martes, 29 de septiembre de 2015

La voz de Iñaki


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¿Quién?

EL PAÍS 

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Pues, en vez de quién, querido Iñaki, yo intuyo que posiblemente, esta vez el aglutinante del nuevo tiempo político y estatal, serán bastantes quienes, no uno solo. Tengo la sensación, y casi la certeza, de que el tiempo de los personajes únicos, de los "estrellos", como vértices ejecutores del subidón popular, que tantas veces se califica de populismo, se ha terminado y de que estamos entrando en la era del espíritu colectivo, pero no de la masa, sino de las individualidades asociadas en el apoyo mutuo, por sectores de necesidad y compromiso, cada vez más implicado, informado, organizado y consciente, bajo la bóveda del bien común.

 Parafraseando a André Malraux, se diría que el siglo XXI además de espiritual, será inteligente y autogestor colectivo o no será. Es decir, que sólo podremos salir de este hundimiento, - necesario para que se deshaga lo insostenible-, cultivando, mejorando, aumentando y extendiendo la conciencia que ya afloró en 2011 tras los coletazos destroyers de la crisis mundial: la solución ciudadana, que como un brote natural se ha ido extendiendo en mareas, plataformas, iniciativas legislativas populares, candidaturas libres de apoyo partidócrata y demás núcleos sociales y políticos, que, escarmentados dolorosamente, huyen de los rodillos mayoritarios absolutos, vinculados al estabishment neoliberal y al de las izquierdas procedentes del viejo comunismo, que ya optan por la fragmentación de la pluralidad consensuada y no sólo por los portavoces, elegidos desde unas primarias sin juegos malabares,  sino ya directamente: una mujer o un hombre, un voto. Simplificando y lejos de las complejidades ortopédicas de pactos sotto voce y a escondidas o dedazos y enchufes a que estábamos acostumbradas desde siempre. 

Ya se está viendo que los mesías en política son nefastos y letales para el sano desarrollo de la sociedad, que acaban todos igual, desvirtuando la finalidad primera con los medios deformes y contra natura con que intentan encaramarse desde su imagen-emblema en las tribunas del poder, que los engulle sin miramientos, les transforma la intención y acaba con lo que tengan de decencia y lucidez ética para conservarla . Y que la única manera de evitar el riesgo mesiánico-egócrata de un apartido ganador, es la participación y la pluralidad igualitaria e imprescindible para un Estado democrático de derecho, que obligue a las banderías e intereses partidistas -sectas políticas en toda regla- a recuperarse como simples ciudadanos en período de servicio al colectivo que les elige, no para mandar sino para obedecer, no los caprichos e intereses de los grupos de presión económica e ideológica, sino las normas pactadas entre todas y todos los miembros dela ciudadanía, que nos procuren la forma de gestión con menos fijaciones preconcebidas, con más capacidad para el entendimiento y la cooperación, y más cercana a la ética social y a la justicia distributiva sectorial, que es su expresión práctica en la política. Ojo, que esa condición flexible del entendimiento y del diálogo no es un trámite ni una pose que oculta debajo la intención de debatir "para ganar" y apabullar al contrario, ni para adaptarse a cualquier apaño por más distinto que sea al propio criterio, con tal de apoderarse de los votos y de los gobiernos. Eso no es dialogar ni consensuar ni entenderse, es mentir y fingir lo que ni se siente ni se cree, sólo para apoderarse del poder. Para eso la ciudadanía ya se está pertrechando de unos principios éticos intocables que poco a poco van abriéndose paso en la moral de confesionario y paripé a que estábamos acostumbradas. Y así se observa el "escándalo" de lo de siempre ante las decisiones de las nuevas gestoras municipales que ya se han elegido con la nueva visión política y social de la ciudadanía. 

Por eso mismo, la CUP catalana no puede aceptar a Mas y éste no será president. El independentismo dialogable y en limpio es sano, sirve al bien común y no puede justificar una complicidad en la indecencia de los medios para conseguir, supuestamente, un buen fin. Y por eso es mucho peor para Catalunya en particular y para la propia España en general, el enjuague marrullero, que un independentismo coherente y ético, dialogante y más respetuoso con las personas que con la obediencia a unas leyes arbitrarias, injustas e inventadas por cuatro gatos interesados en que nunca cambie el tinglado-institución-bunker que les protege y les blinda contra la propia justicia de la que se proclaman paladines. Es el nuevo tiempo. Y no puede pararse ni  amañarse, aunque se intente. Es el empuje de la evolución.

