Hubo una vez un país remoto. Muy remoto. Tanto que casi no parecía un país, por lo deforme y estrafalario de su raro perfil cartográfico y social. Pero el rasgo más definido que lo distinguía del resto era una extraña condición que le hacía diferente a los demás, aunque por desgracia no era una condición favorable ni grata: era gafe. Y eso que sus habitantes no sólo no carecían de ingenio, sino que destacaban incluso por su chispa y sus ocurrencias e inventos, que paradójicamente no contribuían a engrandecerlo, sino que por el contrario, daba la sensación de que cada novedad, invento o recurso innovador, se convirtiese inmediatamente en una losa que les caía encima o en un pozo negro con bulimia, en el que en poco tiempo todo se hundía hasta desaparecer en la nada, aunque dejando en el aire ecos, olores y sabores de muy poco agradecer. Olía mal. Y a pesar de presumir de una gastronomía exquisita, la gente no parecía disfrutar de las maravillas culinarias, al contrario, una especie de disgusto y refunfuñe constante se apoderaba del ambiente sin que nadie hiciese nada por evitarlo.
Si llovía, malo, la lluvia era horrible para todos. Si hacía buen tiempo el sol era un castigo. Si estaba nublado hacía un día tonto y cansino. Si había vacaciones todos salían como locos en caravanas, cocidos y gratinados en CO2 y en filas interminables por los secarrales entre las carreteras peladas, ex-bosques y montes desnudos, impúdicamente calvos, que no repoblaba ni dios, naturalezas muertas donde la vida había sido extirpada y sustituida por el cemento y montones de bloques de viviendas vacías y sin estrenar, y que eran supuestamente mucho más rentable para los pelotazos, con el resultado de paisajes devastados y devastadores. Si había trabajo era una pesadez de la que era mejor librarse cuanto antes, y si no lo había un aburrimiento y una injusticia. Votaban siempre presagiando lo peor, y en efecto, acertaban, tanto, si el gobierno en principio era 'bueno' como si no, los resultados acababan por ser los mismos: los 'malos' en origen empeoraban y los 'buenos' se agotaban y acababan haciendo igual que los malos como si nunca hubiesen sido buenos. Con ese panorama la gente cada vez tenía más motivos y razones para llegar a la conclusión de que todos los gobiernos eran iguales y que la mentira era ya un principio de legalidad para poder ser un político comme il faut. Poco a poco todos fueron desterrando el amor a la tierra, a la decencia, al prójimo, al trabajo bien hecho, a la belleza y los estados felices de ánimo, que acabaron reducidos a la cerveza, al humo del tabaco, a olvidarse de todo ante las pantallas o el fútbol, a los piques y apuestas, al chismorreo y a despotricar y/o contar chistes cada vez más estúpidos, que competían por ser el peor y el más garrulo.
Así transcurrieron muchísimos años. Ya se había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaban en aquel plan. Los investigadores de la Historia y de la Literatura, se encontraron datos muy antiguos sobre aquella modalidad antropológica, aquel acontecer y discurrir en anodino cabreado, sin fuste pero juerguista, con buenas ideas y pésimos resultados ya desde la antigüedad. El caso era que si se emigraba a cualquier lugar del extranjero, les cambiaba la suerte y el carácter. Pero no había forma de encontrar el por qué, las causas concretas de aquella especie de maldición faraónica, sobre todo porque en aquel territorio no había noticia de que alguna vez se hubieran hecho expediciones arqueológicas para descubrir pirámides y esas cosas. O sea, que el ectoplasma de los Amenophis o de los Tutankamones no podía tener nada chungo que reprocharles; aquel país siempre había preferido desvalijar a los vivos antes que a los fiambres, les parecía mucho mejor y más práctico mandarles al otro barrio ligeros de equipaje y ya desplumados para facilitar el tránsito interdimensional; en cuanto al interés por los descubrimientos su curiosidad se centraba en el cuánto gano y me llevo, mucho más que en el cuando fue y en el como pasó. Ya tenían incluso una máxima que los definía perfectamente: el muerto al hoyo y el vivo al chollo. Las máximas y refranes eran su verdadera riqueza cognitiva, la masa madre de todas sus empanada mentales.
