimo, que si dios respeta, -de momento nadie le ha visto jamás castigar ni juzgar a nadie que no se castigue y se condene a sí mismo a ser un mal bicho-, no deberían juzgar ni condenar las iglesias emperradas en ser las representantes de dios en la tierra. No es creíble ni por el forro que alguien tan sano, libre y sabio como Jesús de Nazaret, tan buen conocedor de la condición humana y tan clarividente, dejase un legado en el que fundaba una iglesia de semejante condición, santa y pecadora, qué oxímoron tan chungo encargar a pecadores de juzgar a los demás, disfrazados de santos para la ocasión, ¿no?; iglesia, término griego que seguramente Jesús desconocía, regida por un peculiar 'sucesor' suyo con poderes políticos, organizativos e imperiales nada menos que para atar y desatar en cielo y tierra, sobre todo habiendo sido perseguido y liquidado por un imperio y diciendo a las castas sacerdotales contemporáneas del mal que se mueren en cada civilización, que en ése, como en tantos aspectos,  siempre es la misma.
No tiene más pies ni cabeza tal despropósito, si no es porque se ha manipulado y dado la vuelta a la verdad histórica que delata sin reparos la persecución, condena y muerte del imaginario y reinventado "fundador" del tinglado político-religioso actual, tan lejos del Jesús aquel como la noche del día.

Tampoco democráticamente, se puede mantener una religión costeada por el estado que no tiene la obligación de ser religioso porque hace ochenta años lo impusiese una dictadura genocida como el franquismo;  los impuestos son laicos y proceden de todos los habitantes del territorio estatal, de to-dos, musulmanes, protestantes, mormones, budistas, animistas, taoístas y ateos, o sea un estado no tiene credo así que es injustísimo y un verdadero atropello que una iglesia, por muy arraigada que esté en el imaginario popular, viva de los impuestos públicos y se paguen los sueldos del clero con ellos. Los curas y monjas no son funcionarios por su religión, porque la religión no es un negocio ni un oficio, sino una vocación espiritual voluntaria que implica un determinado modo de vida que debe ser asumido como autónomo en cuanto al oficio y profesión. ¿Se imaginan unas oposiciones estatales a párrocos, a sacristanes o a obispos o a cardenales o a madres superioras para educación, sanidad, juzgados, fiscalías o magistraturas o de asistencia a la tercera edad o instituciones penitenciarias? 
Y si no existen oposiciones a esos rangos ¿con qué criterio profesional se les permite trabajar en el sector social, quién los selecciona, los priores, los canónigos o las maestras de novicias? ¿será por enchufe tal vez, a ojo de buen cubero quizás o por sorteo? ¿Cómo si no hubiera sido posible el tráfico de niños recién nacidos a cargo de monjas trabajando en la sanidad o de los miles de votos para el pp manipulados por monjas y capellanes de residencias de ancianos, que votan por correo y están sostenidas y ayudadas con dinero público? 

El clero es cosa de una fe y de una moral derivada de esa fe, no de un estamento político y social ni una forma de vivir de esa caridad bien entendida que empieza por uno mismo, que es en lo que se ha convertido. Otra cosa sería que maestras, médicos, geriatras, abogados, etc, en su vida privada fuesen además sacerdotes y monjas realizando servicios de atención espiritual en sus comunidades de fe o también si sus comunidades así lo deciden, sostenidos por ellas. Quienes quieran tener una religión, tienen todo el derecho del mundo, mientras responsablemente corran con los gastos y mantengan a sus ministros y servidores sin obligar al resto de la población a pagar a escote su vena religiosa, como pasa en EEUU, por ejemplo, donde las iglesias las mantienen sus fieles seguidores. En realidad estar viviendo del servicio religioso, en el cristianismo real es un pecado de simonía, que consta en Los Hechos de los Apóstoles, cuando un mago llamado Simón,propone a los primeros cristianos comprarles la fórmula de los milagros que  se producían en su entorno cuando oraban, una grave falta que consiste en cobrar y sacar dinero del uso mercantil de los sacramentos y de las enseñanzas recibidas de Jesús el carpintero de Nazaret que ni en su peor pesadilla hubiese imaginado el evangelio de los pobres y bienaventurados manipulado y prostituido de modo semejante. 