Es el cambio natural de que habla Ilya Prigogyne, la salida del contenido renovador desde el caos entrópico, hacia lo desconocido que está por hacer, por medio de la bifurcación, imprescindible e inevitable, que deberemos afrontar con inteligencia, prudencia y valor; con amor, sí, con amor; algo similar al episodio bíblico de la Pascua -que significa el paso-, en el que un pueblo harto de ser esclavo en las manos entrópicas de un imperio, entra en un estado irreversible hacia el cambio y decide nada menos que atravesar el Mar Rojo y largarse hacia la incertidumbre sin saber qué encontrarán al otro lado de la inseguridad asumida como única pista "segura". Sólo con la única certeza de que no desean seguir siendo esclavos. Ni del Imperio de la pela, -que les asegura la estabilidad de pertenecer a una "patria" que no consideran la suya, y poder consumir cebollas y puerros a cambio de su libertad, sus derechos y su dignidad-  ni de los mesías que se van presentando para asumir el papel principal del drama, pero que ya no sirven para algo que, a ojos vistas, se ha demostrado ineficaz, corrompido y perverso.

Como, aunque la situación sea la misma, los tiempos evolutivos, ya no son los mismos, está claro que el 'Moisés' de hoy no puede ser ya un profeta aislado que ha descubierto a un Dios externo, que le guiará  hacia una tierra prometida, cruzando un desierto terrible, pero que atravesará ayudado por  sus milagros, sino el grupo humano como profecía viva y colectiva, libre y responsable de sí misma, adulta, que tomando conciencia de lo que ha sufrido y no quiere repetir, hace posible la divinidad del ser humano por medio del mutuo apoyo solidario y de una ética básica; así, dando el paso hacia la superación que Nietszche atribuye al "superhombre", transforma la Tierra que habita en la casa universal, no a base de mangonearlo todo con intrigas, conflictos, chantajes, violencia, engaños, presiones y aberraciones de todo tipo, propias del ego animal que nos ha venido manejando mientras lo considerábamos la única salida aceptable, sino a base de escucha, cercanía, diálogo, empatía, igualdad, libertad y fraternidad, en la gestión de la res publica, y no de los tronos ni de las dominaciones ni de las hegemonías, ya innecesarios a estas alturas, en las que el mundo, como anunció McLuhan, es una aldea cableada y teledirigida por control remoto. Sólo hay que dar la vuelta a los aspectos del control: y ser nosotros mismos los que controlemos lo que somos, entonces sin traumas, acabará el universo freeky de la ficción ilusoria que impide tomar conciencia y hacer pie en el mar de lo inestable y la más hermosa y estimulante experiencia comenzará a ser la realidad que descubrimos y compartimos. En la medida en que avancemos en comprensión mutua y abandonemos el miedo y los agarraderos mentales que nos proporcionan la ilusión de la falsa seguridad, comenzaremos a "ver" a comprender, y simultáneamente la cosas se irán armonizando con una fluidez que ahora consideramos utópica e imposible,  y con razón, porque en el estado actual de narcosis, no es posible otra cosa mejor. 

Pero en la medida en que se logran acuerdos, se diluyen tensiones y se toman decisiones que propicien el bien común en vez de las fijaciones partidistas y egocéntricas personales o ideológicas, iremos viendo como todo el entorno cambia y nos favorece. El 'maná' de la inteligencia colectiva nos alimenta y el 'agua' que mana de la roca de la conciencia nos refresca e hidrata la voluntad, si aplicamos a la roca la vara de la justicia. Como 'la columna de fuego' nos alumbra de noche, y 'la nube' nos refresca  con su sombra a medio día. 

La misma vida nos habla y nos regala, en la frescura sorprendente de sus metáforas eternas, el impulso para  regenerarla y re-crearla. Sólo hay que aprender a leer en su abecedario y a escribir, con la tinta de la certeza esperanzada, otro nuevo episodio de la evolución, sobre las hojas en blanco del amor inteligente.

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