Es una polémica que desde hace tiempo se está cebando con la educación de nuestros niños y con el desconcierto de familias y docentes.
Hay teorías para todos los gustos; la veta yanky viene, como siempre, impulsada por un libro polémico que asegura las superventas. El autor se llama Alfie Kohn; no es pedagogo ni experto en temas docentes prácticos. Es eso que en EEUU abunda tanto. Un conferenciante y consultor. Un coach.
Hay gente con un ojo comercial de halcón, con un radar afinadísimo hacia los estados de preocupación más generalizados, que saca estadísticas de las inquietudes sociales más molestas, curiosea por internet, busca artículos sobre el tema (leer y estudiar sobre libros y consultar a los verdaderos expertos, no facilita la rapidez del negocio) y compone una teoría "salvadora" de la situación de que se trata; generalmente en una sola dirección que simplifica y deja planas y sin matices las respuestas. Paradógicamente, frente a un problema de dogma impuesto que exige esfuerzo y provoca molestias, se trata de inventar otro contradogma que lo tire por tierra y se convierta en ley liberadora de lo anterior. No se analizan los beneficios que pueda tener "el enemigo" a abatir. No se valora la reforma ni la mejora, sino el cambio radical de paradigma. Con la confusión y el caos, que acompaña todo vapuleo mediático de los pilares del sistema de coviencia humano.
En este caso, el objeto combatido son los deberes escolares de nuestros niños. El autor de la denuncia coloca como premisa importante "el incómodo problema de las familias" con los deberes de sus hijos. Es tremendo pensar que los deberes de los niños puedan llegar a romper el bienestar familiar. Y a hacer de las tareas una guerra entre padres y madres que se agobian con las recomendaciones de la escuela.
¿Dónde queda el desarrollo del niño en todo esto? Pues queda en que el niño también se agobia, aunque sólo sea por el contagio y la neura de sus padres que se sienten responsables por algo que pertenece al desarrollo natural de su hijo y a los maestros que le imponen las tareas. Los padres no tienen que asumir una obligación de negreros histéricos, sólo basta con estar presentes con interés y cariño en la educación de su hijo, a su lado. Animarle a que le haga al profesor las preguntas que les hace a ellos.
Y estimular su inteligencia para aprender con gusto y sin tensiones. Hacer que la curiosidad y la afición por averiguar cosas, supere a la inercia del fastidio por tener que hacer un trabajo en casa. Disfrutando con ellos y valorando la labor del maestro que se preocupa por enseñar a los niños lo mejor que puede y sabe. Pero no es eso lo que mola ahora. Sino la guerra de guerrillas entre la comodidad de los padres que por la tarde vuelven a casa cansados, con ganas de ver el partido de la liga o de ver un capítulo de sus serie favorita y se encuentran al niño que debe hacer unas tareas obligatorias para la escuela. No tienen ganas de aguantar al preguntón, ni de calmar sus gruñidos naturales, porque el niño, como ser humano en ciernes, tiende al mínimo esfuerzo y todo lo que no es diversión, le aburre, le agobia y le sobrepasa. Sobre todo porque el niño aún no tiene capacidad para enlazar su presente con su futuro y no ve sentido alguno al estudio de algo que ahora no le sirve para jugar y divertirse inmediatamente. Sino que le exige un esfuerzo de atención y de voluntad, que por supuesto se está formando. Y de eso trata también la educación; no sólo de adiestrarlo como a un simio sabihondo o como a un ratón de biblioteca, sino de vivir de tal modo que el niño incorpore los valores y el interés por el estudio y la superación personal serena y disfrutada, como lo más natural.
La educación no es una domesticación ni una doma de bestias, sino un acompañamiento amoroso y respetuoso, que educa a los hijos y a los padres al mismo tiempo. Porque ambos comienzan la andadura a la vez. Ambos tienen por fuerza que crecer juntos y aprender cada uno el "oficio" de padre, madre e hijo. Durante toda la vida.
Lo más importante es tener claro que se está formando un ser único, que no está repetido, que tiene un camino estupendo delante para explorarlo y que no es tan importante que nuestro hijo sea el más brillante ni el más listo de la clase, ni el más "perfecto"sino que despierte y vaya creciendo en lucidez, en salud mental y emotiva, en buenos sentimientos y en generosidad, en autoestima verdadera.
Estar al lado, cerca de ellos, quiero decir no sólo en presencia física, sino también en la disposición de escucharles y orientarles, mientras hacen los deberes; es una ocasión única para cooperar en su desarrollo intelectual y laboral, porque es su "trabajo", su aportación a que el mundo pueda ser más bonito, más interesante y más habitable. Y también su juego de conocimiento de sí mismos y de su entorno. Y comprender que es unos exploradores de la realidad que van encontrando en el estudio y en la observación las pistas de los reinos desconocidos hasta que ellos los descubren. Y no sólo cuando sean mayores, sino ahora. Si aprenden a disfrutar de lo que hacen serán mucho más felices con lo que hagan en el futuro y mucho más autónomos, tanto que no dependerán de la aceptación y de las alabanzas de los demás. Aprenderán que las mejores satisfacciones nacen dentro uno mismo cuando se supera y se eleva sobre las dificultades, sin necesidad de entrar en un concurso de rivalidades.
Es mucho más interesante que decirles como se resuelve un problema de matemáticas, para obtener buenas notas, hacerles pensar, preguntádoles para que generen ideas, y si no encuentran la solución, decirles que pregunten en clase al día siguiente las dudas, que al colegio se va para eso, para que a uno le expliquen lo que quiere saber. Y que lo pregunten enseguida, antes de que el profesor les pregunte a ellos. Eso estimulará también al maestro, porque descubrirá el interés del niño y procurará que la explicación quede mucho más clara que la primera vez.
También es muy interesante que cuando pregunten el significado de cualquier concepto les indiquemos el diccionario y alguna enciclopedia para niños, si es que siguen existiendo.
Los "deberes o tareas" lo único que tienen mal puesto es el nombre. En realidad tendrían que llamarse estímulos, campos de experimentación, deporte mental, juegos reales para despertar y conocer.
Dice muy poco en favor de la evolución de nuestra especie que para curar la enfermedad del no entendimiento de los niños o la rabia contra la escuela que impone trabajos, se suprima la medicación de las tareas hechas en casa. Donde el jarabe del amor y del ingenio puede hacer maravillas terapéuticas.
Es una pena que el tiempo que se dedica a leer estupideces de charlatanes sobre lo que no se conoce y sólo se cotillea, pero llena los bolsillos, no se dedique a aprender a ser padres de verdad; y eso sólo se aprende practicando amor incondicional y de tierno servicio. Pero ¿entenderá eso una sociedad dónde practicar el amor pertenece sólo al terreno de la sexualidad?
Me temo que el "problema" está a la altura de las recetas del señor Kohn. Y eso debería ponernos los pelos como escarpias en vez de ponernos en la cola de FNAC para comprar su libro sobre como hacer que nuestros hijos sean cada vez más tontos, caprichosos, egocéntricos, torpes y manejables por un mundo consumista y vampirizante. Que es tan horrible como la mentalidad competitiva y tea party que impera en los brockers y "tiburones" financieros que ahora manejan el mercado.
Por sistema, pongo en cuarentena todos los "betsellers" que tratan con sus recetas de "arreglar" las vidas ajenas que no conocen, sacando de la manga remedios peores que la enfermedad que combaten.
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