lunes, 20 de mayo de 2013

El emporio de la hipocondría

Lo he leído en un par de titulares. A Angelina Jolie, o sea, Angelina Bonita, le ha dado una neura anticáncer y ha decidido trincharse el cuerpo en plan prêt-a-porter; filetearlo, recortando, en el mejor estilo Rajoy, todo posible riesgo de enfermedad. Por lo visto le teme muchísimo a que las leyes de Mendel se manifiesten en su físico a través de cromosomas infectados por la herencia. Su madre murió de cáncer. Si ese criterio se convirtiese en una solución universal al miedo hipocondríaco, el mundo sufriría los recortes más dolorosos y alucinantes de su historia. 

Hasta ahora la cosa del dominio tijeril se había limitado a los recortables de la infancia, a los trabajos manuales, a la poda de vegetales, al esquilado de ovejas y carneros, de pezuñas equinas, gatunas o perrunas, al recorte de uñas, de callos, de barbas, patillas y puntas de melenas abiertas por falta de serum activo. Luego la cosa pasó a mayores con los recortes a la griega, a la irlandesa, a la británica, a la portuguesa, a la italiana y a la española. Pero ahora, con esta iniciativa jolieana se está poniendo verdaderamente cruda. 

Se comprende bastante bien el miedo a que una enfermedad destroce la vida de alguien, sobre todo si se  ha sufrido en la familia un caso de tal padecimiento. Haciendo un esfuerzo intelectivo y empatizante se  puede ir abriendo hueco para entender que para una persona que vive de exhibir su físico, una enfermedad devastadora como el cáncer y, lo que es aún peor, el tratamiento para erradicarlo a base de carnicería y venenos a troche y moche, sea como para poner los pelos de punta a quien ha hecho de la kinefotogénesis corpórea la base insustituible de su economía, de su éxito y de su felicidad. Pero donde ya las neuronas y neurotransmisores, palpablemente, renquean a la hora de la comprensión, es ante la evidencia de que la histeria pueda acabar cambiando la historia de las vidas humanas nutriendo hipocondrías a tutiplén y siendo el peor azote pandémico provocado artificialmente que haya sufrido la humanidad hasta ahora. 

Pone los pelos de punta imaginar un mundo de seres mutilados por la combinación de la medicina preventiva y el pánico obsesivo a la no prevención. Porque la Jolie no sólo se ha extirpado las glándulas mamarias, sino que además se va a extirpar los ovarios. No sabemos si dejará vivas las trompas de Falopio , el útero, y ya puesta, tampoco sabemos si no querrá rebanarse de paso, la hipófisis, que es la glándula reguladora de la producción hormonal del organismo, o, dejarla en su sitio y cepillarse a golpe de bisturí el resto de glándulas de secreción interna como la tiroides, el timo, las suprarrenales o el páncreas. Que las glándulas nunca se sabe por donde van a salir. Como el gobierno del pp. Los papas de Roma. O el BCE. 
En cualquier momento se la juegan a los chinos y, ya zás, la han liado. Sobre todo si los cromosomas  no han conseguido anular el patrón mortífero de la herencia y se empeñan en reproducirla ayudados por la frivolidad de las hormonas y el despiste de la hipófisis en sus funciones arbitrales que se pueden convertir en arbitrarias y descabelladas por cualquier motivo insignificante como  la falta de un oligoelemento, un déficit o superavit en la nutrición, o la mala combinación de ácidos y bases. O quizás aliñadas por un trauma derivado de cualquier quítame allá ese contrato menosmillonario o ese Brad Pitt pre-menopáusico. 
Somos tan vulnerables e influenciables que cualquier cosa de menor cuantía, tipo efecto mariposa, puede derivar en cualquier otra de cuantía inimaginable. Si todo lo redujésemos a la profecía de las probabilidades de enfermar, sería lo mejor  morirse ya de entrada, cuanto antes, y en las mejores condiciones posibles. 
Pero, tranquis, tenemos unos recursos muy majos y estupendos para superar, canalizar y tomarnos menos en serio nuestra fragilidad innata. Podemos, si queremos naturalmente, desarrollar lo más plenamente posible otros recursos mucho más útiles que las neuras y la histeria hipocondríaca. Por ejemplo la inteligencia. La lucidez. El discernimiento. La normalidad. El equilibrio. La chispa espiritual de la gracia y el sentido del humor para reírnos de todo, empezando por nosotros mismos y redimensionar constantemente nuestra imagen, nuestra apariencia, nuestra "importancia" y sus secuelas. 

