Tenía que ocurrir. Tarde o temprano, la persona que se esconde dentro
del atuendo oficial de presidente de Gobierno tenía que aflorar con todo
su esplendor en la arena. Como la verdad flota sobre el error y el
aceite, sobre el agua, la trontruna y la framangancia sobresalen y flop,
flop, flop, ahí va Mariano Rajoy con la boca entreabierta del
gobernante que se ve arrinconado por un buen profesional del periodismo.
Ahí va, como cuando anadeaba en la ría, pero esta vez, oh, cielos, ¿qué
es eso? ¿Un tiburón, una piraña? No, sólo un buen periodista. Cómo
estaremos, de desacostumbrados -especialmente el ilustre pontevedrés
unidimensional- al correcto interrogatorio, relajado y certero, que ni
siquiera se nos ha ocurrido pensar que, entre todas las entrevistas que
le han hecho desde que abandonó el armario de su desdén a los medios,
ésta es la primera vez en que don Mariano se ve en un brete serio.
Cómo me recordó Alsina a aquellos periodistas de antaño, pájaros carpinteros que picaban y picaban el árbol hasta desmenuzarlo. Qué gustazo. Y que lástima, en general.
Pero volvamos a lo que iba, a lo que mayor placer me produce, aunque
reconozco que es un placer malvado, denso como un chapapote interior.
Algo que no me ennoblece, más bien me arrastra y me convierte en una
coliflor del fango. Qué queréis que os diga, desde que gobierna el
Partido Popular zozobro en mi veneno y ya no me da miedo ir en avión.
Imaginad a un partido que, supuestamente, elige al mejor de los suyos
para presidirlo. Imaginad a un país que vota mayoritariamente a dicho
partido. Imaginad… Pero no imaginéis: es esto, lo tenemos bajo nuestros
pies. Bailemos un zapateao con botas de escalar. Pensad que la
alternativa a Rajoy -Aznar estuvo a punto de señalarlo con su dedito
melifluo- era Rodrigo Rato. Es decir, entre tener un capitán nemo o uno
mestrafador. ¿Qué más daba? Lo importante es el traje, como apuntaba al
principio. Cuán distinto sería si los candidatos se presentaran, por
ejemplo, en chándal. Ese Mariano sesteando tumbado en un sofá, con la
ceniza del puro sobre el pecho y el Marca abierto: no habría engañado a
nadie. O sí. Nunca hay que confiar, y abre los ojos. Sin Alsina
habríamos tenido que esperar a verle sentado en un yate, en bañador,
mimándose la barriga post-mortem. Demasiado tarde. Ahora también, aunque
no del todo.
Hemos de esperar que Carlos Alsina no despierte sólo la admiración de
sus colegas, sino que cree escuela, que está el periodismo muy falto de
entrevistadores que no confundan el diálogo con una balsa de mousse ni
con un monólogo de preguntas apelotonadas. Al sujeto hay que preguntarle
bien y hay que someterle, después, a ese mortífero silencio que le
obligará a enredarse y, por fin, a mostrarse en toda su cruda inanidad.
Claro que Floriano y González Pons debieron parecerle la ciencia
infusa. Y Moragas, Stephen Hawkins. Mas (conjunción adversativa, que no
de los astros) no nos engañemos. Para ciertas fuerzas que están en las
maldiciones de todos, un trontrón que llega al empleo más alto de la
nación es el trontrón que más útil resulta para sus intereses.
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