En el caso de las medallas y cultos municipales a las Vírgenes, o los belenes en los ayuntamientos o las misas en los actos civiles o las procesiones habrá que entenderse y pactar lo justo e igualitario. Lo primero será distinguir entre cultura, costumbre y religión. Porque siglos enteros mezclando churras con merinas y obedeciendo a inquisidores, a reyes proclives a ellos, comprando y vendiendo arte y artistas, pensadores y escritores, nos han llevado al desastre y  a  la normalización del abuso caciquil por un lado y a la costumbre del sometimiento habitual que jamás pone las órdenes 'sagradas' y leyendas devotas en tela de juicio ya que tal  cosa se considera pecado de desobediencia y herejía, por otro, y consiguiendo de ese modo formar parte del tejido psicoemocional del inconsciente colectivo que condiciona la irracionalidad de los comportamientos, de los miedos y violencias sin fundamento razonable. Una cárcel para las conciencias y hasta para el libre albedrío y la libertad de los mismos cristianos, como ya dejó bastante claro el mismo fustigado y perseguido Martín Lutero que ahora el papa Bergoglio dice comprender y disculpar. En fin.

Con tal cacao el estado de Derecho peta por sí mismo aplastado por la básica y maravillosa desigualdad jerárquica de una casta sacerdotal reforzada por una casta política y económica a juego que se retroalimentan divinamente, como es lógico, entre tanto divinismo, para lavar la cara a todo y a todos. Este pantano-sumidero no va a cambiar en cuatro días, llevará tiempo, paciencia y mucha comprensión sobre todo por parte de los más evolucionados y más éticos. 

En el caso de Kichi, el alcalde de Cádiz y su ayuntamiento, no tengo ni idea de como lo estarán gestionando en el día a día, pero está claro que algo no va bien si se llega a estos conflictos; tal vez no estaría demás trabajar constantemente en dos aspectos: por un lado la tolerancia y la conciliación, y no esperar a que se produzcan los hechos, sino día a día, gesto a gesto y paso a paso ir cambiando las rigideces sin violentar a los más beligerantes y cerriles y hacer comprender a los más impacientes y hartos de aguantar, que los cambios de verdad llevan tiempo y constancia, que son demasiados años de tinieblas y la luz  les hace más daño que bien si no se tamiza al principio hasta acostumbrarse a ella, y por otro lado la reeducación y los acuerdos mutuos, con unas normas decididas y votadas por todos y no solo por los concejales, que permitan fluir sin arrastrar a nadie contra su dignidad y sus ideas. Una democracia no debe entrar en conflicto con la igualdad y la libertad sino basarse en ellas para alcanzar la fraternidad. Y eso requiere ver de lejos con la misma precisión que de cerca. 

Las manifestaciones religiosas son un derecho de la ciudadanía, lo mismo que las manifestaciones de protesta o de celebración o deportivas o de fiestas de barrio o de verbenas en la calle, ferias y fallas, y por eso mismo ese legítimo derecho respetabilísimo implica deberes y compromisos cívicos, como lo son no molestar, no dejar todo sucio tras el evento, no invadir, no impedir el descanso nocturno, pensar con humanidad y delicadeza en los enfermos o en los que no comparten esa alegría festiva por cualquier motivo, sin imponer a los demás su fiesta 'obligatoria' de toda la vida,  comunicar previamente y avisar dónde y cómo la van a celebrar y aceptar las condiciones que ponga el gobierno municipal, en cuanto al espacio disponible, a los horarios  y a la responsabilidad civil de los propios actos, como a la financiación de los mismos, que nunca serán cosa del ayuntamiento sino de los implicados en los actos religiosos o no. ¿Que desean una medalla para sus santos patronos? Pues que se la compren y se la impongan ellos mismos, los católicos. Nadie se lo va a prohibir, incluso si el mismo alcalde es católico practicante, podrá acudir sin más al festejo y si quiere colocarle la medalla él mismo que se la coloque, pero no como alcalde ni en nombre del Ayuntamiento ni en la Casa Consistorial que es laica y aconfesional porque es de todos y no todos son católicos, sino que se organice en el local que tengan preparado ad hoc los devotos o en su iglesia. 

