Quiero creer que somos mayoría los que preferimos que los catalanes
se queden porque quieran quedarse, no por obligación ni por miedo
Colóquese ante el espejo y diga, en voz alta: " España es una gran nación". Lo digo en serio, venga. Así, bien alto, que se oiga: "España es una gran nación". ¿Qué tal? ¿Siente algo especial?
Yo, nada. Bueno, sí: pereza. Y un poco de vergüenza. Vale, golpéenme
con una bandera talla Colón, acúsenme de mal español, antiespañol, tonto
útil de los nacionalistas, etc. Pero qué va: mal que les pese, yo me
siento español. Incluso muy español. Hasta diría que español por encima
de cualquier otra pertenencia (madrileño, sevillano, europeo). Y no me
avergüenza serlo. Pero tampoco me enorgullece, que es a lo que voy.
(Abro un paréntesis deportivo: ayer fui intensamente
español durante hora y media. España-Francia, baloncesto. Sufrí con los
nuestros ("los nuestros", sí), vibré con ellos, celebré sus canastas y
lamenté las del rival, animé con ganas (esa cosa tan boba de gritarle al
televisor)… Como ven, supero la prueba de españoleo, pónganme un
suficiente: el patriotismo deportivo es el mínimo común a la inmensa
mayoría de españoles, pero también el máximo para muchos de nosotros.
Orgullosamente españoles durante noventa minutos cada pocos meses. Y tan
contentos, para qué más.)
Insisto: no tengo ningún complejo con ser español. No quiero ser otra cosa. Lo que me avergüenzan son los gritos de rigor, las banderas gigantes,
el himno que nunca me supo levantar, y el alzamiento solemne de
manuales de historia ("¡la nación más antigua de Europa!"). Pero se
puede ser español sin toda esa cacharrería encima. De hecho, es como
somos españoles la mayoría. Sin que nos importe si es una gran nación o
una nación mediana, normalita, del montón. Y si es una gran nación pero
corrupta y sin derechos sociales, preferimos una micronación más libre y
justa, donde importe más cumplir la constitución que arrancarle unas páginas.
Si algo bueno han tenido estos últimos cuarenta años es la
desactivación social de toda una tradición de españolidad agresiva y
excluyente, que dividía entre buenos y malos españoles. El españoleo
como arma arrojadiza y calibre con que medir la calidad de los aquí
nacidos no ha desaparecido del discurso político, pero sí en la calle.
Quiero pensar que pertenezco a una generación a la que le da la risa
cuando dice frente al espejo "España es una gran nación".
Habrá quien piense que esa falta de sentimiento es un fracaso de la
democracia, del sistema educativo y cultural, no haber sido capaz de
construir un patriotismo democrático que reemplazase al
herrumbroso patriotismo franquista. Pero qué va. Es una ventaja: yo
quiero vivir en un país sin alardes, un país de ciudadanos antes que de
patriotas, donde uno hasta encuentre simpático aquello que Galdós
atribuyó a Cánovas: "español es el que no puede ser otra cosa". Cuando
más cómodos nos sentimos como españoles es cuando nadie nos exige el
taconazo de adhesión inquebrantable, cuando somos españoles sin más, sin
tener que saltar el listón de la españolidad.
A diez
días del 27S, toca otra vez sacudir la banderaza allí donde pueda dar
rédito: ya que el PP en Cataluña se va a convertir en un partido
exótico, se dedica a dar la matraca por el resto de España, por los ayuntamientos y
parlamentos autonómicos, para poder señalar a quienes no dan el
taconazo, a quienes se miran en el espejo y se les escapa una risilla
con lo de la gran nación.
Quiero pensar que somos
muchos los que no perdemos el sueño por una hipotética independencia de
Cataluña. Los que preferimos que se queden, claro, pero confiamos en
que, si se fueran, no por eso romperíamos los lazos con quienes hoy sí
son españoles porque no pueden ser otra cosa (catalanes a secas). Quiero
creer que somos mayoría los que desearíamos que los catalanes se
quedasen porque quisieran seguir con nosotros, por un proyecto común o
simplemente por estar cómodos, o no más incómodos que teniendo que
construir nada menos que un nuevo Estado (que ya son ganas). Que no
tengan que quedarse por obligación, ni por miedo al ejército, al apocalipsis o a quedarse fuera del mundo.
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