por Alberto Garzón
Una candidatura unitaria para las elecciones generales está
hoy más cerca. Soy optimista. Durante meses he estado reuniéndome con
partidos políticos, movimientos sociales y alcaldes y alcaldesas del
cambio, entre otros, y todos han estado de acuerdo en la necesidad de
que haya una candidatura unitaria de ruptura; una candidatura para
cambiar el rumbo suicida de la política neoliberal en nuestro país; una
candidatura para no condenar a las próximas generaciones a una vida de
precariedad e incertidumbre vital. ¿Acaso queremos que nuestras mayores
aspiraciones laborales sean las de encontrar trabajos temporales y
contratos por horas? ¿Acaso creemos que lograremos construir una
sociedad más justa si no luchamos juntos?
Estamos más cerca, pero no hay garantías. Y por eso nos seguimos
dejando la piel en el proceso. Aún hay muchos obstáculos que superar,
pero estamos convencidos de que vamos a ser suficientemente inteligentes
como para superarlos. En un mundo como el nuestro, en el que la
política se ha espectacularizado y en el que a algunos medios solo
parecen interesarles los mensajes simplistas y morbosos, las
complicaciones se disparan. Cada día nos levantamos con noticias sobre
política que no hablan de política sino de politiquería. Algunos medios
han publicado en las últimas horas unas supuestas negociaciones abiertas
entre Podemos e IU. Nos dicen que unos son humillados y otros exigen,
que unos ceden y otros chantajean… Convierten así la política en un reality show
con el fin de mantener expectante a la audiencia, aunque nada de todo
eso tenga fundamento, aunque nada de todo eso sea política.
Estas informaciones buscan, en el fondo, reducir la posibilidad de
una candidatura unitaria, necesaria para cambiar el país, a una pelea de
barro entre personajes públicos, precisamente para obstaculizar el
cambio posible y necesario. Pero lo cierto es que no hay negociaciones
abiertas con Podemos, ni en despachos oscuros ni en plazas públicas. En
mi organización, Izquierda Unida, hemos aprobado –a mi juicio, de forma
inteligente- contribuir a construir espacios de confluencia con los que
unir a las izquierdas del país en torno a un proyecto de ruptura
democrática; espacios de confluencia construidos desde abajo y con
mecanismos participativos como las primarias abiertas. Eso es lo que
vamos a hacer y para lo que vamos a trabajar sin cesar.
Estoy convencido de que antes de mediados de octubre tendremos ya
articulados muchos de esos espacios, y convencido también de que
finalmente en diciembre habrá una candidatura unitaria. Los tonos y
actitudes de todo el mundo me hacen pensar de ese modo tan optimista.
Nos jugamos demasiado, todo un régimen, toda una vida, como para
fracasar en este intento. Esto no es una batalla entre partidos ni una
batalla entre siglas, es una batalla por un orden social. Lo hemos
repetido muchas veces, y seguiremos haciéndolo. Estamos ante uno de esos
momentos de la historia política en los que se pueden decidir los
diseños institucionales para los próximos treinta años.
Nos jugamos las próximas generaciones, no solo las próximas
elecciones. Hagamos pues prevalecer nuestros valores y principios de
izquierdas por encima de la espectacularización de la política y de las
miserias de un mundo hipermoderno que aspira a mercantilizarlo todo,
incluida la política. Nuestras organizaciones han de estar al servicio
de la transformación social, y sin duda eso hacemos y haremos en
Izquierda Unida. Os pido, amigos y amigas, que seamos críticos con las
informaciones que publican algunos grandes medios empresariales, cuyos
intereses políticos no siempre están al descubierto; que seamos críticos
también con nuestros dirigentes, incluido conmigo mismo, para conseguir
así que todos los procesos sean lo más participativos y acertados
posibles; y, por último, que elevemos la vista más allá del árbol para
ver ese bosque que es nuestra vida y que está amenazada por quienes, por
encima de todo y de todos, gustarían ver a su oposición fragmentada,
dividida y peleada.
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