Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona.
La enorme crisis del sistema capitalista occidental, desconocida por
su intensidad desde principios del siglo XX, cuando ocurrió la Gran
Depresión, explica las revueltas y movilizaciones contra las políticas
públicas (de clara sensibilidad neoliberal) que se han ido imponiendo en
la mayoría de los países a los dos lados del Atlántico Norte
(Norteamérica y la Unión Europea), por parte de partidos gobernantes de
tradiciones conservadoras, liberales y también socialdemócratas. Lo que
ha ido ocurriendo en España, con el abandono de las políticas
redistributivas y la adopción de tales políticas por parte del PSOE,
como reformas laborales encaminadas a reducir los salarios, así como
privatizaciones de los servicios públicos y desregulaciones de los
sectores económicos y financieros, es idéntico a lo que ha ido
ocurriendo en el resto de Europa, donde los partidos conservadores y
liberales han impuesto políticas muy similares. La única diferencia ha
sido la intensidad en la aplicación de tales políticas en respuesta a la
crisis financiera y económica, pero por lo general, han sido
prácticamente idénticas.
Estas políticas se han ido implantando bajo el supuesto de que eran
las únicas posibles, aunque era obvio que ello no era cierto. El Sr.
Zapatero, en lugar de congelar las pensiones para conseguir 1.500
millones de euros (con los cuales disminuir el déficit público), podía
haber conseguido incluso más dinero revirtiendo la bajada del impuesto
de patrimonio (consiguiendo 2.100 millones de euros). Un tanto igual con
el Sr. Rajoy, que en lugar de recortar 6.000 millones de euros a la
sanidad pública podría haber revertido la bajada del impuesto de
sociedades a las grandes empresas que facturan más de 150 millones de
euros al año -que representan solo el 0,12% de todas las empresas-,
consiguiendo prácticamente la misma cantidad de dinero.
La misma falsedad aparecía con el argumento de que la globalización
económica imposibilitaba la existencia de salarios elevados o el
mantenimiento de sistemas de protección social extensos (que
supuestamente hacían la economía menos competitiva), cuando se veía que
algunos de los países más globalizados en el mundo (como consecuencia de
su pequeño tamaño), como Suecia, Noruega o Dinamarca, tenían Estados
del Bienestar muy desarrollados, y los salarios altos.
La aplicación de tales políticas ha generado el surgimiento de
grandes protestas y movilizaciones, y muy en particular entre las clases
populares, que han sido las más afectadas negativamente por las crisis
económicas y financieras generadas por las políticas públicas impuestas
por tales partidos. Es lógico que los más afectados por estas protestas
hayan sido los partidos que tradicionalmente se consideraban los
instrumentos políticos de tales clases, como han sido históricamente los
partidos socialdemócratas en Europa o el Partido Demócrata en EEUU. En
Europa, el apoyo electoral a dichos partidos socialdemócratas ha
descendido espectacularmente, como también ha descendido su militancia y
capacidad de convocatoria ciudadana. En prácticamente todos los países
que han estado gobernados por partidos socialdemócratas, su apoyo
electoral y su número de militantes ha descendido de una manera muy
marcada. En EEUU un fenómeno semejante también ha ocurrido, tanto en la
pérdida de apoyo electoral como en el número de personas que se
identifican como miembros del Partido Demócrata. En aquel país, EEUU, no
existe la militancia tal como se entiende en Europa entre las personas
registradas como demócratas, pues la conexión de los dos partidos
mayoritarios con la ciudadanía es escasa, limitándose única y casi
exclusivamente al ejercicio del voto en las primarias dentro de cada
partido.
La respuesta varía desde la aparición de nuevos movimientos, como
Podemos o las Mareas (entre otros) en España, o la rebeldía de las bases
de tales partidos, como está ocurriendo en los partidos anglosajones,
tales como en el Partido Laborista británico, el partido socialdemócrata
canadiense (Nuevo Partido Democrático – NDP) y el Partido Demócrata en
EEUU.
En España es más conocido el caso británico, con el crecimiento tan
veloz e inesperado de las posibilidades de victoria del Sr. Jeremy
Corbyn (inesperado por el aparato del partido y por el establishment
político mediático del país, pero predecible para aquellos que hemos
estado analizando la evolución de la Tercera Vía iniciada por Blair y
–en contra de lo que se escribe- su fracaso electoral), que ha hecho
entrar en pánico a la dirección blairista del Partido Laborista, y sobre
el cual he escrito recientemente (“Qué está pasando en el Partido
Laborista del Reino Unido”, Público, 25.08.15). Valga aquí
indicar que sus propuestas económicas (ridiculizadas por los medios del
establishment) tienen mucho de sentido común. Sus propuestas, por
ejemplo, de que el Banco de Inglaterra ayude al Estado a favorecer las
inversiones públicas en vivienda social, energía, transporte y proyectos
digitales, han sido vistas con buenos ojos por muchos expertos
internacionales, e incluso por el senior editor del Financial Times, el Sr. Martin Wolf (Ellen Brown, “Quantitative Easing for People: Jeremy Corbyn’s Radical Proposal”, CounterPunch, Sept. 3, 2015).
