Una cruzada contra la libertad reproductiva
Debemos respetar los valores sobre el aborto del ministro Gallardón mientras se limite a aplicarlos en su vida privada; pero no es de recibo que ponga el aparato coercitivo del Estado al servicio de la moral católica
RAQUEL
El primer ministro de India, el sij Manmohan Singh, siempre luce turbante. Los sijs piensan que los cabellos forman parte de nuestra naturaleza, que crecen por la gracia de Dios y que no hay razón alguna para cortarlos. No se los cortan nunca, sino que los arremolinan sobre la cabeza y los cubren con el turbante. En resumen, los sijs prohíben cortarse el pelo, pero se lo prohíben a sí mismos, no a los demás. El sijismo es una religión tolerante. Y Singh es uno de los líderes políticos más respetados del mundo actual. Aunque es el jefe del Gobierno, y aunque él no se lo corta, no se le ocurriría prohibir el corte de pelo al resto de los indios ni imponer el turbante a golpe de decreto. Singh es un auténtico demócrata, que no pretende abusar del monopolio legal de la violencia que ejerce el Estado para imponer las opiniones y valores de su secta a los ciudadanos que no las comparten.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que tantas cosas hizo mal, hizo bien algunas, como la ley orgánica de 2010 que despenaliza la práctica voluntaria del aborto durante las primeras 14 semanas del embarazo. Con esta ley tan moderada y poco original, no hacía sino adaptar la legislación española a lo que es normal en toda Europa (con la excepción de Irlanda y Polonia, bloqueadas por la tremenda interferencia eclesiástica) y en casi todo el mundo desarrollado, desde Estados Unidos y Canadá hasta China y Japón, pasando por India, Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, etcétera.
En su gestión al frente de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón sobresalió como el alcalde más derrochador de España, acumulando los mayores déficits y los más abultados impagos a proveedores, multiplicando la deuda de la ciudad por cuatro y haciéndola seis veces mayor que la de Barcelona. Es sorprendente que un Gobierno como el de Rajoy, enfocado en la reducción del déficit, lo premiase nombrándolo ministro. Y es asombroso que le permita desviar la atención política desde la resolución de la grave crisis económica actual hacia las anacrónicas reivindicaciones episcopales sobre el aborto. En cuanto tomó posesión de su cargo, Gallardón anunció una cruzada contra las mujeres que quisieran ejercer su libertad reproductiva. Las decisiones sobre el embarazo no las deben tomar las embarazadas, sino los obispos, como en Irlanda, donde las mujeres se van a abortar a Inglaterra. Más adelante, y en plan displicente, indicó que no iba a meter en la cárcel a las mujeres que quisieran abortar (aunque no aclaró si les pagaría el viaje a Inglaterra), pues en realidad eran víctimas. Desde luego, si se cumplen sus planes, serán víctimas de Gallardón. Todos debemos respetar las ideas y valores católicos fundamentalistas del ministro mientras se limite a aplicarlas en su vida privada o en el entorno de sus correligionarios, como hace Singh en India. Lo que no es de recibo es que pretenda poner el aparato coercitivo del Estado al servicio de la imposición de la moral católica a los no católicos.
En nuestra especie, el desarrollo uterino dura unas 39 semanas, las primeras ocho de las cuales constituyen el periodo embrionario, en el que más de un tercio de los embriones abortan espontáneamente, sin que la madre ni siquiera se entere. La mayoría de los abortos inducidos (en Inglaterra, el 70%) se producen también durante el periodo embrionario. A partir de la novena semana, el embrión pasa a llamarse feto. El feto, que inicialmente pesa unos ocho gramos, va creciendo y desarrollándose todo el tiempo hasta el nacimiento. Las conexiones tálamo-corticales del cerebro, que son esenciales para el posterior desarrollo de percepciones y sentimientos, no empiezan a formarse hasta las 28 semanas. Por eso es seguro que en las primeras 14 semanas no hay posibilidad alguna de actividad psíquica o vida personal. Naturalmente, el embrión es un ser vivo, pero también lo es el mosquito e incluso las bacterias. La mayoría de las mujeres embarazadas quieren llevar a término su embarazo y parir un bebé sano; ese bebé es lo más importante del mundo para ellas. El aborto siempre es un trauma y ninguna mujer lo realizaría a la ligera. La creación de un nuevo ser humano es un milagro maravilloso, pero la elección del momento oportuno para producir milagros en el vientre de una mujer debe realizarla esa mujer, no el ministro u obispo de turno. Por eso casi todos los países desarrollados han adoptado leyes de plazos como la española actual. No hay razón alguna para variarla.
