Qué revolución más gilimoñesca. Qué guirigay de favela. Qué carnaval de gallinero por algo que todos están patrocinando. Vale, que los políticos no tienen perdón de Dios ni de los hombres, cuando no se coscan de sus mangancias institucionales y se aprovechan, con engaño descaradísimo y farisaico, de sus cargos para vivir como marajás mientras los representados que los mantienen se hunden en la miseria. Vale, que los banqueros merecen cárcel y devolver, junto a los políticos, hasta el último euro que han robado y hecho desaparecer en el proceloso mar del trinque "legal" y quedar inahabilitados para cualquier empleo que pase de la responsabilidad de peón de albañil o de arrastrador de contenedores de residuos urbanos .
Pero no vale, no vale, ni debería valer para nadie poner el grito en el cielo contra los dineros de Messi, si esos dineros están saliendo del bolsillo de quienes siguen llenando el graderío de los campos de fútbol y le costean voluntariamente al mago argentino del balón todo lo que libremente se lleva a donde quiere, puesto que se lo han pagado y no lo ha robado de preferentes ni de fondos públicos, ni del cajón del Ayuntamiento, ni de la cuenta del Gobierno Autonómico, ni se lo dan en sobres de dudosa procedencia, ni en prebendas barceniles o gürteloides. Se lo han pagado religiosamente sus admiradores. Sus incondiconales, sus esclavos mediáticos, que son capaces de gastarse los euros del subsidio de paro, del sueldo minijob, de la limosna de Cáritas o de vender a su padre en estraperlo y comprarse una entrada para ver al genio en su salsa.
Es patético ver la tv y escuchar los comentarios por la calle o en las tertulias, con esa vocación escandalizoide de coro griego en tragedia esperpéntica. Qué ceguera, por Dios. Qué analfebetismo rabioso escupido contra las hojas del rábano, que se queda tan a gusto escondido en las profundidades freáticas de la inconsciencia y de la incapacidad para ver lo que se deriva de lo que uno mismo facilita y patrocina. De norte a sur, de este a oeste, todos con el fútbol, cueste lo que cueste. ¿A qué precio? Al de las entradas que lo pagan. Cuando a base de entradas, se reparten los beneficios, se cobran buenos sueldos para los ejecutivos de los clubs y se dan sueldazos y traspasos mercantiles de jugadores "estrella", ¿de dónde crees que salen los millonazos del trueque? Pues de tu bolsillo forofo. De la privación de comprarte quizás un libro que te abra las entendedras, de tu inhibición cerebral para crecer y evolucionar adecuadamente. Ahí está la solución del "caso" Messi. Y de todos los casos parecidos.
Messi no ha cometido ningún delito, aunque por otro lado exista la posibilidad de tener o no una conciencia a la que repugne o no, el hecho de saberse megamulitmillonario en medio de una villamiseria globalizada. Pero la falta de sensibilidad hacia el dolor y la miseria del prójimo no es delito, sino una carencia, como no es delito ser deficiente mental o emotivo. Seguramente es más una cuestión genético-educativa. Lo mismo que la precariedad de las mentes y emocionalidades que permiten la existencia de "casos" Messi o similares. Por otra parte, colocar dinero en países de baja fiscalidad no es un delito sino una libre opción. Y tributar asesorados por abogados y expertos en leyes, tampoco es un delito en el código penal. Aunque lo pudiese ser en la conciencia. Pero eso es un terreno que no se legisla porque el nivel de exigencia en ese terreno se considera subjetivo y personal. A la vista está que no se puede ser solidario ni decente a base de decretos-ley. Eso fue precisamente el gran fracaso de que el marxismo se convirtiese en comunismo, al lenninizarse y degenarse con el stalinismo subsiguiente. La conciencia no se impone, se siembra, se cultiva y se recolecta con el ejemplo vivo y permanente de una sociedad que crece en valores éticos y solidarios. Verdaderamente humanos. Y eso no se puede improvisar jamás en plan chapuza ni imponer en plan fanático. Como no se puede hacer que un árbol de frutos tirándole de las ramas y zarandeando el tronco y desajustando las raíces. Nunca dará frutos. Sólo se rompe.
