Concepción Arenal, la visitadora de cárceles ... - RTVE.es
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8 mar. 2014
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Hay seres que a su paso por el mundo dejan tanto bueno en él, que siempre quedan su rastro y sus rostros como chispas de luz en medio de la opacidad y las oscuridades de cada época, como señales en el camino que animan a seguir la larga marcha, colectiva e individual, de la dignidad y del amor sin fronteras ni excusas.
Anoche, zapeando en plan déshabillé, o sea, pijama y sofá, llegué a la 1, esa cadena tan pesada, que desde finales de 2011 y fin del último gobierno socialista, nunca suelo sintonizar, mismamente por falta total de sintonía y porque la experimento cadena, cadena, de las de verdad, de las que oprimen y atan al paredón de las monsergas, tópicos y paparruchas manipuladoras e infumables, por decreto, estacazo y tentetieso.
Anoche, seguramente, por causalidad más que por casualidad, me tropecé con una peli que ya había visto hace tiempo, sobre la vida de una mujer de una pieza, Concha Arenal, que tuvo el valor y la compasión de reformar el sistema penitenciario de su tiempo, introduciendo en él unas prácticas éticas, justas y dignas; un hallazgo que, como suele pasar con lo verdadero, lo bello y sustancioso, -también sucede lo mismo con los libros, los cuadros, las esculturas, la arquitectura, la música, las ciudades, los paisajes de la naturaleza y con los seres humanos- cada vez que se vuelve a encontrar se descubren en él más contenidos, más profundidad y más matices y aspectos, porque también una misma ha ido cambiando su mirada y su alma, y creciendo o menguando en ese tramo temporal que separa cada ocasión, y ya ya tampoco es la misma espectadora de la primera vez en que se contempló la obra, el entorno o la persona.
Anoche, seguramente, por causalidad más que por casualidad, me tropecé con una peli que ya había visto hace tiempo, sobre la vida de una mujer de una pieza, Concha Arenal, que tuvo el valor y la compasión de reformar el sistema penitenciario de su tiempo, introduciendo en él unas prácticas éticas, justas y dignas; un hallazgo que, como suele pasar con lo verdadero, lo bello y sustancioso, -también sucede lo mismo con los libros, los cuadros, las esculturas, la arquitectura, la música, las ciudades, los paisajes de la naturaleza y con los seres humanos- cada vez que se vuelve a encontrar se descubren en él más contenidos, más profundidad y más matices y aspectos, porque también una misma ha ido cambiando su mirada y su alma, y creciendo o menguando en ese tramo temporal que separa cada ocasión, y ya ya tampoco es la misma espectadora de la primera vez en que se contempló la obra, el entorno o la persona.
A quienes no hayáis tenido la ocasión de hacerlo, os sugiero que si tenéis un rato, y os apetece ver algo que valga la pena, lo invirtáis en este documento biográfico, que en estos momentos, especialmente, adquiere un valor testimonial imprescindible para reflexionar sobre los mundos que nos rodean y la capacidad del ser humano para mejorar su entorno, si se empeña, claro. Además de disfrutar una de las más brillantes interpretaciones de la increíble, talentosa y genial Blanca Portillo, y no sólo ella, sino también el resto del elenco, la dirección, el guión, la ambientación y la fotografía. Un regalo, que se queda como invitación a la danza de la conciencia y sus siete velos que al caer revelan tantos rincones ocultos del misterio humano. Que lo disfrutéis si os apetece.
(para ver la peli hay que pinchar sobre el rótulo amarillo del encabezamiento)
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