El comisario Zenon Dûpré era un viejo amigo de la familia. Había sido un puntal en la resistencia y un sabueso investigador en la guerra del Magreb. Lleno de medallas hasta no poder colgárselas todas porque no le cabían en la chaqueta del uniforme y porque el propio peso de los metales acumulados lo habría tirado para atrás. En un apoteósico decúbito supino. La "Legión de Honor", "Sufrimientos por la Patria", "Mérito Civil", "Comendador Justiciero", "Caballero de la Honestidad Cívica", "Gestor Excelso de Pompas y Circunstancias", "Hijo dilecto de Madre Discutible", "Padre Irreprochable de Hijos de la Gran Patria", en fin, todo un elenco insuperable del que muy pocos podrían alcanzar a presumir. Pero él sí. Por supuesto, que era de verdad un puesto estupendo.
El comisario Dûpré tenía una inteligencia excepcional, un olfato increíble para detectar los rincones más enrevesados y oscuros de la mente humana y sus peores intenciones. Era como un tac instantáneo de la realidad más escondida en la más densa y espesa de las apariencias. Como una máquina natural de resonancia magnética. Pero con la facilidad añadida de que no necesitaba estar enchufado a la corriente eléctrica ni a un aparato alimentador, ni a un wifi-maestro. No necesitaba la proximidad de una borrasca o de un anticiclón, para saber que se acabaría formando con toda seguridad, por encima de cualquier pronóstico del meteosat. Como el fraile de la capucha que anunciaba la lluvia o el buen tiempo con varias horas e incluso días de anticipación, así Dûpré poseía ese extraño don que le hacía popular e incómodo al mismo tiempo. Es decir, era popular y estimado para quienes tenían limpio el expediente de la conciencia pero antipático y temible para los que escondían en su interior alacenas impresentables y telarañas innúmeras. Era el arquetipo anticipado de Patrik Jene, el Mentalista.
Así funcionó durante décadas. Así llegó a su madurez y a su ancianidad. Y ahí se fastidió su caché para siempre. Una pena. Se rayó. Se rayó como un viejo vinilo, de tal modo que acabó él mismo con su palmarés maravilloso.
Una vez jubilado se aburría como un hongo. No sabía a qué dedicarse. Podía haber hecho mil cosas, dada su popularidad y sus cualidades de excelencia clarividente e intuitiva. Pero no le dio por ahí. No se veía a sí mismo haciendo algo diverso a lo que siempre había hecho; a su edad y con su curriculum le parecía humillante emprender caminos inexplorados en los que sería siempre un neófito y un aprendiz, algo impensable para un maestro de todo y discípulo de nada, como él. Se decidió por seguir haciendo lo mismo de siempre. Adentrarse en el alma humana, en sus recovecos, pero esta vez, no por trabajo, sino por placer, por gusto, simplemente, para disfrutar de esa cualidad única que le permitiría cotillear impunemente las intimidades de todos con una simple gota de atención.
No contaba nuestro héroe con algo definitivo: no es lo mismo emplear los dones personales al servicio del bien común, que para regodeo inútil del ego propio. O sea, no es lo mismo trabajar y desconectar después, que hacer del propio trabajo una obsesión constante y egópata. Sin solución de continuidad. Sin un respiro. No comprendió a tiempo que comer siempre y exclusivamente la única y misma sustancia acaba por empobrecer el organismo, enfermarlo y hasta matarlo, si no se pone remedio a tiempo con un cambio de dieta. Y no cambió sino que aumentó la ingesta laboral pero esta vez amateur. En realidad estaba enganchado al poder que le daba su condición de mirón y metomentodo profesionalizado, que con la jubilación había perdido el sentido y el objetivo, pero no la inercia y la adicción enfermiza y dependiente, que había terminado por convertir su virtud sublime en vicio despreciable.
Comenzó por curiosidad, como un juego y acabó empantanado en una manía persecutoria patológica y autoinmune, que se volvió contra él. Cada artículo que leía en la prensa, cada vez que encontraba un titular que casualmente llevase las letras de su nombre o simplemente citase a Zenón de Elea, que hiciese referencia a su pueblo o a los prados de un paisaje, como rezaba su apellido, Dûpré, cada vez que una foto de algún personaje le recordaba a uno de sus rasgos corporales o se hacía alusión a su profesión, cada vez que comprobaba que su nombre ya no aparecía en la prensa y que otros comisarios ejercían el oficio que por la edad él ya no podía ejercer, se sentía acorralado, perseguido injustamente, marginado, cancelado de la vida social y particular de los ciudadanos, que ya nunca sabrían nada de su egregia persona ni de su magnífica historia. Quería ser imborrable. Dejar escuela y rastro. Ser de alguna manera un paradigma. Un modelo a seguir. Una Idea platónica que reproducir en la caverna de las mentes humanas. Pero no se lo permitían. Le borraban una y otra vez.