Seguramente a más de uno se le habrá ocurrido pensar qué pasaría si lo que se destina a pagar y a costear una riqueza exorbitante a Messi y a todos los "estrellos" del deporte a los que luego acusan de lo peor, se emplease en cultura, en sanidad, en infraestructuras que mejoren el funcionamiento de la sociedad, en becas para estudios e investigación, en créditos para iniciar proyectos como la adecuación energética de las viviendas ya en uso, para que salgan a un coste 0 de energías no renovables y contaminantes, que nos librarían, de paso, de los piratas hidroeléctricos, por ejemplo. Qué pasaría si ese dineral de escándalo se emplease en crear empleo en sectores como la fabricación de muebles, enseres y tejidos procedentes del reciclaje, en limpiar los ríos como el Ebro, por ejemplo, que está envenenado por las industrias que lo rodean y cuyas aguas ahora no son aptas ni siquiera para el riego de los campos. Qué pasaría si ese dineral se emplease en fomentar la vida, la cultura de la naturaleza, la economía y el trabajo en el mundo rural potenciando agricultura de calidad, personalizada con el puerta a puerta y la compra directa, si a los pirañas de la intermediación se les obligase a producir y vender su producto directamente. Y el empujón primero fuese una educación, una informatización y una puesta al día de la empresa agropecuaria.
Pues pasaría que podríamos salir para siempre de esta cueva rupestre en que nosotros mismos nos hemos resignado a permanecer. Y esa posibilidad no nos la va a dar ningún gobierno; nos la tenemos que procurar nosotros mismos, uno a uno, hasta ser unánimes en mayoría consensuada.
¿Qué podría hacer el gobierno más justo y honesto de este mundo con un pueblo que se empeña en crear millonarios de la nada, pagando con gusto y hasta con sacrificio, por ver sus habilidades en una pista, en un campo de fútbol o de golf, o en un circuito de coches o de motos? ¿Imponer una dictadura cultural como la guardia roja de Mao Tse Tung o como el Gran Hermano de Orwell? No se podría hacer nada jamás en ese plan para erradicar la miseria y cortura mental del rebaño. Si ese gobierno justo y ético, impusiese por fuerza de ley un código moral superior e inalcanzable para el nivel mental y emotivo del pueblo, se convertiría en un tirano dogmático inmediatamente.
La capacidad ética que convierte pueblos en ciudadanía no se puede imponer porque no es posible que la conciencia crezca bajo presión ni bajo amenaza, como ha pasado con las religiones del viejo mundo, a base de amenazar con el castigo eterno a los pecados han conseguido que el pecado sea una tara congénita y el miedo una amputación constante de los brotes de vida superior. Y cuando ese tipo de fuerza impositiva se desgasta y la gente se cansa de que nunca mejore nada con el sistema obligatorio, entonces, se da la vuelta social a la tortilla y el colectivo humano se rebela, destruye y desprecia lo que le había sido impuesto "por su bien" y no le ha dejado crecer. Y hace todo lo contrario de lo que aprendió, se desborda, se incendia, se revuelve contra sus opresores y si logra derrotarles les somete al mismo código que ha aprendido de ellos. La venganza y el talión del ojo por ojo. Así nos podemos encontrar que en una manifestación actualmente aún se pronuncien slogans repulsivos, machistas o violentísimos contra los tiranos del momento. Una muestra de lo que todavía nos queda por superar.
Cuando la gente está sin trabajo ni casa, ni subisdio cuyos hijos ni siquiera pueden comer en la escuela y los 400 euros de pensión del abuelo tienen que estirarse para cuatro personas más, no se puede exigir que no se pierdan los estribos. Pero no se olvide que esa pérdida de estribos es un arma de dos filos: el mismo exceso de rabia nubla la inteligencia y no deja ver salidas que existen y se pueden usar para bien de todos.
