La inclusión de la lideresa entre los personajes que han
cambiado la historia contemporánea debiera estar fuera de todo debate.
Lo verdaderamente indignante reside en la pobre selección de los méritos
presentados para hacerlo
La Guerra de la Independencia, la Guerra Civil, el
gobierno de Esperanza Aguirre... La inclusión en un libro de texto
oficial de la presidencia de nuestra sinpar lideresa entre la nómina de
hechos imprescindibles para entender la historia moderna ha provocado
una polémica tan ruidosa como injusta. Cuesta entender dónde desentona
la presidencia de Aguirre entre semejante sucesión de conflictos y
desgracias.
Discutir la relevancia histórica de
Esperanza Aguirre parece como discutir si la de tu pueblo es la chica de
la curva de verdad o si sigue compensando comprar un coche a gasoil.
Con esa sutil elegancia tan suya, Esperanza ha resuelto la polémica
lanzando una cuestión retórica tan demoledora como incisiva: ella ha
oído que hay un texto que dice que fue la presidenta que introdujo el
bilingüismo en los colegios y si eso no es verdad, que se lo demuestren.
Cuánta razón y cuánta modestia. La inclusión de la
lideresa entre los personajes que han cambiado la historia contemporánea
debiera estar fuera de todo debate. Lo verdaderamente indignante reside
en la pobre selección de los méritos presentados para hacerlo. Entre la
larga lista de logros aguirrianos, el historiador se deja fuera los
mejores.
Haber sido muy votada supone sin duda un
gran hito. Pero se queda en nada al lado de haber descubierto la trama
Gürtel. O haber desarticulado la trama Púnica. O haber logrado que casi
todas sus privatizaciones hayan acabado investigadas por algún juzgado. O
lograr la coincidencia imposible de que todos tus colaboradores de
confianza tuvieran cuentas en Suiza y ahora estén o imputados o en
chirona. O poseer la mejor marca mundial de todos los tiempos en
velocidad y persecución de turismos en circuitos urbanos. El texto debe
efectivamente revisarse con urgencia, pero para reparar tanta injusticia
e inexactitud y transmitir correctamente la auténtica dimensión del
personaje.
Con esa cobardía tan propia de los
mercaderes, la editorial responsable de semejante agravio se ha
refugiado en la banal excusa de que se limitan a poner en papel los
contenidos fijados por el Ministerio. La ley les obligaba a incluir a
Esperanza Aguirre –argumentan–; igual que al parecer debía obligarles a
incluir sólo ministros de Educación del Partido Popular en un ejercicio
para ordenar cronológicamente a titulares del Ministerio. No son ellos,
es el reglamento.
No desesperes, Esperanza. No se
trata de algo personal. Así suele pasar en España, tierra de mediocres y
envidiosos siempre dispuestos a devorar a nuestros mejores hijos.
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