Especialmente inquietantes son los anuncios de Gallardón de que quiere obligar a los padres que han tenido la desgracia de concebir un feto con graves malformaciones a llevar a término el embarazo, condenándolos a ellos, al hijo y a la sociedad a incontables sufrimientos inútiles y sin esperanza. Un gran progreso del mundo civilizado ha consistido en que las madres se enteren por adelantado de si han tenido la mala suerte de concebir un embrión malformado que no ha abortado espontáneamente (como suele suceder) y así puedan provocar su aborto inducido. Como declaraba recientemente una madre valenciana que acababa de abortar un feto con síndrome de Down y varias otras malformaciones, “prefiero llorar un mes que llorar toda la vida”. Desde luego, los padres que decidan llevar a término el embarazo del feto defectuoso y que deseen sacrificar sus vidas por criarlo, merecen respeto y apoyo, aunque no suele ser eso lo que elige la mayoría de la gente razonable en ningún país del mundo. Los padres que prefieran tener hijos capaces de vivir una vida humana en plenitud también tienen derecho a abortar cuando los dados genéticos les hayan sido desfavorables y a ensayar una nueva partida. La reproducción y la gestación de un hijo son algo demasiado importante para dejarlo al albur del azar. En cualquier caso, es a los padres, y no a Gallardón, a quienes corresponde decidir.
Tanto el partido republicano de Estados Unidos como el PP de España son conglomerados, que, junto a conservadores y liberales, incluyen una facción de extrema derecha cristiana, monotemáticamente obsesionada por su oposición a la libertad reproductiva de las mujeres y por su celebración de la enfermedad y la malformación de los fetos como pruebas a las que Dios nos somete para hacernos sufrir en este valle de lágrimas; esta inversión en sufrimiento será recompensada en ultratumba al ciento por uno. Dios nos libre de estos asesores en inversiones escatológicas y de su timo de la estampita. Los republicanos estadounidenses han perdido las dos últimas elecciones en parte por la ultraderecha cristiana, que atrae a votantes extremistas en las primarias, pero provoca rechazo entre la mayoría moderada de los electores.
Sarah Palin, compañera de candidatura del republicano Cain en las elecciones de 2008, siempre ha presumido de negarse a abortar su feto Trig con el síndrome de Down, lo que le valió una gran popularidad entre los fanáticos antiabortistas, pero al final quitó votos a Cain, que perdió las elecciones. En los últimos comicios (en 2012), el ultraderechista cristiano Rick Santorum estuvo a punto de arrebatar la candidatura republicana a Mitt Romney, al que acorraló con su retórica, obligándolo a adoptar posiciones más extremas y menos atractivas para el público que las que habitualmente había defendido. El programa de Santorum se reduce a una glorificación demencial del sufrimiento, la enfermedad y la malformación. No solo se opone (sin éxito) a todo aborto, incluso tras una violación, sino que incluso ha dedicado su propia vida a tan extraño empeño. Su hijo Gabriel era un feto inviable que nació prematuramente (a las 20 semanas) y murió de inmediato. No obstante, Santorum y su mujer se empeñaron en dormir con el cadáver en el hospital, lo llevaron a casa y lo presentaron a sus otros hijos como su “hermano Gabriel”. En 2008, y contra la opinión de los médicos, se empeñó en que naciera su hija Isabella, con malformaciones tan graves como la letal trisomía 18 (tres copias del cromosoma 18). Esa pobre criatura ha pasado su breve vida en quirófanos. De todos modos, tanto Palin como Santorum son belicistas acérrimos, defensores de todas las guerras y partidarios a ultranza de las armas de fuego y de la Asociación Americana del Rifle.
Jesús Mosterín es filósofo y autor de La naturaleza Humana (Espasa) y El reino de los animales (Alianza, 2013).
No hay comentarios:
Publicar un comentario