Tercer artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Uno de los mitos económicos que con mayor éxito se
han difundido siempre es el que vincula la mayor competencia con los
intereses de las empresas y su defensa con la práctica de las derechas,
mientras que a los trabajadores y a sus representantes, sindicatos o
partidos de izquierdas, se les achaca el querer siempre vivir a expensas
del Estado y de las rentas que generan los demás.
Parece mentira que después de tantos años de poder comprobar cómo
funcionan en realidad las economías capitalistas se pueda decir algo
así, pero lo cierto es que se dice a diario y con un extraordinario
efecto de convicción.
Parece mentira porque lo cierto es que las grandes
empresas no sólo no desean la competencia, que es el principal motor de
los mercados eficientes, sino que son, por regla general, la primera
causa de que desaparezca. No creo que se pudiera encontrar en todo el
planeta una sola gran empresa que se precie y que no tenga un
departamento orientado precisamente a combatir la competencia y, más
concretamente, a tratar de influir de cualquier modo para que los
gobiernos legislen de la manera que les sea más conveniente,
concediéndole privilegios y más poder de mercado. Se podrían contar por
miles las normas legales, desde las leyes más generales a las
directrices más concretas, que han salido directamente de alguno de esos
departamentos sin que en los parlamentos se haya podido modificar una
coma en beneficio colectivo. Quien ha tenido alguna experiencia
legislativa o de gestión lo sabe perfectamente.
La
colusión y los acuerdos para acabar con la competencia son la regla
precisamente porque esta es el mayor enemigo de las empresas que solo
buscan ganar cada vez más dinero, puesto que allí donde hay más
competencia los precios son más bajos y no se disfruta de beneficios
extraordinarios. Por eso, las absorciones, las fusiones, los cárteles,
los holdings... las diferentes formas de concentración y centralización
del capital han sido siempre el hilo conductor del capitalismo y no hay
un sector económico consolidado en donde la lógica imperante no sea la
de cada vez menos empresas dominando el mercado. Mercado sí, pero sin
competencia y bien protegido por las normas que el Estado promulgue al
dictado de la gran empresa o de la banca.
El gran
Adam Smith se dio cuenta muy pronto de ello y lo expresó con palabras
tan sabias como bellas: "Rara vez se verán juntarse los de la misma
profesión u oficio, aunque sea con motivo de diversión o de otro
accidente extraordinario, que no concluyan sus juntas y sus
conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio
común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o
mercaderías".
La competencia suele ser el caldo de
cultivo de las innovaciones, del progreso y del lucro, pero la paradoja
es que su efecto benéfico desaparece en la misma medida en que el afán
de lucro creciente se impone y la destruye. Las empresas y bancos que
quieren ser cada día más grandes y aumentar sin descanso sus cifras de
resultados saben que es verdad lo que se ponía en boca del Nobel de
Economía John Nash en la película Una mente maravillosa: "La competencia siempre produce perdedores". Por eso no la desean y luchan diariamente por acabar con ella.
A pesar de ello, como decía, el relato dominante es que las empresas y
las derechas que defienden sus intereses buscan generalizar la
competencia en los mercados mientras que los trabajadores solo quieren
vivir de los demás.
Muchos datos reflejan que tampoco esto último es cierto, ni lo es ahora ni lo ha sido a lo largo de la historia.
En mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas
menciono, por ejemplo, los resultados de diversas investigaciones
realizadas por Anwar Shaikh y Ahmet Tonak que demuestran para Estados
Unidos que quienes se "benefician" del Estado de Bienestar (que los
liberales consideran como el mayor de los expolios) contribuyen a
financiarlo a través de impuestos con cantidades mayores de las que
suponen los beneficios que reciben. Y a conclusiones parecidas se ha
llegado en otros países. Como en España, donde sabemos que las
transferencias monetarias del Estado benefician en mayor medida a los
grupos de mayor renta. Por no hablar de las ayudas estatales directas o
indirectas de todo tipo que viene recibiendo los bancos y grandes
oligopolios o, más sencillamente, las decisiones de gasto que toman los
gobiernos sin otro sentido que proporcionarles negocio tras negocio.
¿Qué gran empresa, qué banco, qué gran fortuna existiría como tal en
España sin la ayuda del Estado? Posiblemente sobrarían dedos de las
manos para poder contarlas.
Afirmar que las clases
trabajadoras son los grupos sociales parasitarios que viven de los demás
no es solo un mito sin fundamento sino una contradicción en su propio
término porque es materialmente imposible que se pueda crear cualquier
tipo de riqueza sin el trabajo y lo cierto es que los propietarios del
trabajo solo reciben una pequeña parte del valor total que generan con
su colaboración de todo tipo en la producción.
Son
las grandes empresas, los bancos y las grandes fortunas que se generan
en su entorno quienes han asaltado los Estados y conquistado el poder
que les permite vivir de rentas y no de la innovación y el riesgo,
protegerse con normas y leyes que ellos mismos escriben y apropiarse de
la riqueza de otros, limpiamente unas veces y corruptamente las más,
como desgraciadamente estamos viendo día a día en nuestro país.
Dicho esto, no puede negarse, sin embargo, que si el mito se ha
difundido hasta la saciedad es en cierta medida porque buena parte de
las izquierdas y de la representación de las clases trabajadoras han
tenido históricamente una evidente confusión sobre la realidad que hay
detrás del capitalismo. Lo han vinculado equivocadamente con el mercado y
no han sabido apreciar que, aunque parezca una paradoja, la competencia
y la eficacia en la generación de riqueza son y deben ser perfectamente
compatibles con la solidaridad, con el bienestar colectivo e incluso
con la cooperación. Y han creído con demasiada frecuencia que los
ingresos y la riqueza son una especie de don o que el progreso y lo
revolucionario consiste en creer que todo es gratis.
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Aquí puedes leer los anteriores artículos de Juan Torres de la serie Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas: 'Liberales: defienden el mercado pero no la libertad' | 'La economía, un fraude no tan inocente'.
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