Amigo Iñaki, ojalá estos gobiernos que sobetean nuestra baqueteada ciudadanía, lo viesen a sí de claro. Como tú lo describes cada día.Pero se ve que es cosa normalizada que quienes ven no gobiernen nunca y que los que no ven ni torta manejen todo. Tal vez porque los huecos que no llena la luz los cubre naturalmente la oscuridad o porque como dice Gandhi, el mal llena los espacios que el bien no ocupa. Quizás no tenemos demasiado claro las diferencias entre lo uno y lo otro. Se confunde todo -eso es la demagogia- y vivimos montando y desmontando belenes que nos salen carísimos. Como ese de los más de 80.000 euros de la Comunidad de Madrid bajo el cetro de Aguirre o la cólera de Dios. Nada rara, en este caso, si se tiene en cuenta ese cínico pecado de simonía. Dios debe estar que trina con semejante belén. Y encima a costa suya.
Lo cierto es que tal y como está el patio del poder, es absolutamente lógico que lo más sano nunca aspire a meterse en un lodazal que acaba salpicando y pringando a todos sí o sí. Y provocando que sean los salpicados y enlodazados por naturaleza los que se apoderen del poder. Que es lo suyo. Su ambiente natural. Como las lombrices andan por la tierra y ni siquiera intuyen que a sus espaldas está el cielo.
Claro, que se puede elegir que nos gobiernen lombrices o águilas. Por desgracia parece que las lombrices tienen más afinidad con el electorado y las águilas dan yuyu y vértigo. Lo trágico es que cuando las lombrices hacen lo único que saben hacer, se les exija resultados de águila. Es una aporía. Una entelequia. Un absurdo. Un imposible.
Si en otros países se procura votar águilas y aquí lombrices, ya sería cosa de que nos lo explicase cualquier documental enlatado de "El hombre y la Tierra". O que consultemos los tratados antropológicos de Beals y Hoijer.
¿Por qué en España nunca entró la Reforma y se apalancó en la contrarreforma sin saber de verdad ni a qué acción se oponía la tal reacción tridentina, estando gobernadas España y Alemania por el mismo emperador Carlos de Austria V - I?; ¿ por qué en España nunca entró la Ilustración y a todo sospechoso "ilustrado" se le corría a gorrazos por mal patriota y "afrancesado" discípulo de Voltaire? ¿Por qué cuando Napoleón trajo un poco de aire fresco se le declaró la guerra feroz, en vez de abrirle las puertas y dejar que los ilustres parásitos que Goya retrató sin cortarse un pelo, se quedasen para siempre en Fontainebleau, perdiendo una ocasión de lujo para librarnos del mochuelo monárquico para siempre y sin guillotinas de por medio?
La historia nos lo ha puesto fácil muchas veces, si lo hubiésemos intentado, claro, pero este país de Sagitario y católico aberrante, meapilas compulsivo, ama los vértices del poder por encima de todas las cosas. Como si fuese Dios, porque para él, para el país de la majada y el perro pastor, Dios es el César y viceversa. Le gusta tener una bota encima porque eso, le da una seguridad de oveja, y al mismo tiempo le da alas a su rebeldía de taberna y cafetín, le distrae del aburrimiento, como al hombre de casino provinciano de Machado, prisionero voluntario en la Arcadia del presente, mientras el humo del tabaco, los órdagos al mus y las partidas de "dominó" (qué nombre tan sugerente, ¿verdad?) dibujan algunas sombras en su frente. Entre los ojos torvos y vacíos y esa ceja negra continua, de oreja a oreja, que Gila describía como el luto riguroso por la inteligencia. El reino de las lombrices. Donde las águilas dan miedo, por si se las comen. Ni siquiera saben que las águilas se dedican a la caza mayor, no a lo que desde lo alto ni siquiera se ve.
España, Don Iñaki, no sabe funcionar sin alguien que la fastidie continuamente. Si llega alguien que intenta liberarla, le aplauden el discurso, pero nunca le votan lo suficiente para que gobierne. No se fían.
Las águilas asustan a las lombrices, aunque sea de oídas, porque ni siquiera las pueden ver; no sospechan que volar sea posible. Ni les interesa saberlo, tan conformes y adecuadas al fango por el que se deslizan y de espaldas a los horizontes que nunca han visto. Ni caben en su imaginación de lombriz.
Cuando oyen que otros países funcionan como águilas y no como ellas, lombrices, se enfurruñan, se enfurecen, se mueren de envidia e inventan todo tipo de manía persecutoria y los acusan de querer cazarlas y comérselas. Ignoran (como tantas cosas) que las águilas prefieren hacer sus nidos bien altos, sólidos y organizados y aunque se compadezcan de ellas y las animen, y acojan con afecto a las águilas que emigran desde lombrizlandia porque no tienen sitio para abrir las alas y levantar el vuelo, no pueden hacer nada más por ellas, si ellas mismas, las lombrices, no cambian su naturaleza filofanguera por una mutación alada que les permita dar el salto evolutivo y salir del Pleistoceno ideológico, cultural y antropológico en el que voluntariamente vegetan y reptan en un constante quejío insoportable e inútil.
Ahí está el freno, Iñaki. Y cuesta Dios y ayuda hacerlo visible y empezar a desbloquearlo. Pero todo se andará. Porque aunque haya males que duran milenios, y no sólo los imposibles cien años, como dice el refrán, todo tiene su final cuando la misma entropía acaba matando a sus creadores. Es la peor de las terapias, pero parece que en ciertas sociedades sea la única posible. Tal vez la vieja y cascada Ehpaña deba desaparecer tal y como la conocemos para que pueda nacer en otro registro más humano y habitable.
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