Entonces, al borde de la debacle, oh, cielos, descubrió internet. Era un poco tarde, cierto, pero nunca es tarde si la cosa medra. Y Zenon Dûpré se lanzó al ruedo sin recelo de ninguna clase. Allí podría explayar su estro precognitivo sin miramiento alguno. Allí, donde en el anoni-mato, se pueden tener mil personalidades falsas y heterónimas sin vulnerar ningún código de la genética ni de las leyes éticas y jurisprudentes; allí estaba su futuro perfecto y plus- que- parfait. Emboscado tras el prisma multifacial, el antiguo comisario fundó un reino estrambótico y aventurero desde su pequeña y confortable madriguera del Barrio Latino. Desde allí podría conquistar, no ya los honores normales en él, sino nada más y nada menos, que el Mundo, o sea, Le Monde, Le Figaró, Le France Soir, etc. Se haría con la exclusiva online de todos los diarios, primero de Francia y luego de l'Europe europénne, y del mundo mundial. Y se multiplicaría a sí mismo en diversos nombres y firmas, donde se combinarían estilos, edades y personalidades diversas. Un conjunto maravilloso que gracias al traductor de Google y el wikisistema tendría el futuro postrado a sus pies y el presente bajo las plantas de estos. De sus pies, obviamente. Un triunfo maquiavélico. Un holograma de sinestesias mediáticas, no en tres ni cuatro, sino en cinco dimensiones.
Por desgracia para el proyecto Zenon, como él mismo se había rebautizado en el look de autoempresa, falló la base. No la base de datos, que estaba a tope. Sino la base mental del ingenio. Se rayó de un modo estrepitoso y comenzó a desbarrar, a cambiar el discurso de los personajes; al cínico lo volvió solidario, al más sabio y experimentado lo convirtió en violento y retorcido, al más artista le concedió la inteligencia natural de picapedrero en paro forzoso, al más aristocrático le puso un discurso de portero dishábil o de marujón vulgaris, al más científico le otorgó el caché casuístico de Corín Tellado, al más alternativo le dió la dialéctica de Rodrigo Rato,mientras a la más ingeniosa y dicharachera le adjudicó el ingenio de Rajoy, a la más original y creativa le impuso el vocabulario de Montoro y de Ana Mato, al más sagaz, honesto y profundo le colgó el sambenito intelectual de Esperanza Aguirre, al más inteligente le infundió el look retórico de Aznar y al más veraz y directo la oratoria birlibirloque de Felipe González. In crescendo con su deterioro mental iba a la par su obscenidad verborreica. Le era imposible no aludir continuamente a las zonas genitales de las mujeres en una ristra de insultantes tacos sexuales, en el más puro y repugnante machismo.
Para impactar más aún acabó, en pleno delirio, por inventarse publicaciones, escritores, investigadores, sin reparar en detalles ni en riesgos. Se hizo adicto a pitonisas de feria y magias candombleras do Brazil, a las que llamaba "mística empírica" en las que lo mismo buscaba, a base matar y desangrar animales domésticos, la venganza de su enemigos imaginarios como la eterna juventud y protección de todos los "santos" del plano astral. Esa seguridad alucinógena le llevó al delirium tremens; llegó a colocar como portada de su estrafalario noticiero, con precipitación arrebatada, la foto de una adolescente chechena de trece años, que le recordaba a una sobrina tercera que se llamaba Denise, como seleccionada para el Nobel de Medicina y con una lista de obras científicas más impresionante que la de cualquier premio Nobel real.
Para impactar más aún acabó, en pleno delirio, por inventarse publicaciones, escritores, investigadores, sin reparar en detalles ni en riesgos. Se hizo adicto a pitonisas de feria y magias candombleras do Brazil, a las que llamaba "mística empírica" en las que lo mismo buscaba, a base matar y desangrar animales domésticos, la venganza de su enemigos imaginarios como la eterna juventud y protección de todos los "santos" del plano astral. Esa seguridad alucinógena le llevó al delirium tremens; llegó a colocar como portada de su estrafalario noticiero, con precipitación arrebatada, la foto de una adolescente chechena de trece años, que le recordaba a una sobrina tercera que se llamaba Denise, como seleccionada para el Nobel de Medicina y con una lista de obras científicas más impresionante que la de cualquier premio Nobel real.
Tan loco y saturado de aberraciones andaba el ambiente del momento que nadie se paraba ya a leer con detalle las cuadraturas mentales y destarifadas de nuestro paladín del genio. Pasaban y pasaban por delante, ojeaban la superficie con la atención apresurada y periférica de los mirones, ya ni siquiera interesados en la noticia aburridora, repetitiva y estrepitosa de todos los días, en que por supervivencia elemental se habían ido convirtiendo los lectores y observadores reflexivos de siempre.
El antiguo comisario, en paralelo, se sumía cada vez más en la irrealidad de sus percepciones paranoicas y por fin, una mañana, lo encontraron agarrado al ratón y pegado al teclado. Con voz estertórea surraba: "Me odian, me odian. Todos me odian y quieren exterminarme. Todos contra mí, todos y todas. Soy un spam peligroso y no se han dado cuenta, jajajajajaja!!!!! Les mando señales y me ignoran. No se imaginan lo que oculto bajo los anuncios de viagra y de chocolate Suchard. Ahhhh, no me conooooocen todavíaaaaa!!!! Se vana a enteraaaaar......!!!!! Los tengo dominados. Les cuento lo que quiero, lo que me sale de...todas partes...y ellos como si nada....¿pero qué les pasa, hasta cuando tendré que soportar esa indiferencia, ahhhh, ahhhh!!!! "
Y así le encontraron los gendarmes, avisados por los vecinos.
