viernes, 11 de septiembre de 2015

Pistas de aterrizaje




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La prisas por quemar etapas y conseguir en el plazo más corto posible lo que deseamos es un mecanismo que nos impide crecer. Madurar. Mejorar. Avanzar por una vía sostenible y sana.  Y, por supuesto, ser felices.
 ¿Qué nos pasa? ¿Por qué andamos en esas tesituras? ¿Qué mecanismos nos atan a esa rueda que los budistas llaman 'karma' y los occidentales consideran  una 'fatalidad irremediable porque así es la naturaleza humana'

Hay un mecanismo innato que nos aboca a repetir lo mismo en todas las ocasiones en que podríamos liberarnos de las ataduras que nos impiden cambiar a mejor, y del que no es fácil darse cuenta. 
Ese entramado es complejo en su estructura, pero tan persistente y 'natural' en su funcionamiento, que ha terminado por convertirse en  lo normal, no porque lo sea, sino porque se ha hecho tan imprescindible y apremiante como una adicción, como la necesidad de fumar, de darle al frasco, de tomar café y dulces o de malcomer a todas horas "picando", o de comprar, de ligar y enrollarse compulsivamente con lo primero que se tropieza, o de no ser capaces de soltar el móvil ni un segundo. Ese entramado es nuestra inconsciente  e inercial tendencia a mezclar el relicario del pasado con nuestros ilusorios montajes escapistas hacia el futuro. Es, sencillamente, inseguridad y miedo a no tener nada a qué agarrase fuera de nosotras porque dentro no se detecta ni experimenta nada más útil, válido ni satisfactorio. 

¿Cómo funciona esa autotrampa encadenadora? Lo hace por medio de nuestros pensamientos previos a todo lo que experimentamos, leemos u oímos, -desde el pre-juicio- que saltan como resortes en medio del presente, que en realidad es lo único tangible de que disponemos. El pasado ya no está, el futuro que aún no ha llegado, en su momento será presente y después se convertirá en pasado; pero son los restos mentales del pasado y los pronósticos futuribles los que dominan esa única realidad experimental directa de la que disponemos: el presente,  que solemos ignorar y maltratar, y por ello, lo único que conseguimos es ir repitiendo y afianzando los tics del pasado y modelando el futuro con esos mismos tics, que nos suelen confundir disfrazados de "prudencia", de "realismo", de "responsabilidad", de "sensatez y sentido común", de "la tradición", etc... Hasta el punto de considerar "genios" a las personas capaces de descubrir el poder y la sana riqueza del presente sin atarlo como siervo del pasado ni usarlo como una cometa en el aire, sujeta con la cuerda de una ilusoria prospección del porvenir.  Y es curioso que se considere "genial" la anomalía, sólo como rareza exótica, por lo escasa, sin comprender que la verdadera anomalía e impedimento fatal es, justo, lo contrario: considerar 'normal', precisamente lo que resulta nefasto, mediocre y tragicómicamente enfermizo. A la vista está que si el pasado domina el presente, cuando el futuro, a su vez, llega a ser presente resulta mucho peor de lo previsto en los vaticinios, -sólo hay que mirar las hemerotecas- repitiendo la maldición del pasado, que consiste, precisamente, en desactivar la capacidad renovadora y activa del presente.
El pasado y el futuro sólo son inercias tramadas por la mente y el deseo, pero nunca son logros tangibles de la voluntad inteligente, de la conciencia, sino meras especulaciones, que nos dominan teóricamente, en la medida en que las hipervaloramos y asumimos como irreversibles líneas maestras de nuestro existir llevándolas a la práctica sin el menor discernimiento. Por eso gran parte de la humanidad sobremuere atrapada en la tenaza que forman el pasado y el futuro, convirtiendo el presente en un tornillo, en una tuerca, en un mecanismo que hay que retorcer para acoplarlo al agujero previo que el taladro del pasado ha hecho en nuestras vidas, gracias a la broca de nuestras fijaciones. Es urgente vaciar y retirar esa caja de herramientas ya inútiles y oxidadas que nos impide ver lo que hay detrás de ella.  

