Bienvenido Mister Final de la Crisis
por Luis García Montero
Los brotes verdes se han convertido en el argumento
estrella de la publicidad oficial. Los discursos políticos de nuestras
autoridades son calendarios diseñados para anunciar la primavera. España
es un gran árbol seco de la raíz a la copa, pero los ojos paternales
del poder intuyen que en cualquier momento van a estallar las hojas del
empleo, el consumo y el crédito. Ya se ve la salida de túnel, la luz
esta ahí, pronto volverá a levantarse el trigo.
Lo que fue una mentira electoral ruidosa –en cuanto ganemos las
elecciones, acabaran todos los problemas como por arte de magia-, se ha
convertido en un estribillo disciplinado que pasa de trimestre en
trimestre y de año en año. Estamos esperando que los brotes verdes se
hagan realidad con la misma ilusión que los habitantes de Villar del Río
aguardaban la llegada de los americanos en la película de García
Berlanga. Hace falta volver a rodar historias como la de Bienvenido Mister Marshall.
Luego la primavera pasa de largo, no se cumple ninguna promesa, los
dramas empeoran y las cifras tienen más espinas que flores. La
experiencia de la gente no consigue adaptarse a la esperanza de los
discursos, porque sólo encuentra más dificultades cada día a la hora de
buscar o conservar el trabajo y pagar la hipoteca, los estudios de los
hijos y las medicinas del enfermo. Rebelde por naturaleza, la existencia
cotidiana no descubre el verde por ningún sitio. Las cifras son
espejismos en la mesa de los trileros.
En la ideología de los brotes verdes hay algo más peligroso que la
distancia entre los diagnósticos oficiales y la experiencia real. Me
refiero a la utilización del tiempo. El brote verde sitúa la gestión
política de la crisis en el tiempo. Parece que todos participamos en un
viaje y que sólo nos falta llegar a la meta. Las autoridades conducen el
autobús, trabajan por nosotros, y a nosotros nos queda aguantar las
curvas en una actitud de espera. Mañana vamos a llegar, el tiempo pasa,
establece un camino, la felicidad nos recibirá con los brazos abiertos.
Diseñar la crisis como una cuestión de tiempo supone ocultar el
espacio que vivimos como un campo de batalla. Porque la gestión de esta
crisis no se ha pensado aquí según la estrategia del tiempo, según el
ritmo de esos ciclos que han marcado la economía capitalista. La lógica
ha sido otra: aprovechar la situación para desmantelar de forma agresiva
los derechos laborales y los servicios públicos conquistados por la
democracia española. Unos logros modestos si se comparan con las
democracias consolidadas europeas, pero que las élites económicas
españolas no están dispuestas a permitir.
El clasismo que el ministro Wert defiende de manera desvergonzada
para la educación, no es más que un reflejo del clasismo prepotente que
han impuesto los grandes poderes económicos españoles frente a las
pequeñas y medianas empresas, las clases medias y los trabajadores. Aquí
no se han tomado medidas contra el paro o a favor de la reactivación
económica. La política de recortes, austeridad y pérdida de derechos
laborales ha ido encaminada a convertir el empobrecimiento generalizado
en el factor principal de la riqueza de las élites. Por eso conviene
recordar que no estamos en un viaje, sino en una batalla. No parece
lógico insistir en cuándo saldremos de la crisis, sino en cómo vamos a salir de ella, qué tipo de trabajo van a tener nuestros hijos, qué servicios públicos van a recibir los ciudadanos, cuáles van
a ser sus condiciones de vida. Lo importante no es que fluya el dinero,
sino el modo de producirlo y su reparto en la vida cotidiana de la
gente.
Las estructuras del poder no han cambiado ni un centímetro por culpa
de la crisis. Ningún pacto parlamentario ha propiciado la pérdida real
de privilegios de las instituciones financieras, las grandes empresas,
los poderes sociales y las cúpulas políticas a su servicio. Si es
posible esperar una alternativa, vivir con esperanza, no es tanto por
las hojas verdes que nos regalen después del viaje, sino por el coraje
democrático y cívico de una población dispuesta a dar la batalla para
defender sus derechos. Que esa población se organice para dar una
respuesta es el único pacto capaz de beneficiar los intereses de la
mayoría de los españoles. Entonces dejaremos de hablar del cuándo para discutir el cómo.
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