sábado, 5 de septiembre de 2015

Sí, queremos meterlos en nuestra casa



José-Antonio-Palao. 
José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la  Universitat Jaume I de Castelló 

Yo no sé si los inmigrantes musulmanes ponen en peligro la Cristiandad europea. Si fuera así, igual habría que extenderles la alfombra roja de la bienvenida. El cristianismo es una religión, allá cada cual. Pero la Cristiandad fue un régimen político bárbaro y totalitario, como lo es el ISIS.  La diferencia no es banal. Ahora bien, de lo que sí estoy seguro es que alguien que da muestras de paletismo y tosquedad como las que da Víktor Orbán, xenófobo y defensor de la pena de muerte, pone en peligro la cultura democrática europea. Como un Fernández Díaz, por ejemplo, al que tan erectas le gustan las vallas y tan flácidas las puertas de su despacho en el Ministerio. Gente así rebaja el nivel de la política al de la barbarie y la superstición.
En cuanto a Alemania, pues aquí la tenemos en el eterno bucle de la auto-justificación y la culpa, que ha sabido conciliar muy bien con su alma de mercader. Si su mala conciencia (¿imagen?) por el holocausto tuvo que ser lavada, entre otras cosas, recogiendo en su Constitución el derecho universal de asilo -que la hace, junto a su condición de primera potencia económica europea, destino soñado por los refugiados sirios- no olvidemos que la intención real de la inclusión del artículo 16 en ella era, sobre cualquier, otra socavar a la RDA provocando el flujo masivo de ciudadanos alemanes hacia la RFA, lo que llevó al régimen estalinista de Berlín a levantar el triste  muro. El interés político anticomunista (era la frontera de la OTAN con el Pacto de Varsovia) fue su aliento fundamental pensando en la Gran Alemania, dictadora de Europa y martillo de sus pueblos, con la que ya soñaban nada más dar por acabada la Segunda Guerra Mundial, no seamos ingenuos. Que ahora se vean obligados, por mandato constitucional, a acoger a los sirios, que pueden pasar por refugiados políticos y no por inmigrantes económicos -distinción que ha puesto en duda el fascista británico Peter Bucklitsch, que es que están por todas partes, no sólo en España y en Hungría-, son efectos secundarios de la universalidad de las leyes liberales.
Entiendo perfectamente la sensibilidad herida de los telespectadores (ciudadanos, también) occidentales ante la imagen del cuerpecito de Aylan tendido en la playa. Pero mira que es casualidad que esta foto haya salido a la luz justo cuando los que huyen lo hacen de enemigos de occidente como Al-Assad y el Estado Islámico. No estaría de más recordar de paso cuantos cadáveres negros de niños subsaharianos yacen en el fondo del Mediterráneo, porque nunca pudieron llegar a una playa huyendo del hambre al que los condenan el imperialismo y sus títeres. No sé. Igual ya no es materia para los telediarios y las portadas de los periódicos y habrá que esperar a que se haga cargo Discovery Channel. O poner a cantar a Machín. A mí me producen la misma rabia los angelitos negros que los blancos, aunque sus cadáveres estén en el fondo del mar y no haya una cámara para registrarlos. Creo importante que no olvidemos que, además de ser un niño muerto en el mar, pillado entre la presión de guerra en una costa y la de la burocracia capitalista en la otra (las dos presencias mortíferas por excelencia en nuestra época junto a la violencia contra las mujeres), también es una imagen. Una imagen que los medios han tenido especial interés en registrar y sobre todo en difundir. Dejo a la reflexión de cada cual el porqué. Pero lo que no podemos ignorar es su dimensión de imagen, su dimensión de mirada.
En cuanto a nosotros, por fin vamos poder asumir el reto que el PP y sus acólitos nos espetan constantemente: ¡Si tanto les importan los refugiados y los sin papeles, métanlos en su casa! Eso intentamos. Pero primero había que reconquistar la casa ilegítimamente expropiada. Poquito a poco. Con orden. Ese orden que las reaccionarias instituciones europeas pretenden andar buscando, pero que nunca encuentran porque no tienen ninguna voluntad política de arreglar el problema y de facilitar el proceso. En efecto, algunas cosas están en esta España que ya parece post-PP. Con todos los peros que he expresado, creo que las iniciativas que están llevando a cabo las candidaturas populares y progresistas, en muchos ayuntamientos del Estado Español, para ofrecer acogimiento a los refugiados son una muy buena señal, una magnífica acción práctica de radicalidad democrática. Tan importante es cambiar nuestra mirada, como combatir las políticas neoliberales.
Pero no olvidemos que siguen ahí, agazapados en estos tiempos de reflujo electoral, con todo su arsenal demagógico en reserva, para instigar a la fobia al extranjero, al diferente, al débil. Las redes sociales dan muestra de ello. No debemos bajar la guardia. Y pensemos que no lo hacemos sólo por nosotros. Más nos gustaría que todo el mundo pudiera permanecer en su casa, que nadie tuviera que huir del hambre, de la barbarie, de la guerra. Pensemos que, hoy por hoy, casi ningún tirano sobreviviría en el mundo sin el apoyo de los intereses económicos occidentales. Que ninguna de esas barbaries se ha originado en algo distinto de las maniobras de imperialistas y neocoloniales de Occidente. Luchar contra el neoliberalismo y sus políticas salvajes, aquí en casa, es luchar por el bien del mundo. Bienvenido todo el que pueda echar una mano.

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