viernes, 14 de junio de 2013

La última guinda del copazo o del copón, según se mire


El obispo de Córdoba: “Las mujeres jamás podrán ejercer el sacerdocio”

"Se trata de un don, nunca un derecho", asegura el prelado cordobés, que ya acusó a las escuelas de "incitar a la fornicación".
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No se esfuerce sonseñor, o ilustrísma, (qué curioso los tratamientos de cortesía son siempre en femenino, "excelencia", "ilustrísima", "eminencia" "señoría"`, "usía" "vuecencia" ¿será para compensar la falta del "don"?) como se autoproclaman ustedes mismos contradiciendo al propio Jesús de Nazaret, que lo dejó superclaro: "No llameis a ninguno padre, maestro ni señor, porque sólo Dios lo es". Ya digo, no se moleste en descorazonar a las posibles candidatas al sacerdocio. Las mujeres que son mujeres, no pescadillas de Findus, o sea congeladas en el frigo del dogma y del báculo, no tienen la menor intención de gozar ese "don" tan masculino y sa-cerdo-tal. Eso es una especial exclusiva de ustedes mismos y sus propios mecanismos. 
Las mujeres tienen dentro el vínculo divino de la maternidad y llevan fatal que sus niños puedan correr el riesgo de tropezar con algunos de ustedes. Que son muchos más que algunos, demasiados, por desgracia para ustedes mismos, pero sobre todo para los pobres niños que caen en garras tan poco evangélicas ni recomendables.  Garras que Jesús definió como par atar a una piedra de molino y arrojarlas al mar. 
Por esa misma feminidad inevitable, las mujeres entienden muy bien la parte femenina de los hombres y jamás avergonzarían ni perseguirían a ningún hombre por su homosexualidad. Se identifican con ellos porque ellas también han sido perseguidas y son maltratadas y asesinadas por no ser violentas y perdonar siempre de verdad y no denunciar ni poner tierra por medio por amor a quien no lo merece. 
Llevan ustedes muchísima razón. Las mujeres carecen del "don" de la fatuidad sermoneadora, siempre abstracta y lejísimos de la realidad. Ellas se comprometen sin necesidad de ponerse sotanas ni alzacuellos, ellas van sin miedo por las plazas del mundo a reclamar a sus desaparecidos mientras ustedes sentados en el trono del poder las ven en la tele y las desprecian sin bendecirlas, porque las bendiciones las dejan para los dictadores asesinos y jefes de este orden perverso en el que a ustedes les va de perlas. 
A las mujeres les gusta la verdad y el discurso directo que viene de la praxis, a ustedes los clérigos que son eunucos del Vaticano, que no son ni carne ni pescado ni frío ni calor, sino todo lo contrario, como esa iglesia del Apocalipsis a la que, literalmente, el Espíritu vomita de su boca, la verdad les produce sarpullido y prefieren el discurso enredado y sibilino del retórico que habla con mucha soltura de algo que ha leído desde siempre y nunca  ha experimentado. Los hechos delatan más y mejor que las palabras. 
A las mujeres les encanta la alegría y ustedes son catafalcos andantes, purgatorios portátiles. Responsos con rever. Ustedes ven pecado en todo, hasta en la mujer que Dios creó por amor no por fastidiar al hombre sino como su alma gemela. Su despertador, su llamada al interior. A la vida y a la unidad que la sostiene. Una vía hacia el amor divino y completo. "Hombre y mujer los creó". Y ya vale con eso ¿no? O debería valer. Que así se lo han enseñado. Aunque a lo mejor no lo han acabado de comprender, tan enredados en condenar a diestro y siniestro a todo bicho viviente que se les atraviese.
Pero la mujer no es de iglesia ni de castración. Es de belleza y de poesía, de fertilidad tan espiritual como biológica, es madre natural. Generosa y de alma grande. Y  es virgen por la misma cualidad. Aunque sea prostituta, dentro guarda siempre un rincón de inocencia y de virginidad intacta: su maternidad potencial y sagrada. Por eso el día que despierta, puede ver a Dios en su corazón. Como Magdalena.La de los siete demonios al principio y la gran santidad después. A la primera persona que Jesús se apareció después de resucitar. Era la que mejor lo entendía. La que no se iba a escandalizar ni a asustar, y a la que los demás no creyeron, obviamente, porque pensaban como curas católicos. Que ella no tenía "el don". Pero tenía al Maestro más cerca que cualquiera de ellos. 
Por eso las mujeres no necesitan el folclore de los manteos, las tiaras, las mitras, las casullas y capas pluviales. Son hermosas sin tener que sobrecargarse en plan barroco.  Ellas son el rostro materno de Dios. ¿Para qué necesitarían la comedia de ustedes, que llevan faldas y se visten ritualmente de mujer para imitarlas, como ridículas drag queens? Patéticos hasta el hartazgo. Tanto como un cónclave de ancianitos travestidos para un carnaval veneciano. Qué penita, Señor. Qué tristura dan los curas. 

