Resulta algo más que espeluznante escuchar a los
gobiernos europeos apelar a la solidaridad para valorar la posibilidad
de recibir a 120.000 refugiados cuando solo Turquía, ese país tantas
veces rechazado, ha atendido a más de dos millones o el castigado Líbano
a más de un millón. Es algo más que cinismo. Roza lo canallesco. Como
escuchar afirmar a David Cameron o al presidente Rajoy que a nadie se le
negará asilo, cuando el año pasado poco más de cinco mil sirios lo
solicitaron en España y sólo le fue concedió al 44%.
Invocar la solidaridad como principal argumento para hacer algo respecto
a la crisis de los refugiados resulta tan conveniente e hipócrita como
culpar a Hungría por implementar algo muy parecido a lo que practican
Francia e Inglaterra en el Paso de Calais, o nosotros mismos en las
carísimas -cien millones de euros- vallas de Ceuta y Melilla.
No es la solidaridad. Es su derecho y nuestra
obligación. Un gobierno como el español, al que tanto le gusta invocar
la ley para aplicársela a los demás, debería saberlo. La postura de
España y la mayoría de los países de la UE contraviene no sólo el
artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino la
totalidad de los convenios e instituciones del derecho internacional
sobre el derecho de asilo que hemos firmado con tanto entusiasmo.
No es la solidaridad. Debería ser por simple lógica económica.
Inmigrantes y refugiados parecen siempre los culpables perfectos.
Resulta muy fácil culparles por el paro, por la precariedad, por los
bajos salarios, por la delincuencia o por las lluvias torrenciales.
Siempre aparece alguien dispuesto a hacerlo para mantenerse en el poder o
para alcanzarlo.
Rara vez se les reconoce su
capacidad para aportar valor y riqueza a unas economías agotadas y unas
demografías agonizantes. Si nuestra Seguridad Social llegó a general
80.000 millones de hucha para las pensiones se debió, en gran parte, a
las cotizaciones de esos inmigrantes que tantos se empeñan en señalar
como culpables.
No es la solidaridad. Debería ser por
pura política y estrategia ¿O es que alguien pensaba en serio que las
guerras pueden contenerse y podemos dejar que se maten sin molestarnos
mientras explotamos cómodamente su petróleo, su gas o su posición
geoestratégica? Los mismos que aplaudieron la guerra de Irak o quisieron
hacer la guerra por terceros en Libia o Siria, los mismos que redujeron
a cero las políticas de cooperación internacional, proclaman ahora que
la solución debe buscarse en los países de origen.
En
lugar de estimular la democracia y la libertad preferimos financiar
sátrapas y regímenes corruptos para ahorrarnos unos dólares en los
barriles de petróleo o el litro de gas. Ahora nos quejamos por la falta
de interlocutores y aliados al otro lado para afrontar la crisis. Pero
si pudiéramos seguiríamos llenando el mundo de tiranías como la de
Arabia Saudí o Marruecos. No somos tan solidarios, solo tan estúpidos.
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