El caso es que tras siglos de no caer en la cuenta, nuevas generaciones de intelectuales ya mucho más viajados y con datos comparativos considerables, comenzaron a sospechar que tal vez la causa del despropósito ya convertido en carácter, personalidad y destino histórico, social y económico, radicase precisamente en algún vicio nacional tan extendido y asumido que ya ni se distinguía como tal, sino que andaba integrado naturalmente como forma de vida, de pensamiento, de hábito y de lenguaje, que a base de multiplicarse urbi et orbe, había calado en todos y así se repetía inconscientemente ad infinitum hasta dar forma a una cultura devastadora y deprimente, que a su vez no permitía levantar cabeza y daba espectaculares cosechas de frutos sabrosísimos en su exótico sabor amargo, entre ellos especies como el malage, la malasombra y el desaliento absoluto. Era todo un proceso que empezaba por no saber nada de sí mismos y repetir desde chicos lo que se aprende sin pensar en el por qué ni en el para qué, sino en el 'cuántas cosas que molen y me permitan vivir del cuento a cuerpo de rey sacaré de esto, consiguiendo lo máximo con el mínimo esfuerzo, y solo a base de la meritocracia de contactos e intermediaciones de alto standing'.
Tras largos años de estudios científicos, de encuestas, de sesudas reflexiones e hipótesis de todo tipo, llegó a descubrirse que la perdición de aquel país estaba causada, fundamentalmente, por la imaginación colectiva y la narración de lo imaginado mal canalizadas, peor gestionadas e inmediatamente convertidas y vertidas en vox populi. Y todo consistía simplemente en emplear el ingenio narrador contra sí mismos para dar forma a verdaderas pinturas negras goyescas en modo relato y conversación, chascarrillo, teatro, novela, canción popular o película. La monomanía conspiratoria era el eje y la piedra angular de la construcción más tóxica del mundo mundial, por eso 'normalmente' todo acababa fatal aunque empezase la mar de bien. De ahí derivaba otro dicho popular super revelador: arrancada de caballo y parada de burro, porque, en efecto, al poco de haberse iniciado la carrera de un caballo social gafado por sí mismo se produce un bajón conceptual, cualitativo, debido al pensamiento negativo que produce, y como consecuencia inmediata, llega el parón del burro político, que hace caer en picado y mutar en un plisplás a la especie equina en especie asnal. Y ya se lía parda. Al menos ese fue el teorema empírico extraído de la misma realidad, según el comité de sabios nominados para la investigación, en aquel país, que dio un giro importante al descubrir el origen de aquello que llevaban más de un siglo calificando de "el gafe".
Vivir durante generaciones con el miedo en el cuerpo y sin tener referentes de que ninguna generación del propio país hubiese sido capaz de quitarse el miedo de encima y de dentro, era el puente de plata para huir al estado conspiranoico y convertirlo en costumbre y hasta en fruto del ingenio. La prueba más clara la daba la prensa aborigen cuando se producía alguna novedad inesperada y con buena pinta, que de entrada provocaba reflexiones y comentarios de lo más estrambótico, pero con mucho peso en el inconsciente colectivo. Automáticamente la prensa comenzaba a emitir los peores augurios junto al relato de los hechos. "Ya veremos como acaba esto que de momento dicen que parece bueno, porque no está claro que pueda salir bien, ya desde el principio se sabe y se rumorea que hay muchos obstáculos, no se sabe muy bien cuáles son, pero se dice que estas buenas noticias no son lo que parecen, que tampoco es oro todo lo que reluce, ni nadie ata perros con longanizas, las autoridades y la banca ya están tomando medidas para que la cosa no prospere más que nada porque más vale prevenir que curar y pájaro en mano que ciento volando, no se sabe de donde ha salido el rumor pero se dice, se comenta, se sospecha, que es de fuentes bien informadas, de las que no nos han revelado el nombre, que total como decía el nominalismo, da igual que no se sepa, porque no sirve de nada, si un plato, una taza o un alcalde ya se sabe que son lo que son, solo nombres sin más, que ni pinchan ni cortan, pero ahí se queda la hecatombe en potencia, que ya la pájara, la depre, la mala leche, la desconfianza y el cenizo, harán el resto. Ya podemos descansar tranquilos. Misión cumplida".
Y así, aquel país remoto de miedos ancestrales escondidos en las entretelas de su historia pasada y presente, se jodía el futuro con un ingenio maravilloso, un estilazo narrativo quepaqué y, sobre todo, sin saberlo, dando forma al cuadro perfecto del perfecto desastre sin remedio. Como en la fábula del aprendiz de brujo. Pura física cuántica.
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