¿No se ha fijado ningún sonseñor de este corte, que los curas buenos y útiles, normales y santos, incluso mártires por la causa del amor al prójimo, a la iglesia católica le sientan fatal y los margina, o los ningunea, o los persigue o los maltrata o los ignora, los entrega a los enemigos o los avergüenza públicamente, los suspende "ad divinis" como si ella controlase lo divino, o los excomulga y que sólo se promocionan los que se arriman más a Roma y a la letra escrita que traiciona al Espíritu?

Mire, don obispo, es usted muy dueño de decir tontunas, pero el que dice lo que quiere se puede encontrar con que le contesten lo que no quiere oir o leer. Y creo que es su caso. 
Tenga usted por cierto que su iglesia necesita a las mujeres mucho más que ellas a la iglesia de usted. ¿Quién les cuidaría de viejos y de párrocos desmañados? Pues una madre, una hermana, una sobrina o una hija o una esposa ocultas que pasan por ser "alguien de la familia". ¿Quién se preocupa por la comida caliente del cura en las aldeítas, perdidas en los montes de Asturias o del Pirineo? Pues la mujeres del pueblo, que añaden un poco más a la cazuela pensando en el mosén desastroso que no sabe ni freir un huevo, o se llevan la ropa para lavársela con la de sus hijos y sus maridos porque la casa abadía no tiene lavadora ni plancha, pero qué bien predica los domingos, el hombre del "don"...

Mire, sonseñor, por si no se ha enterado todavía, la única iglesia posible es la humanidad y ella es la metáfora de la mujer. Y el Espíritu su esposo, el que la llena de gracia sin fronteras y se llena a su vez de la gracia de ella. Y juntos elaboran y engendran la vida que empieza en el tiempo y se convierte en eternidad por medio del Amor, esencia de la que participan el Espíritu y su rostro femenino. Humano. Ustedes se marean y a esa maravilla tan evidente le llaman, nada menos que "misterio". Porque aún no se han comido una sola rosca con Dios. Es natural, ni tienen tiempo ni espacio interior para hacerle un hueco. Tan ocupados en conseguir concordatos y prosélitos se les ha olvidado para qué los quieren. A los prosélitos, claro. Lo de los concordatos canta por sí mismo.

¿Sabe que le digo, sonse? Que a lo mejor después de tres o cuatro reencarnaciones más, estarán usted y su cuadrilla  de especialistas, compuestos y apañados para dar el salto cuántico de la sencillez y del desnudo cósmico de prejuicios y chorradas, al corazón de ese Dios que tanto predican y del que no tienen ni idea. Se han olvidado de una cosa importantísima: si no se hacen como niños no se van a enterar nunca de lo que va la empresa de Dios. Querido sa-cerdote, de los niños no se abusa, se aprende.
Palabra de mujer. Te alabamos Señor.

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