Y es que evolucionar no es cosa de fuerza, ni de represión ni de devolver la pelota en el mismo plan, sino de habilidad sutil y firme en un trabajo por el bien común por encima de miserias, amenazas y bajezas; es cosa de fina estrategia, de maestría imperceptible y de contagio pedagógico en el cuerpo a cuerpo de cada día con el reto de vivir. Un riego por goteo que regulan mano a mano el amor y la inteligencia. La inteligencia racional-emotiva.
¿Qué podría hacer el gobierno más justo y honesto de este mundo con un pueblo que se empeña en crear millonarios de la nada, pagando con gusto y hasta con sacrificio, por ver sus habilidades en una pista, en un campo de fútbol o de golf, o en un circuito de coches o de motos? ¿Imponer una dictadura cultural como la guardia roja de Mao Tse Tung o como el Gran Hermano de Orwell? No se podría hacer nada jamás en ese plan para erradicar la miseria y cortura mental del rebaño. Si ese gobierno justo y ético, impusiese por fuerza de ley un código moral superior e inalcanzable para el nivel mental y emotivo del pueblo, se convertiría en un tirano dogmático inmediatamente.
La capacidad ética que convierte pueblos en ciudadanía no se puede imponer porque no es posible que la conciencia crezca bajo presión ni bajo amenaza, como ha pasado con las religiones del viejo mundo, a base de amenazar con el castigo eterno a los pecados han conseguido que el pecado sea una tara congénita y el miedo una amputación constante de los brotes de vida superior. Y cuando ese tipo de fuerza impositiva se desgasta y la gente se cansa de que nunca mejore nada con el sistema obligatorio, entonces, se da la vuelta social a la tortilla y el colectivo humano se rebela, destruye y desprecia lo que le había sido impuesto "por su bien" y no le ha dejado crecer. Y hace todo lo contrario de lo que aprendió, se desborda, se incendia, se revuelve contra sus opresores y si logra derrotarles les somete al mismo código que ha aprendido de ellos. La venganza y el talión del ojo por ojo. Así nos podemos encontrar que en una manifestación actualmente aún se pronuncien slogans repulsivos, machistas o violentísimos contra los tiranos del momento. Una muestra de lo que todavía nos queda por superar.
Cuando la gente está sin trabajo ni casa, ni subisdio cuyos hijos ni siquiera pueden comer en la escuela y los 400 euros de pensión del abuelo tienen que estirarse para cuatro personas más, no se puede exigir que no se pierdan los estribos. Pero no se olvide que esa pérdida de estribos es un arma de dos filos: el mismo exceso de rabia nubla la inteligencia y no deja ver salidas que existen y se pueden usar para bien de todos.
Y es que evolucionar no es cosa de fuerza, ni de represión ni de devolver la pelota en el mismo plan, sino de habilidad sutil y firme en un trabajo por el bien común por encima de miserias, amenazas y bajezas; es cosa de fina estrategia, de maestría imperceptible y de contagio pedagógico en el cuerpo a cuerpo de cada día con el reto de vivir. Un riego por goteo que regulan mano a mano el amor y la inteligencia. La inteligencia racional-emotiva.
Y ahora la gran pregunta ¿qué pasaría con el deporte, acaso no es bueno? Por supuesto que es bueno y supernecesario. Pero no debería convertirse en una alienación comercial que vacía bolsillos e inteligencias y voluntades, para hinchar el ego y enriquecer a cuatro gatos afortunados y que todo siga en plan panem et circenses. O sea dependiendo más del espectáculo-negocio que del potencial humano que puede llegar a desarrollarse en el alma de un país.