Pueden objetar los piadosos de siempre, por ejemplo, que por qué a los futbolistas y a los equipos los condecoran en los Ayuntamientos o  con la Copa del Rey y a su virgen y santos no, está claro: porque el deporte es una afición laica que es de todos, para todos los credos sin excusiones, en la que puede participar cualquiera sin tener que aceptar una forma de vida determinada, unos rituales específicos, tan exclusivos como excluyentes si no se acepta  un código religioso previo que premia o condena y marca con sus ritos presididos por el clero, todo lo importante de la vida, - flipemos: ¡hasta el matrimonio y la sexualidad de los devotos siendo el clero, teóricamente célibe y llamando 'pecado' al fundamento del matrimonio, que es la relación de pareja en todo!,- y así la iglesia decide por cada uno y sin preguntar al interesado,¿para qué, si ya todos saben quién parte el bacalao?;  la creencia en el bautismo, comunión y confirmación de niños y adolescentes adiestrados unidireccionalmente y sin posibilidad alguna de objetar por la edad en su inocencia natural; la extrema unción con que hasta el último suspiro la red del pastor mantiene sujeto al cordero hasta la tumba y el último responso, y para remate el sacramento del matrimonio ya citado como botón de muestra y coherencia, (con su orden sacerdotal allá se las compongan con lo que eligen como profesión ungida, que a esa edad ya pueden decidir por libre dentro de lo que cabe en tal ambiente, claro); un club de dogmas qué  no permite la muerte digna, ni el divorcio o que condena el aborto y la homosexualidad mientras bendice la corrupción, el tráfico de niños, los abusos sexuales y la pederastia, participa en las guerras como brazo castrense del montaje militar, calla ante los delitos de los poderosos que oprimen a los pueblos, los arruinan o directamente como han hecho tantos dictadores devotísimos hasta de comunión diaria, mientras a la religión la subvencionan, en el confesionario se sigue asegurando que los malos tratos de un marido, de un padre o de un estado torturador pero muy buen cliente, hay que aceptarlos como una cruz redentora y no dar escándalo por nada del mundo señalando a los energúmenos que hacen feísimo en el elenco de súbditos impecables, y sobre todo por la razón más convincente de todas: a los fans  deportivos no se les bautiza como tales para hacerles de por vida hinchas y socios del Real Madrid o del Barça y uno puede cambiar de equipo cuando lo considere oportuno sin convertirse en apóstata ni tener que ir al infierno por ello.
Sí, la religión no debería ser una cultura, ni una política, ni un negocio ni una multinacional de la salvación eterna, ni un carnaval folcklórico sadomasoquista entre crucifixiones, dolorosas y santos sepulcros que a la vuelta de la esquina derivan en cogorzas y peleas de taberna, en despellejar en twitter al projimo si piensa distinto de uno, o en hipócrita exhibición de gerifaltes manipuladores; la religión es un hecho que debería ser espiritual en acción y de vida en consonancia con ello, no impuesto desde el nacimiento como el yugo a los bueyes, sino fruto de una elección libre y madura. Independiente y coherente. Muy lejos de la superficialidad de la farándula y del exhibicionismo, del proselitismo y el espectáculo, de la horterada estructural y el autobombo.  Y sobre todo porque si existe Dios no puede ser limitado por propiedad privada de ningún club insignificante en su ridiculez por muy importante que se imagine, con hijos preferidos y réprobos si no les va la marcha, con gerifaltes elegidos a la imagen y semejanza de una mentira como mil templos.
Si dios existe no puede ser así, porque no sería dios sino un híbrido aberrante entre Rouco y Donald Trump, sería horrible una eternidad en semejantes manos. Y si no existiese ¿para qué tanto emperre en ponerle medallas a las fotocopias de un invento tan desafortunado, a imagen y semejanza de las alucinaciones más absurdas de la vanidad pre-humana?

Nitzsche lo intuyó: ese dios de medio pelo y deforme, girando en la noria de enrevesadísimas teologías disparatadas para explicar la sencillez magnífica del primer evangelio, el de Jesús en directo, que no quiso escribirlo porque sabía de sobra que ya viene impreso de origen en el corazón y en el alma de humanidad y que solo se puede leer, comprender y vivir en la conciencia colectiva cuando consigue unificarse en el bien común; ese invento rimbombante y hueco está más que muerto, es más, sólo ha existido en las mentes guiadas por  los interesados en sus beneficios cuenta cuentos. Pero si existe, como parecen experimentar místicos sabios y currantes de todos los tiempos y culturas, a pie de obra y de vida, sin trompetas ni tambores y desde que el mundo es mundo, no tiene nada que ver con semejantes enredos, brutalidades paranoicas y efectos especiales sin más fundamento que manipular a saco todo lo que pillan, desde la mente al dinero y el poder; eso sí, con las mejores intenciones, off course! Faltaría más.

Para poder ayudar al cambio interactivo de todos es imprescindible que los más evolucionados demuestren una humildad de tal grandeza ética y humana, que los menos despiertos se vean comprendidos y respetados como hermanos distintos, pero de la misma familia universal, y entonces les agrade y les atraiga cambiar y acercarse  a quienes sin juzgarles y sin vivir como ellos a la fuerza, les tienden la mano, les ayudan a crecer y a despertar sin compartir lo peor de sus hábitos sino mejorando lo presente, se estimulan  a su lado, con sus conductas y acciones para ser mejores, más felices y más libres. Sólo así se asentarán nuevos paradigmas hacia los que cambiar y se crearán las referencias sanas e imprescindibles que nunca hemos tenido como forma de convivir, o bien porque se han mostrado como imposiciones o como inalcanzables "cosas de santos" o propias de las castas de "ayudadores" interesados desde 'arriba' de la pirámide y no desde el codo con codo, desde el Yosotros y su fraternidad natural, que salva y cura sin montar quioscos ni paraetas.

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