Cambien las leyes a la carrera, si lo desean, pero no se equivoquen porque no hay atajos. Incluso
si el independentismo es derrotado el 27 de septiembre, un 75 por
ciento del Parlament reclamará un nuevo estatus en su relación con el
Estado. Y será imprescindible abrir un diálogo profundo con
Cataluña, porque el encaje de Cataluña con el Estado va a necesitar ser
revisado a fondo, y ese diálogo va a desencadenar inexorablemente un
diálogo a fondo en España.
No se trata de decidir si necesitamos reformar la Constitución. Ese sería el último capítulo. Miren ustedes, si por arte de magia apareciera mañana una Constitución reformada, todo seguiría igual.
Porque no necesitamos renovar un texto, necesitamos renovar nuestra
voluntad de convivir, y necesitamos construir ese nuevo consenso del
cual la reforma constitucional sería consecuencia y colofón.
¿Por qué pudo lograrse en el 75? Siempre he creído que, entre otras muchas cosas, por miedo. Creo que el nuevo consenso que necesitamos en muchos campos, el primero Cataluña, no será posible hasta que nos asustemos. Y sospecho que no vamos a tardar porque motivos para asustarse ya hay ahora mismo.
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