martes, 25 de junio de 2013

Miserimperio del tonto nacional e intransferible

Perdonadme si podéis, por la insistencia, pero el tonto nacional, como institución innata, como arquetipo patrio, me lleva de calle. Sobre todo por la calle de la amargura. Me alucina y me golpea la lógica de tal modo, que no puedo eludir su aniquilador protagonismo. El tonto es la célula madre de todos los males y desastres. El germen deficiente y subcognitivo que corrompe hasta la misma corrupción, quitándole su esencia de delito para dotarla de una estrategia excelsa y de ojo clínico agudísimo para la economía, el empresariado, la política, la "justicia" (¡!), las relaciones interpersonales y el sursum corda. El tonto aborígen de las Ehpañas es el eslabón perdido de la evolución peninsular. 

Alucinamos cuando la tontuna, con la desfachatez de su cinismo, se convierte en noticia y en ridículo absoluto, alucinamos porque además , tras su exhibición obscena, nunca pasa nada. Convivimos con ese estado infrahumano con una naturalidad pasmosa. Y muy preocupante. Mucho.

¿Cómo es posible que sólo nos impacte la tontuna y la pringue que genera cuando la vemos en el gobierno, en el parlamento, en la fiscalía, en la religión, en los partidos, en la administración, en hacienda, en la casa real, y no nos cosquemos cuando nos la cruzamos constantemente por la calle? ¿Es posible que creamos que el pp, la realeza, los banqueros y empresarios "mordor fashion" hayan brotado por generación espontánea? No hijos, no. No son marcianos. No son los lagartos invasores de aquella serie ochentera. Son el elixir, el jugo, la sustancia, de nuestros "valores", de nuestra "tradición" ni-ni. Ni educación, ni cultura,ni desarrollo, ni inteligencia que desarrollar. Ni ética ni lucidez con que entenderla como sustancia imprescindible para ser ciudadanos libres, demócratas y decentes.

Me explico con casos concretos. Por ejemplo: En el chaflán de enfrente hay, desde hace tres o cuatro años, una pequeña pizzería, sólo cocina y vende en plan fast food y a domicilio. Es un negocio familiar que regenta un matrimonio de mediana edad. Y que funciona con clientes fijos y ya amigos. Ayer abrieron otra pizzería, en el mismo plan, justo, en el chaflán de enfrente; con una particularidad: las mismas pizzas cuestan 50 céntimos menos. El resto del barrio, que es muy grande y con calles y plazas muy concurridas y comerciales, y con locales practicamente a cientos y a muy buen alquiler, no dispone de ese tipo de establecimiento. Hay que ser un merluzo, un tonto cum laude para no comprender que si se abre, justo enfrente, un negocio idéntico al que ya está funcionando, los riesgos y los perjuicios están asegurados, mucho más que las ganancias. 

Al ser ambos unos negocios muy modestos, si se quita clientela al que ya está funcionando, -que es lo que se pretende al colocarse frente a él- no se le permitirá ganarse la vida y el número de clientes "robados" tampoco va a sacar de pobre al competidor desleal y tonto por añadidura, ya que la clientela es la justa para poder mantener abierto un local sin pérdidas y poder vivir de ese trabajo modestamente. Pero no dos locales a la vez. ¿Qué se pretende, entonces? ¿arruinar al que ya está instalado y trabajando o que las exiguas y contadas ganancias no sean suficientes para  ninguno de los dos?

¿No sería mucho más inteligente buscar una zona del barrio donde no exista ese tipo de establecimiento y poder ofrecer allí lo que no hay todavía? Un negocio necesita hacer un servicio que no esté cubierto para poder prosperar, tener demanda lo más segura posible. Pero si la demanda de la zona ya está cubierta, la intención depredadora, cómoda, perezosa y zafia del intruso comercial, intentará aprovecharse del mercado que el otro se ha trabajado año tras año. Por lo que llevo observando durante mucho tiempo, los depredadores casi siempre acaban cerrando y perdiendo su inversión. Por torpes. Por ciegos. Y por pirañas.

Otro caso recientísimo. En un piso comienza a oler a queroxeno quemado, el olor y la humareda se hacen insoportables. Pero no es nada de casa, sino de la calle. Un vecino, recién instalado en casa de su novia, y en su terraza del primer piso se ha hecho una barbacoa a todo trapo. El olor a chusrrasco y a tóxico se hace irrespirable. El dueño de uno de los pisos altos baja al primero y pide por favor que se apague la barbacoa porque su mujer es alérgica al humo. Y porque además está más que prohibido hacer ese tipo de festejo culinario en las terrazas de las viviendas. El piso es de estudiantes. Y el novio de la titular del contrato, otro estudiante, se encara con el vecino y le dice que no piensa apagar su crematorio festero. Que se fastidie si le molestan el humo y el olor, pero que ya están puestos y no lo van a dejar porque él lo pida. El reclamante le dice que llamará a la policía municipal. El joven ni-ni (ni educación ni civismo) se ríe y le dice que lo haga, que llame. Y el otro llama. Los agentes obligan al vándalo a apagar el fuego con la amenaza de una multa altísima. Y así termina el episodio de la tarde del sábado. Pero...el lunes el joven tonto ejecutante, tiene un examen final de análisis matemático. Y cuando entra en el aula, se encuentra con que su profesor no está y que el profesor que le va a examinar es el vecino al que el sábado anterior humilló y obligó a recurrir a los agentes del orden público. También ni ni. Ni piedad ni compasión, a la altura de la merlucez convicta. "Procure no tener ni un error por leve que sea" -le dijo su juez examinador sonriendo con la calma del toma y daca- voy a ser absolutamente estricto y me atendré a los baremos que merezca usted" .
Al joven de los humos y el queroxeno carnívoro le ha quedado pendiente el análisis matemático para mejor ocasión. Porque se equivocó en el examen, tanto como en su conducta. Tonto aborígen. Como el ministro de los enredos y las infantas. Como las cospedales tartamudas ante la pillada simulada en diferido. Como Rajoy ante la hecatombe  estrepitosa de su sentido común. Como el rey pidiendo perdón por algo de lo que no se arrepiente y se le nota o asegurando en la tele, con un real cinismo apabullante, que "la justicia es igual para todos". 

Un país de tontos irredentos y que además ni siquiera lo saben ni lo quieren saber, se merece lo que tiene y lo que no puede tener: inteligencias que se resignen a este estropicio constante y se vayan a cualquier país que sepa valorarles y darles las oportunidades que merecen, no sólo por ser tan válidos, sino por no haberse deteriorado ni contagiado de los mismos miasmas que alimentan y desguazan el miserimperio del tonto ehpañóh.





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