Catalunya ha votado. Ahora le toca a España hablar
en una generales. Todos aquellos que reclamaban votar en un hipotético
referéndum catalán, ahí tienen su mejor oportunidad. Los catalanes se
han manifestado con mucha más claridad de la que se les reconoce o
asume. No es que no hablen claro. Más bien no se les quiere escuchar.
Los resultados del 27S dejan una realidad catalana plural y diversa que
sólo se pueden reducir a un Si o un No empleando unos niveles groseros e
insoportables de manipulación. Resulta penoso ver a los convocantes del
plebiscito ignorar los resultados porque no les gustan. Tan penoso como
escuchar a quienes negaban el plebiscito apuntarse el tanto porque
creen que lo han ganado. Quedaría por ver si los mismos que claman por
la derrota del independentismo con un 52% reconocerían la validez de su
victoria si las cifras hubieran salido al revés. Pero se intuye que no.
Las matemáticas son una cosa. La política es otra.
Más allá de las sumas interesadas entre partidarios de
un bloque u otro se dibuja una evidencia transversal confirmada elección
tras elección. A un lado y al otro suman una incontestable mayoría
quienes demandan que Catalunya sea reconocida como una nación. Unos
cifran ese reconocimiento a la independencia, otros a un nuevo pacto con
el Estado y otros a una reforma constitucional. Pero el espacio común
donde se encuentra la gran mayoría de las catalanas y los catalanes se
construye sobre la pertenencia a una nación llamada Catalunya.
La demanda ha sido planteada. Podemos seguir votando hasta el día del
Juicio Final y continuará ahí. Ahora hay que darle una respuesta. No
debe constituir de lo único de que debatamos en la generales, pero sí
debe aportar un contenido relevante a la campaña.
Reconocer a Catalunya, y a otras, como nación y que se mantenga en el
Estado español exige abandonar la concepción de la soberanía asociada a
la afirmación de España como un Estado-nación. Requiere concebirla como
un Estado plurinacional resultado de un pacto entre naciones iguales.
Las otras opciones pasan por aceptar la independencia o
institucionalizar el conflicto buscando reconocimientos parciales o
simbólicos o negando directamente la posibilidad de negociar la cuestión
de la soberanía.
De momento el único que ha hablado
claro ha sido el PP. Su respuesta es no y su oferta consistirá en que
nada cambie. Para los populares la Constitución del 78 y las autonomías
representan el punto de destino y el final del trayecto. Sólo se puede
ir marcha atrás.
Al resto de las fuerzas que aspiran a
ganar en diciembre les corresponde y les conviene clarificar su
respuesta y su oferta. Tenemos derecho a saberlo y debemos exigirlo. La
ambigüedad es cosa de cobardes.
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