El caso menos conocido en España es el del partido socialdemócrata
canadiense, el NDP, donde ha habido una rebelión masiva en contra de la
dirección blairista de tal partido, que estaba llevándole de derrota en
derrota. Un elemento clave de esta rebelión fueron los sindicatos, que
dijeron Basta ya y que se aliaron con las fuerzas rebeldes
dentro de aquel partido. El nuevo dirigente, Thomas Mulcair, no se ha
amedrentado frente a la hostilidad del establishment. El NDP ganó las
elecciones en Alberta, una de las provincias más importantes en Canadá
y, según las encuestas, es el que tiene mayor apoyo electoral de cara a
las elecciones al gobierno federal de aquel país, el próximo 19 de
octubre.
En EEUU, el caso Sanders, el senador explícitamente socialista, ha
sido otra sorpresa y choque para el establishment político y mediático
en aquel país. Ya he escrito sobre él en un artículo anterior (“El sesgo
conservador y neoliberal de los medios de comunicación”, Público,
27.08.15). Pero, además de subrayar que continúa creciendo su apoyo
popular (con actos que llegan a movilizar a miles de personas –en
Wisconsin, en el último mitin electoral, llegó a convocar a 10.000
personas-), es también importante subrayar que el candidato Sanders es
plenamente consciente (y así lo dice repetidamente) de que su elección
como Presidente –en el caso de que ocurriera- cambiaría poco EEUU a no
ser que hubiera un movimiento político social con clara vocación
transformadora, dispuesta a realizar un cambio radical, observación que
han hecho los otros dos dirigentes. Sanders lo ha dicho muy claro:
“Independientemente de quien salga elegido como Presidente de
EEUU, la realidad es que esta persona podrá hacer muy poca cosa. Y os
preguntareis, ¿por qué? Y la respuesta es fácil der ver. El poder de la
Corporate America (la clase empresarial dueña y/o gestora de las grandes
corporaciones, o lo que ahora se llama el 1%), el poder de Wall Street,
el poder de los grandes donantes de dinero a las campañas es tal, que
ningún Presidente puede enfrentarse a ellos. La elección que estamos
viviendo, por lo tanto, no es para elegirme a mí o a quien sea
Presidente. Lo más importante es crear un movimiento ciudadano que salga
de las bases de los grupos y asociaciones hartos de la falta de
democracia en este país (lo que en inglés se llama los grassroots) que se movilice para transformar radicalmente este país. Y ahí está el reto que tenemos“.
Ni que decir tiene que Sanders, Corbyn y Mulcair llevan toda la
razón. El caso Obama es un claro ejemplo de ello. Fue Obama el que, con
su eslogan “Yes, we can” -“sí, nosotros podemos”-, que originalmente fue
el grito movilizador de los sindicatos hispánicos (chicanos en
California y México) que querían transmitir el mensaje de que cuando los
trabajadores se movilizan pueden mover montañas –como elegir un negro
como Presidente de EEUU-, consiguió ser elegido. Pero el movimiento que
puso a un negro de Presidente de EEUU no continuó. En realidad, la
adaptación del candidato Obama (y lo que pasó a ser el Presidente Obama)
a la Corporate America, a Wall Street y a los grandes donantes de
dinero al Partido Demócrata fue casi absoluta, y el movimiento
desapareció.
La relevancia de lo dicho para España es
clara y transparente. No hay duda de que existe hoy un enfado general de
la población de los distintos pueblos y naciones de España hacia el
estado de cosas en el país, iniciado por el excelente movimiento 15-M
(al cual dedico mi último libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante,
Editorial Anagrama). Este movimiento de rechazo se presenta de miles de
maneras. Y la aparición de nuevos movimientos políticos, así como la
renovación de otros partidos políticos, han dado lugar a un tsunami que
se manifestó en las últimas elecciones municipales y autonómicas. Sería
muy de desear (y a este fin deberían dedicarse la mayoría de los
esfuerzos) que las próximas elecciones generales sirvieran no solo para
elegir el Presidente que España necesita, sino también, y sobre todo,
para ayudar a establecer un movimiento con vocación transformadora,
movimiento que por definición fuera muy variado y se expresara de
distintas maneras, que pueda no solo ganar electoralmente, sino también
transformar el país. Yo soy optimista, porque creo que está ocurriendo.
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