jueves, 30 de mayo de 2013

Este caso es el dedo en el ojo para el fariseísmo. Un verdadero ¡ñás!


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Buenos días nos da Dios con esta noticia bochornosa. Se repite una vez más el caso. Ya hubo otro horrible en Irlanda hace unos meses, en que una joven inmigrante asiática murió porque los médicos católicos irlandeses se negaron a practicar el aborto de un feto enfermo que murió dentro del vientre materno y con ello provocaron una septicemia galopante que mató a la madre. Que se sepa los médicos no están en la cárcel, pero el feto deforme ocasionó una muerte inútil y bárbara además de la suya.  
Se supone que la ciencia médica tiene como objeto preferente salvar una vida que ya existe antes que la posibilidad de vida inconsciente y mecánica de quien todavía no la ha adquirido porque no tiene autonomía y es simplemente una prolongación de la vida de la madre.  La vida humana comienza con el aliento. La respiración es el signo de que un ser ha nacido de verdad y puede subsistir sin  dependencia mecánica y biológica del organismo que le ha engendrado. La prueba es que si nace antes de lo previsto, el feto necesita tecnología que le mantenga activas las funciones vitales: un útero postizo. La incubadora.  De hecho hasta que ese medio mecánico no se inventó, los fetos incompletos o  enfermos no podían vivir. Algo mucho más natural y moral que forzar la existencia dolorosa y trágica de seres indefensos y absolutamente dependientes de manipulaciones y experimentos científicos. No podían respirar por sí mismos. 
Los católicos talibanes, tan creyentes y tan ignorantes, desconocen una cosa elemental: es la respiración natural la que hace el contacto entre la fuerza activa del espíritu y la masa mecánica e inconsciente de la materia. Hasta que un neonato no respira por sí mismo no entra en él la energía de la supervivencia, lo que poco a poco, creciendo, será su alma, que es el resultado fecundador de la energía cósmica y eterna (espíritu) en la energía telúrica y temporal (materia). Y de hecho, cuando ya somos incapaces de mantener ese contancto vivficante que es la respiración autónoma, morimos al instante. El espíritu no puede entrar ya en una materia incapaz de respirarlo. El hombre es precisamente ese híbrido maravilloso que resulta de tal fusión natural y sobrenatural al mismo tiempo. Entre lo "divino" y lo "animal". Ese proceso requiere un gran respeto desde la concepción. Por eso las maternidades forzadas, sin amor, sin deseo de que esa unión dé un hijo al que se espera con el mismo amor con que ha sido concebido, son realmente un semillero de patologías, de disturbios y de desgracias para la familia y sobre todo para la víctima, que es el pobre nacido a la fuerza en condiciones salvajes y maltratadoras mucho peores que no haber nacido. 

Cuando un feto no tiene posibilidades de sobrevivir en buenas condiciones o esa supervivencia va a ser  causa de sufrimientos atroces,  y si además la madre que debe darle cobijo y vida está gravemente enferma y nisiquiera le va a poder cuidar en el caso de que ambos puedan vivir,  la crueldad y el delito de lesa humanidad no es impedirle que nazca sino empeñarse en traerle al mundo por egoísmo atávico y dogmático de personas encerradas en sus creencias, que sin conocer a Dios, -porque a Dios no se le puede conocer, sólo imaginar e interpretar cada uno al modo de su secta y sus leyes particulares-, se hacen juez y parte de algo que no les incumbe, como es la elección de la madre, que en realidad es la única que tiene la responsabilidad de decidir si se encuentra capacitada o no para su maternidad. La función de los médicos es la de curar y evitar al máximo sufrimiento y dolor. De modo que una religión aberrante que exalta el sufrimiento y se siente orgullosa de que a su fundador lo torturasen y lo crucificasen y además ha hecho de esa muerte horrible un signo de santidad, está completamente en las antípodas del código deontológico de un buen médico. De la ética y del respeto al ser humano. 
El catolicismo huye de la resurreccíon, el Jesús resucitado lo escandaliza, le fastidia la alegría de que la vida venza a la muerte, la salud a la enfermedad y la felicidad al sufrimiento. Olvidan que el mensaje de Jesús nunca fue la muerte sino la vida, que curaba todos los sufrimientos físicos y psíquicos porque sabía muy bien que las personas enfermas y esclavas del dolor no pueden evolucionar en su malestar generalizado; están prisioneras en un estado tan doloroso que no las deja ver ni aprovechar la vida ni las posibilidades de la espiritualidad. Una cosa es que a lo largo de la existencia se presenten enfermedades y que esa circunstancia nos ayude a crecer si sabemos afrontarlas, superarlas o convivir con ellas en el mejor estado posible, pero otra cosa muy distinta es obligar a asumir una vida y una muerte horrendas sin que la pobre persona haya elegido como afrontar sus malformaciones y limitaciones impuestas por médicos o curas o familiares fanáticos de una idea, de unos prejuicios supersticiosos y de un miedo atroz a poderes crueles, como lo es ese dios sádico de los católicos, incompatible con un Dios verdadero que es Amor y la misericordia sobre todo. Y que es el Dios padre-madre, Abbá, del que Jesús fue el signo más cercano hace dos mil años. 

Tiene narices que una interpretación torcida, deforme y sádica de la redención, esté dando lugar a un mundo de pesadilla, de torturas, de sufrimientos considerados heroísmo por obligación, de juicios sin piedad, que se predique el perdón para seguir cometiendo delitos que la confesión perdona pero no cura. Toda esa mugre ética y antiespiritual tiene que desaparecer. Y si es verdad que el papa Bergoglio es tan compasivo y tan valiente, debería meter mano de una vez por todas a ese moralismo casposo que acepta los suicidios, los desahucios, las hambrunas y las guerras de sus estados contribuyentes, la pederastia y los abusos y la corrupción política hasta dentro del Vaticano, como cosa natural, mientras se flagela y tortura  a madres acosadas y deshechas por situaciones como ésta. O a personas homosexuales o divorciadas. 
Si este papa se comportase como está intentando hace creer que es en realidad, debería ahora mismo ponerse en contacto con los médicos salvadoreños y decirles que sólo Dios puede juzgar las conciencias y condenar, y no lo hace. Y si  Dios no lo hace, nadie en este mundo está capacitado para anular  ese patrón de amor con  la dureza garrula de animales pensantes pero sin conciencia ni alma sana. Que salven a esa madre y liberen a un feto deforme de la tortura de nacer para morir entre dolor. 
En cuanto al gobierno español, vale lo mismo. Recordarles simplemente que el hombre no está hecho para servir al funcionamiento de las leyes, sino que son las leyes las que se hacen para procurar el bienestar, el creciminto, la felicidad y el buen funcionamiento de los hombres -no sólo de los miembros del pp, por supuesto- . El mismo Jesús lo dijo muchas veces ante las críticas de los fariseos: "No se ha hecho al hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre". Donde dice "sábado", quiere decir "precepto" , "ley" y "norma".




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