Nadie se imagina lo que el buen humor, la sonrisa y la risa, entonan el funcionamiento de las glándulas, el de las neuronas y el de todos los sistemas corporales de nuestra fisiología y los estragos que hacen en ellas la mala uva, el rencor, el mahumor, el afán de control sobre los demás o sobre las circunstancias, los enfados, los malos pensamientos y la hipertrofia del ego, que es un amargado de siete suelas y un comecocos insoportable al que hay que tener siempre en cuarentena por si las moscas. 
El mejor tratamiento del mundo, para cualquier enfermedad posible o materializada, es no darse por aludidos ante ninguna "ofensa", o sea evitar las paranoias por encima de todo. Eso quiere decir que hay que dejar de creer que todo el mundo está pendiente de lo que hacemos o bien para alabarnos y glorificarnos o bien para herirnos a posta, humillarnos y ningunearnos. No somos tan imprescindibles ni tan fundamentales para las opiniones ajenas que viven divinamente ocupadas en otras cosas con más sustancia que nosotros y nuestras virtudes o defectos. 

Sólo ese trabajo consciente y responsable de uno mismo, personal e instransferible, incopiable e irreproducible para otro que no sea uno mismo, es capaz de cambiar los vicios innatos de los cromosomas y sus tendencias mecánicas para reproducir el factor o factores hereditarios más chungos y desagradables. Nuestra inteligencia, que es el uso adecuado del intelecto, la mente intuitiva y la mente lógica, cuando está animada por el alma y la conciencia y deriva en el caldo de cultivo del Amor como fondo de todo movimiento existencial, o sea, en inteligencia emocional, hace verdaderas correcciones de rumbo y de mapa. Cambios en la brújula y en el sextante. Milagros, que dirían antes y pura física cuántica que estamos empezando a decir ahora. 

Cuando te haces dueño y gestor espiritual de tu mente y de tu cuerpo, y los vas educando con ayuda del puente de los sentimientos, ya no es necesario que te  rebanes el body ni lo intoxiques para prevenir males mayores. Porque has aprendido que si tu espíritu funciona tu cuerpo se repone, se sana y se armoniza practicamente solo. Y si eso no sucede, aunque te descuarticen en los quirófanos para prevenir todo lo que temes, no podrán jamás evitar que la mente y las emociones atrapadas en las redes del ego, no te provoquen esas enfermedades que escondes en tu miedo y algunas más. 
Está claro que con las mamas y los ovarios extirpados Angelina Jolie no va a enfermar nunca de lo que le han quitado, pero le quedará el resto de su cuerpo para responder a la programación estimulante del miedo a la enfermedad y las tendencias hereditarias que desconoce y no puede controlar. Un programa informático muy rentable que médicos y laboratorios se dedican a  instalar en los humanos y en sí mismos con lo que llaman: medicina preventiva. Y que no sólo no lo es, sino que está enfermando a la humanidad de una muy rentable hipocondría y de sus consecuencias. 

Dice Tony De Mello: "No quemes tu cuerpo, quema tu ego". Y podríamos parafrasearle: No te recortes el cuerpo para evitar un mal posible que puede que nunca se produzca, recorta en cambio, el mal en activo que hay en el pánico de tu ego y ya no tendrás que recortar nada más. 

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