La voz de Iñaki

¿A quién le damos el Premio Nobel?

EL PAÍS  

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Eso sí que es un dilema. Elegir para el Nobel, entre lo mejorcito del elenco politicante convicto y confeso, a un candidato en plan primus inter pares, en medio de tanta neurona perjudicada y tanto ejemplar Matrix fashion, pero sin un Neo, ni una Trinity, ni un Morpheus disponibles ad hoc, que puedan explicar de qué va esto. 

Y si añadimos la guinda de la copa, ya es el acabóse: aún no se ha perfilado ni formateado y ni mucho menos, implementado, el modelo transversal y premiable de un Nobel con que celebrar la excelencia de la oligofrenia normalizada, partiendo de la simulación en diferido del sobrecogimiento estructural, en materia de reflejos intelectivos. 

Ese Nobel posible podría ser un galardón compartido por demasiados candidatos y tendría tanto novios y novias aspirantes a la mano que mueve la cuna del paripé rimbombante, que no es posible saber con seguridad cómo se podría acertar en la selección de la especie susodicha, o sea, de esa porción de humanidad afectada por la oligofrenia político-estructural, cuya inmensidad aún no ha permitido conocer con detalle la etiología real del fenómeno, o sea, si es que los individuos afectados por el genoma bradilógico (sic, escaso en el logos = corto en recursos inteligentes), llegan a la política ya afectados por una genética tocada del ala (derecha, fundamentalmente) o si por el contrario llegan con cromosomas limpios, con el ADN impecable, pero acaban resultando afectados por  un contagio masivo y sutil de las partículas más inestables y bailonas de su etho-sistema inmunitario. O sea, que tal vez sufran un bajón en la calidad de los ethocitos, las células inteligentes que defienden la inmunidad ante los ataques más agresivos del medio hostil, que acaban por debilitar las funciones de la glándula moraleal, que segrega los ethocitos, que a su vez hacen posible la inmunidad contra el sistema degradador de energías benéficas, dejando al individuo o individua completamente indefensas ante el panorama cretinizante y picaresco crónico del medio ambiente político. O sea, que la tarea de elegir a los posibles aspirantes a ese Nobel, podría ser un verdadero galimatías enmarañado y lleno de socavones inimaginables, capaces de cargarse un Estado entero por salvar el destrozado, enlodado y cada vez más pisoteado honor de casta original, con raíces en el feudalismo de la baja Edad Media, una larga y rancia, muy rancia, herencia recibida y acrecentada siglo a siglo. Un meritazo que sólo los ingleses están en condiciones de igualar, a base de tudores, de soberanas matusalén fashion, príncipes herederos septuagenarios y primeros ministros portadores, desde la adolescencia, de un consistente curriculum cerdonecrófilo. Todo un pedigrí de campanillas alucinógenas, capitanes garfio , incontinentes y campechanos reyes mataelefantes, reinas cornudas, ejemplares pequeños nicolases, presidentes con alzeihmer e infantas tan manilargas como honesticortas. Ni Muñoz Seca en sus más disparatados delirios teatrales y astrakaniles lo hubiese podido imaginar y menos, materializados en la realidad cotidiana. La epopeya del cutrerío ancestral  compartido y con partidos, mejor diseñada y revival de todos los tiempos habidos y por haber. Un passsote, vamos. 
Algo así como la paráfrasis de aquel poemilla satírico de Lope de Vega, aplicado a la gaya ciencia política y económica del momento clarividente actual


Juntáronse las lumbreras ppara elegir candidato
y después de largo rato haciendo elucubraciones
y fumando adormidera,
ppensaron que acertarían con ppuritita equidad
en ppremiar con el Nobél,
al más inútil doncel o doncella en paridad 
que menos luces tuviera entre la feligresía.

Salió un prócer barbicano, desnortado, medio trontro,
que encaramado de pronto en el borde de un escaño,
se dirigió al hemiciclo y preguntó al personal
después de pperder el Rato en preferente banal: 
"¿Quién de todos ha de ser el que se atreva a elegir
en este berenjenal  otro nuevo candidato 
para que pueda asumir premio tan excepcional? "   

 Tope de Pega