Para comprobar la realidad de este análisis sólo basta asistir a alguna asamblea política con pretensiones de lograr el cambio. En ella se distinguen perfectamente los dos niveles: el teórico-ideológico-temporal (donde sólo se mueven las piezas del pasado y las especulaciones sobre el futuro) y el nivel del presente mondo y lirondo, sin más zarandajas. O sea, se comprueba la diferencia entre estar por los aires especulando con asaltarlos cuanto antes, -y fraguando métodos y estrategias para ello- y aterrizar en plan emergencia, tratando de que el tren de aterrizaje salga a tiempo y no  se atasque para no darse la castaña del siglo y poder dejar al pasaje sano y salvo en la pista. El pasado y el futuro están encantados con volar. El presente busca sobre todo el aterrizaje y que el viaje haya servido, al menos, para llegar al lugar para el que se ha sacado el billete. 

También este funcionamiento bloqueante lo encontramos en las relaciones interpersonales, en las que igualmente se funciona desplazándose desde el recuerdo ilusorio del pasado a la expectación ilusoria del futuro. O bien para magnificarlos o bien para temerlos y defenderse de ellos. Es decir, para atarse a ambos sin ver ni asumir el presente, que es la única posibilidad de liberarse del poder fascinador y paralizante de ambos. Por ejemplo: consideremos el origen de las tensiones que se llegan a convertir en abismos insalvables. "Lucrecia, "me" sacas de quicio", "Carlos, "me" sacas de "mis" casillas". ¿Qué son "mi quicio" y "mis casillas"? Pues, simplemente, las ideas enlatadas que constituyen "mi" bunker, mi pírrica seguridad, esa edificación que me 'protege' de toda posibilidad de abrirme al Otro, aquí  y ahora, compuesta por pensamientos y deseos que como nubarrones de ideas que van y vienen sin que yo ni siquiera lo note, me impiden la luz para ver mi presente irrepetible y del que no me cosco nada más que cuando me enfado o estoy eufórica, no porque viva el presente, sino porque uso el presente solo como plataforma sobre la que me regodeo en el pasado que 'conozco' y en un futuro desconocido aún pero de la "familia",  es un bis del pasado, que me anima a seguir buscándolo con fruición a costa de esacaquearme de vivir el  presente. En ese trajín no me entero de nada, se me escapa la realidad, mientras me dejo guiar por la especulación de lo que creo "saber" y "sentir" respecto al Otro, que son los Otros. 
Sin embargo, la realidad en ese momento frente al Otro, es la reciprocidad entre el Otro y yo, el reconocimiento de la igualdad sublime que nuestra esencia más simple, limpia y fresca, comparte, en la que todo es posible y todo tiene solución, resolución o disolución. Y como no lo veo, no lo comprendo, y me quedo presa en la red de mis pre-juicios, en el pasado desagradable que preside la idea negativa que me llevé del Otro cuando no logramos consensuar una situación, porque el pasado y el futuro llevaban la batuta del lance. Experiencia que almaceno y acumulo en el pasado, dándole un poder que no tendría si yo no lo hiciese posible.
Es imprescindible, para superar ese estado mecánico, aprender a "parar" la mente mecánica que no cesa ni un instante de proporcionar distracciones. Observar lo que pasa por ella, darse cuenta del automatismo de los pensamientos que fluyen sin parar y que ni siquiera son nuestros, sino residuos de otros pensamientos que como nubes atraviesan el horizonte de nuestra mente y vienen y van.Y que a base de tanto roce, acaban por alienarnos, hacernos extrañas a nosotras mismas y al Otro. A los Otros. La locura de la mente sin control de sí misma nos impide gozar el presente, que es donde se produce el encuentro con la Realidad. Donde el artista recibe el soplo de la creación, donde el científico, después de años de estudio y observación práctica, un día encuentra la respuesta del descubrimiento. La solución. Ese eureka (lo encontré!) del viejo Arquímedes. O lo que Descartes llama la revelación de una verdad tan plena e íntima que nada la contradice. Y que nadie la predica, y nada tiene que ver con los dogmas impuestos ni aprendidos, porque se ha encontrado desde la duda, desde la pregunta honesta del que no sabe nada de nada y está presente en su ignorancia. Del que ha dejado atrás las explicaciones del pasado y la especulaciones del futuro para dejar que la libre espontaneidad del presente se revele a sí misma con toda su preciosa originalidad universal. Una realidad que cuando se descubre nos resulta ya conocida, familiar, amable, reconfortante, sencilla, como una linterna que de pronto se enciende, sin que nadie nos tenga que explicar como funciona y de donde llega la luz, que ya estaba dentro de nosotros desde siempre , aunque velada por los relatos de terror del pasado y los cuentos de hadas  y ciencia-ficción del futuro.

