¿Qué significa la lluvia al final de Un día perfecto? Me
lo pregunto como espectador al salir de la magnífica película, una más,
que acaba de estrenar Fernando León de Aranoa. No es una pregunta
retórica, es que salgo de ver una historia dura, pero como espectador
empapado por un sentimiento de limpieza y alegría. Se trata, por
supuesto, de una inteligente manera de utilizar el humor
para destacar las luces y las sombras, los rasgos de crueldad y
generosidad, que hay en todo episodio humano de supervivencia. Pero se
trata de algo más.
Me viene a la cabeza un poema de Wislawa Szymborska titulado Fin y principio. La escritora polaca sabe que después de cada guerra alguien tiene que limpiar.
Las cosas no se ordenan solas, hay que echar los escombros a la cuneta
para que puedan pasar los carros llenos de cadáveres y para que empiece a
crecer la hierba sobre los recuerdos. Los que entendían de qué iba el
asunto dejan su lugar a una nueva generación y así continúa la vida
junto a los puentes reconstruidos, los muros apuntalados y los pozos con
agua limpia.
Hace falta que llueva para que crezca la hierba. El optimismo que
levanta la tierra con olor a mojado tiene que ver con la intuición de
una cosecha próxima. Cuando las nubes abren la mano, incluso en forma de
diluvio y castigo divino, el agua limpia la suciedad de la atmósfera.
Lo sé, y sé también que la historia que cuenta Fernando León nace de una
novela de Paula Farias titulada Dejarse llover. Sé también que comprometerse supone mojarse.
Pero siento que mi pregunta sobre la lluvia no es inútil, quizás porque
recuerdo el final del poema de Szymborska: “En la hierba que cubra /
causas y consecuencias / seguro que habrá alguien tumbado, / con una
espiga entre los dientes, / mirando las nubes”.
Volvemos a la guerra de los Balcanes. La película cuenta la historia de
un grupo de cooperantes internacionales a lo largo de un día
significativo, un día perfecto para ser contado, un día perfecto porque
se ha contado bien. Las imágenes hablan de casas destruidas, pozos
infectados, vacas muertas, carreteras con minas, familias destruidas, el
rencor, la explotación, el sufrimiento hasta nombrar la soga en casa de
los ahorcados. Las imágenes hablan también del amor, los cuerpos, la
solidaridad, las historias personales y un determinado sentido común que
es una negociación con la realidad imprescindible para la supervivencia.
El sentido común y la ficción tienen muchos lazos, más de los que se
piensa. El sentido común se esfuerza en que los deseos, los miedos y las
inquietudes personales alcancen un punto de encuentro con la realidad
cotidiana. La ficción se teje para que los vuelos de la imaginación
resulten verosímiles en el mundo que ellos mismos crean. Sentido común y ficción deben negociar con las exigencias de una historia.
Mirar las nubes mientras crece la hierba implica ver pasar el tiempo,
tomar conciencia del movimiento y la fragilidad de la vida, pero también
adivinar formas que tienen que ver con la imaginación: ahí están las
nubes, componen un mapa, o un rostro, o el cuerpo de un animal, o un
barco sobre el cielo. Las ficciones de la imaginación son un pacto con la realidad que
nos permite sobrevivir a las mezquindades, ajustar cuentas, saber que
hay un punto en el que los límites se quiebran, participar de la energía
optimista de una naturaleza que se esfuerza siempre en pensar un nuevo
amanecer bajo la oscuridad o la llegada de la lluvia bajo la sequía.
Merece la pena cuidar los inestimables puntos de unión que hay entre
nuestra verdad interior y la realidad exterior. Pienso en un abrazo, o
en la ternura, o en la complicidad de la ironía, o en las emociones del
arte y la ficción. Sentimos entonces que la experiencia no es sólo
individual, sino que es posible una realidad más amplia, algo que nos
transciende para bien, que funciona en nuestro favor, aunque a veces
ocurra más allá de nuestros cálculos. Por eso sentimos alegría y por eso
la lluvia puede salvar con nuestra ayuda a un grupo de gente que va a ser asesinada o puede limpiar un pozo infectado sin nuestra colaboración.
¿La lluvia? No es una pregunta retórica, sino una pregunta sobre retórica. Decir que la lluvia aparece en Un día perfecto como el cierre perfecto para una ficción perfecta es algo más que aludir a la maestría de Fernando León de Aranoa. Es reivindicar el valor indomable de la ficción.
Al hablar de las estrategias de su ficción, aludo también a su
compromiso y al sentido de su cine. Una de las respuestas más dignas y
rebeldes contra las barbaries de la realidad es la vitalidad de ese ser
que mira a las nubes y aprende a imaginar el amanecer o la lluvia del
día siguiente.
Por eso lo invocó Wislawa Szymborska como la imagen de un principio que insiste después del fin.
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