Por ejemplo, cuando un chico o una chica demuestran cualidades deportivas excepcionales es estupendo, pero sería más estupendo todavía que se crease una especialidad universitaria y de grado medio para el deporte. Donde los mejores deportistas tuviesen la posibilidad de dedicarse también a enseñar, a cultivarse ellos y a cultivar las inteligencias y las dotes físicas y deportivas de los ciudadanos. No para exhibirse solamente, sino para estar mejor ellos mismos, para medirse con sus propias limitaciones sin tener que competir con las limitaciones de otros, algo que genera rivalidades, envidias y zancadillas constantes. Miseria moral y atrofia esencial.
Expertos en el estudio y la práctica a la vez, recuperarían toda la dignidad del hombre/mujer completo, que no es un fenómeno de feria muy bien pagado mientras se exhibe en sus años jóvenes, pero luego está condenado a vivir especulando con los dineros acumulados, porque su vida profesional es brevísima y vivir del deporte competitivo para siempre, deriva en barbaridades como especializarse en la producción de "fenómenos" a base de tratamientos artificiales y peligrosos para la salud como el negocio del dopping. O las mafias de camarillas y clubs deportivos mafiosos, donde el dinero es el poderoso caballero, la incultura es la madrastra de miles de cenicientas aspirantes a que el dedo del príncipe acaudalado en forma de club y de afición, las elija y les dé el caché que las hará "únicas y especiales". Un asquito digno de la caspa rosa y el papel couché. Un futuro hipotecado por la cutrez propia y social.
El ser humano es mucho más que un objeto de compraventa exhibicionista y mucho más que un caballo de carreras acaudalado o un galgo de canódromo multimillonario. Mucho más que una manada hambrienta de estímulos pasivos que los convierte en "público". Precisamente el deporte es una herramienta perfecta para ayudar al despertar de la conciencia. A la entrada en planos más elevados de percepción, muy cercano al éxtasis modificador de la conciencia y la sensibilidad perceptiva, pero para eso hay que practicarlo por su belleza, por su nobleza y por su arte, porque lo tiene. Por eso emociona como espectáculo cuando está en su centro verdadero, sin violencia, sin trampas, sin vencedores ni vencidos. Por eso el juego limpio conmueve, emociona y eleva aunque no gane siempre. Por eso mismo hay partidos que psíquica, ética y estéticamente los ganan los que han perdido por la inteligente belleza de su juego impecable.
Se alcanza una magia magnética que acerca a lo espiritual y eso es lo que engancha a las masas, pero ellas creen que sólo es la competición y la rivalidad del ego. Eso es la capa más baja y elemental de la noble disciplina deportiva. Hay mucha más gracia, gozo y satisfacción en el impulso supremo de la belleza limpia que en el juego sucio y tramposo de la mediocridad.
Imaginemos por un momento que despertamos, que no volvemos a gastar un euro en espectáculo deportivo y que ese dinero va a parar a un proyecto general de dignificación y estudios superiores del deporte, y que nuestros nietos podrán alcanzar niveles de conciencia tan hermosos y eficaces como para que crisis de precariedad absoluta como la que ahora sufrimos y fomentamos, sin saberlo, no vuelvan a repetirse nunca más en la historia de España y del hombre en general.
Y para que nunca un talento como el de Messi, o cualquier otro, tenga que humillarse acumulando dinero por todas partes sin haber descubierto quién es de verdad y lo que vale realmente como ser único e insustituible en la creación, no sólo por lo que hace sino por todo lo que puede llegar a hacer si está libre de un sistema terrible y depredador. Un ser, no para la especulación castrante, sino para el infinito profundamente estimulante, construcitivo y gratificador. Para la felicidad. Como lo somos todos.
Y para que nunca un talento como el de Messi, o cualquier otro, tenga que humillarse acumulando dinero por todas partes sin haber descubierto quién es de verdad y lo que vale realmente como ser único e insustituible en la creación, no sólo por lo que hace sino por todo lo que puede llegar a hacer si está libre de un sistema terrible y depredador. Un ser, no para la especulación castrante, sino para el infinito profundamente estimulante, construcitivo y gratificador. Para la felicidad. Como lo somos todos.
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