Y así le encontraron los gendarmes, avisados por los vecinos.
Por respeto a la ilustre memoria de un pasado glorioso para La Patrie y para no alterar el sacro reposo de La Madelon, las autoridades silenciaron el caso y echaron tierra al asunto. No era cosa de que la demencia senil de un héroe reconocido por todos destrozase la grandeur de su recuerdo, con un final de apoteosis tan burda y hortera. Mucho mejor dedicarle a su nombre tan sugestivo, una placita rahabiltada en Neuchatel, donde nacieron sus abuelos paternos.
Mientras tanto , el comisario pensionado generosamente por la administración del Estado, terminaba su carrera periodístico-filibustera en un asilo apacible a las afueras de París, narrando sus aventuras a algún abuelete que no podía leer el periódico ni mirar las flores de la terraza, porque las gafas se le habían perdido y tampoco tenía a mano el andador para irse al jardín a dar un paseo liberador, sin más remedio que quedarse en la silla de loneta a rayas multicolores, tomando el sol, junto a aquel estrambótico Asuranceturix contador de sus propios avatares, que ya se confundían con los avatares de la Historia.
Sólo al morir se descubrió la verdad. Cuando la enfermera de guardia destapó su cuerpo para asearlo y amortajarlo. Zenon Dûpré resultó ser una mujer. En casi ochenta años de vida, nadie ni siquiera lo sospechó jamás. La mujer sin nombre. Anónima. Como karma compensador de su exhibicionismo masculino. ¿Comisario lesbiano o marimacho happy flowers? Un misterio que nadie mostró el menor interés por resolver.
Informadas las autoridades, fueron lentamente eliminando de los archivos los méritos, las condecoraciones, las crónicas, las citas, los recuerdos, la placa de Neuchatel con el nombre falso; todo el curriculum apócrifo de aquella identidad póstuma, que nunca fue lo que parecía ser ni pareció lo que jamás , ni ella misma, supo que era.
El mundo es muy cruel e hipócrita cuando sus esquemas se ponen en peligro. Las hazañas de un héroe que pone en ridículo al sistema y a sus servidores, pasan de ser hazañas a convertirse en ofensa pública. En ultraje a las buenas costumbres.
Así cuentan que reza un letrero esculpido en una pared de piedra en el Havre, frente a la desembocadura del Sena. En el lugar justo desde el que se arrojaron al río y al océano, convertido en brazo de mar normando, las cenizas del enigma Dûprés:
Sic transit dementia mundi usque ad disolutionem memoriae et usque ad serenitatem oblivionis.
(Así pasa la locura del mundo hasta la disolución de la memoria y hasta la serenidad del olvido)
Mientras tanto , el comisario pensionado generosamente por la administración del Estado, terminaba su carrera periodístico-filibustera en un asilo apacible a las afueras de París, narrando sus aventuras a algún abuelete que no podía leer el periódico ni mirar las flores de la terraza, porque las gafas se le habían perdido y tampoco tenía a mano el andador para irse al jardín a dar un paseo liberador, sin más remedio que quedarse en la silla de loneta a rayas multicolores, tomando el sol, junto a aquel estrambótico Asuranceturix contador de sus propios avatares, que ya se confundían con los avatares de la Historia.
Sólo al morir se descubrió la verdad. Cuando la enfermera de guardia destapó su cuerpo para asearlo y amortajarlo. Zenon Dûpré resultó ser una mujer. En casi ochenta años de vida, nadie ni siquiera lo sospechó jamás. La mujer sin nombre. Anónima. Como karma compensador de su exhibicionismo masculino. ¿Comisario lesbiano o marimacho happy flowers? Un misterio que nadie mostró el menor interés por resolver.
Informadas las autoridades, fueron lentamente eliminando de los archivos los méritos, las condecoraciones, las crónicas, las citas, los recuerdos, la placa de Neuchatel con el nombre falso; todo el curriculum apócrifo de aquella identidad póstuma, que nunca fue lo que parecía ser ni pareció lo que jamás , ni ella misma, supo que era.
El mundo es muy cruel e hipócrita cuando sus esquemas se ponen en peligro. Las hazañas de un héroe que pone en ridículo al sistema y a sus servidores, pasan de ser hazañas a convertirse en ofensa pública. En ultraje a las buenas costumbres.
Así cuentan que reza un letrero esculpido en una pared de piedra en el Havre, frente a la desembocadura del Sena. En el lugar justo desde el que se arrojaron al río y al océano, convertido en brazo de mar normando, las cenizas del enigma Dûprés:
Sic transit dementia mundi usque ad disolutionem memoriae et usque ad serenitatem oblivionis.
(Así pasa la locura del mundo hasta la disolución de la memoria y hasta la serenidad del olvido)
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