martes, 7 de mayo de 2013

Quizás el escepticismo sea parte del proceso necesario para reconstruirse

foto'Los hispanoescépticos', por I. GABILONDO



Lo dicen los refranes populares: "gato escaldado del agua hirviendo huye". O "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". A los celtíberos nos ha pasado de todo. En tropiezos y escaldaduras, creo que batimos el eurorecord. Desde hace tanta historia que ya hasta el escarmiento se ha hecho costra. Y sólo faltaba el detalle de que la única vez en la historia que, durante 35 años, habíamos creído a pies juntillas en la posibilidad de levantar cabeza como demócratas decentes, sociedad humanizada y estado de derechos, deberes y libertades inalienables, nuestros esfuerzos y apuestas por crecer dignamente estén al nivel más underground de los últimos cien años, por lo menos, gracias a que las instituciones que deberían representarnos y defender nuestros derechos frente a la criminalidad financiera, se han tomado, al parecer, una baja temporal indefinida, en el trabajo, que no en el sueldo, que sostienen, por cierto los recortes que sufrimos.

Seguramente volvemos a estar, en cuanto a la confianza en los gobernantes y opositores, a la altura de 1898, cuando la guerra colonial, el desplome de la economía, la miseria generalizada y su corte de desgracias nos aplastó y al mismo tiempo puso sobre el tapete todas las carencias y males que nos aquejaban y que al parecer, siguen aquejándonos. Ésa es la realidad a la que nos enfrentamos. Si reconocer lo que nos pasa y poner el dedo en el centro de las causas y pedir que se avance más en las timideces y miedos institucionales, se puede considerar escepticismo, pues seremos escépticos, hasta que quienes deben dar pasos, que los ciudadanos ya han dado y siguen dando, los den de verdad. 

El escepticismo no es indiferencia, que sería en estos momentos, un veneno social mortal de necesidad, sino un paso en la aceptación de lo que hay sin contar con el beneficio de pronósticos de lo que nos gustaría que hubiese, pero de momento, no podemos contar con ello. La esperanza no da de comer ni paga el alquiler ni las hipotecas, ni evita los desahucios. Sería como estar en paro sin cobrar el subsidio y no hacerse ilusiones tipo cuento de la lechera, porque hemos visto una peli muy bonita en la que todos los problemas se resuelven por arte de magia. Sin embargo, cuando se acaba la película y se apaga la tele, nuestra realidad es la que es. Y sólo nos queda gestionarla lo mejor que podemos y sabemos. Echando curriculums al correo de la persistencia incansable contra viento y marea, poniendo anuncios en las paredes de la ciudad con nuestro teléfono y la oferta de nuestras posibilidades para aceptar cualquier trabajito mini job, y para más inri, que hay que ver qué recochineo tiene ese nombre de resonancias bíblicas, Job, aplicado a la paciencia con que estamos aprendiendo a funcionar frente al desguace del pleno y completo empleo.

El escepticismo es, en lo social, lo que la duda metódica cartesiana es al pensamiento científico. Una necesaria y honesta toma de contacto con la realidad objetiva. Una herramienta con que la conciencia ilumina las situaciones puntuales, sin añadir ni quitar nada. El escepticismo es simplemente un acta notarial de haberes. Un certificado mondo y lirondo. Un toque reservado de prudencia en la mirada del observador. 
El escepticismo es el del labrador que ha sembrado, roturado, regado, abonado, pero no canta victoria hasta que la cosecha está ya recogida. Cuando ya es imposible que la sequía, las lluvias torrenciales, las heladas ni el pedrisco vayan a dejarle en la ruina. 

El hispanoescepticismo tiene toda la lógica a su favor. Está genial, por ejemplo, ver que el PSOE se mueve y propone opciones inteligentes, pero los ciudadanos sólo creerán en él, como Santo Tomás, cuando toquen hechos y no sólo dichos, cuando vean que el proceso de la crisis hace que los partidos reaccionen ante el dolor humano solidariamente, mucho antes que con los resultados de las encuestas. Cuando vean que los miembros de los partidos políticos, de los gobiernos e instituciones, se recortan sueldos, recepciones, fiestukis, gastos de seguridad y coches oficiales, sueldos vitalicios cuando ya no se ejercen los cargos, artilugios de última hornada cibernética a costa del Estado y se recorten a sí mismos, todos los derechos que  se recortan a los ciudadanos. Cuando los vean subir al metro, al autobús o ir caminando o en bici al trabajo. No es una tentación populista, es la normalidad de la democracia. Y eso, no existe en España...todavía. Seguro que llegará. Pero queda mucho por hacer. Si hay aún "nuevas generaciones" Talegón fashion, está claro, que queda bastante más de lo deseable. Y eso referido a lo más civilizado. De lo "otro", no vale la pena señalar más de lo que ya se demuestra cada día. 

Seguramente María Antonieta, también pensó que el pueblo que protestaba porque no tenía pan lo hacía por escepticismo con les gallettes au chocolat que para ella eran tan normales como el pan. Está claro que el grado de escepticismo social y político depende muchísimo del nivel adquisitivo en que cada uno se mueve. Al final, Quevedo siempre tiene razón: "Pues a la fea hace hermosa y al villano caballero, poderoso caballero es don dinero". Qué triste, ¿verdad? 
Espero con toda mi alma -y en ello he empeñado mi vida y mi trabajo desde chica- que llegue el día en que Mª Antonieta y Quevedo pierdan actualidad y razones para ser citados como ejemplo de escepticismo histórico.






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