No es fácil descubrir estos juegos malabares de nuestro psiquismo común  y personal, pero haberlos, haylos. La prueba es que a estas alturas de la evolución de la especie aún andemos tan trascamundeados y perdidas, y que todo vaya manga por hombro en nuestro entorno. Que un asesino de su mujer, un uxoricida,  declare a la Policía que "no sabe por qué lo hizo", "que no era yo", que "algo" le pasó por dentro, por un "dentro", con el que no tiene la menor empatía y que desconoce, porque su mundo se reduce al "fuera de sí", a la teledirección del pasado y del futuro, que no le permite gestionar el presente con inteligencia emocional...Que un cleptómano no pueda controlarse y se apodere de lo ajeno. Que haya políticos convencidos de que gobernar consiste en perpetrar malos tratos sociales y los conviertan en leyes.

Si tomamos como referencia paralela que explique desde la psicología este estado, podemos recurrir al Análisis Transaccional, e identificar las tres experiencias psico-temporales de pasado, futuro y presente, con los tres estados del Yo, que explica Berne, inspirándose en Freud: el Pasado equivale al tiempo del Padre o Super Ego freudiano, el Futuro es el  plano temporal del Niño, que equivale al Ello en Freud, y el Adulto-Presente, que para Freud es el Yo, es el tiempo resolutivo que equilibra, capaz de dar sentido y poner en orden a al Pasado y al Futuro, o sea, la sabiduría práctica del Adulto-Presente haciendo que se entiendan en él el supraconsciente  y muy racional Padre-Pasado y el inconsciente, instintivo e imprevisible Niño- Futuro.

Una sociedad prisionera de sus tabúes que considera su gran "riqueza"cosas como su 'herencia' llena de agujeros negros, su tradición desastrosa, su brillante pasado de picaresca e hidalgos figurones y bocazas de genio impositivo y chulesco, un pasado que solo es bueno porque es el 'nuestro' , porque 'siempre todo ha sido así...'  y que vive pendiente de construir un futuro que le permita salvaguardar ese mismo tesoro grabado a sangre y fuego en sus tics, en sus manías, en sus hábitos mentales, fijaciones beatas y trotaconventos que pueden ser soberanistas, caudillistas, hegemónicos, avaros, caciques, oportunistas, marrulleros, depredadores, víctimas, 'perdedores', pobres y marginales...  no puede ser libre jamás, sólo se puede cambiar de  verdad, si la educación y la higiene mental consiguen cambiar y sanar la estructura conductual y ética del terreno racional-emotivo, desarrollar una conciencia moral colectiva e individual y al mismo tiempo de una convivencia cada vez más sana, abierta, respetuosa, serena, plural y entusiasmada por vivir el presente como la realización de lo mejor de la historia pasada, pero sin ser su fotocopia ni su código de barras.

Es necesario vivir el presente en conciencia despierta, con toda su intensa fuerza realizadora desprovista de prejuicios, de miedo, de avaricia, de apegos ansiosos e insanos, de afán de control y de medrar a costa del engaño y del fingimiento de virtudes que no se conocen ni se practican, para que, de verdad, pueda cambiar lo que no funciona, curar lo que está enfermo crónico, regenerar lo que se ha desgastado y corrompido, suprimir la injusticia y la miseria espiritual, camufladas de coartadas 'necesarias', porque "siempre han existido (pasado) y siempre existirán (futuro)". Un mantra terrible que cierra todas las puertas de la evolución y que, cuanto antes, debemos borrar del acervo hereditario. Tanto privado como social.

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