sábado, 29 de junio de 2013

¿Estará configurada la tara del narciso en el cerebro de los políticos adeptos y adictos a las mayorías absolutas?


Usted puede ser un narciso

Neurólogos de Berlín asocian el trastorno egótico al déficit de neuronas en el cerebro emocional


El Narciso de Caravaggio.
Usted puede ser un narciso. La frase acertará con uno de cada 100 lectores, porque esa es la proporción de la población que muestra ese fastidioso rasgo de carácter. O mejor, que sufre ese trastorno de la personalidad (NPD, por Narcissistic Personality Disorder). Y de ser así lo más probable es que tenga usted un marcador físico identificable por cualquier neurólogo: una reducción de la materia gris en una parte de su cerebro llamada ínsula y que es esencial para la empatía, o identificación con el otro. El único otro con el que sería usted capaz de identificarse sería usted mismo. Con su propio mecanismo.

Los narcisistas habrán existido desde que surgió la especie humana hace 100.000 años, pero solo llevan ese nombre desde que se lo puso el médico y activista británico Havelock Ellis (1859-1939), cuya obra mayor, Estudios sobre la psicología del sexo, se publicó en siete volúmenes a lo largo de 30 años y fue censurada con saña por la ortodoxia victoriana de la época. El nombre, naturalmente, remite al mito griego de Narciso, el tipo que acabó muriendo ahogado de tanto mirar su reflejo en el agua.

El psiquiatra Stefan Röpke y sus colegas de los departamentos de psicología clínica, neurociencia afectiva, neuroimagen y psiquiatría de la Universidad Libre de Berlín, presentan sólidas evidencias en el Journal of Psychiatric Research de que los narcisistas —o pacientes de trastorno de la personalidad narcisista (NPD), por emplear el término técnico— muestran una reducción de la materia gris en la ínsula y otras zonas relacionadas del córtex cerebral, la sede de la mente humana.

El narcisista se caracteriza por “muestras ubicuas de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía”, según la definición estándar de la Asociación Americana de Psiquiatría. Es una persona absorta en sí misma, convencida de su propia importancia más allá de toda duda razonable y con una necesidad patológica —literalmente— de recibir muestras de admiración y toda clase de atenciones de los demás. ¿Ya siente usted sudores fríos?
Röpke y sus colegas han estudiado a 17 pacientes (12 hombres y 5 mujeres) que habían sido previamente diagnosticados de trastorno de la personalidad narcisista, y también a 17 personas del montón con la misma distribución de sexos, edades y niveles socioculturales que les han servido como control. Su principal conclusión: “Aportamos aquí la primera evidencia empírica de anormalidades estructurales en los cerebros de los pacientes con trastorno de la personalidad narcisista”.

La ínsula es una región del córtex (o corteza) cerebral, la capa más exterior de nuestro cerebro, y la que se pliega en surcos y convoluciones para hacer sitio a nuestras grandes demandas cognitivas. Si estuviera extendido mediría lo que una de esas servilletas grandes de los restaurantes de tres dígitos, y no tendría mucho más espesor.

La ínsula está precisamente enterrada en el puro fondo del surco más profundo del cerebro, la cisura de Silvio (o surco lateral), que siempre muestran los dibujos del cerebro. Es el límite posterior del lóbulo frontal, la parte de este órgano que más ha crecido durante la evolución de los homínidos: las redes neuronales que nos hacen humanos. Por estudios anteriores se sabe que la ínsula está implicada en la consciencia —y en la autoconsciencia, que viene a ser la capacidad de reconocerse en un espejo—, la percepción, la cognición y la experiencia interpersonal. Eso incluye la empatía, o facultad de identificarse con el otro, de ponerse en su pellejo.

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  Comentario

Afortunadamente para el género humano, no es tan fácil colgarse sambenitos fisiológicos para justificar lo más impresentable de nuestras conductas y de nuestros hábitos. 
Es cierto que hay, o puede haber, cierta predisposición a comportarnos de determinadas formas, según la configuración genética y el lógico reforzamiento educacional. Nos educan los mismos genes que hemos recibido. Y eso nos pone en tesituras de fuertes pruebas existenciales, en dilemas y angosturas a veces terribles.
No hay que alarmarse por ello. La evolución es más fuerte y cuenta con el añadido de un fenómeno maravilloso en la especie humana: el despertar de la conciencia superior, por medio del deseo y la búsqueda de ese mismo despertar. O sea, por medio de la no conformidad con nuestras "taras" hereditarias y consuetudinarias. Es decir, por medio del libre albedrío que llamamos libertad.

Sí, en efecto, uno puede haber nacido con un rostro y cuerpo poco agraciados y al verse en el espejo y comparado con rostros y cuerpos más armónicos, resignarse a ser el/la Quasimod@ del barrio, pero también puede empezar a buscar el modo de embellecer y arreglar el aspecto del personaje que le ha tocado interpretar en esta vida. A cambiar a ese personaje por el autor real, a quitar la máscara al pelele y dejar al descubierto al Ser.
Y puede aprender a ser pulcro, educado, amable, encantador, sincero y abierto, natural y sano, a peinarse con la raya al lado que más le favorezca y a resaltar lo más decente y presentable de su físico. A esculpir sus modales, no desde el barniz de la hipocresía y la apariencia, sino desde la limpieza y altura de miras de simple profundidad íntima que se va enriqueciendo e iluminando.

Se puede hacer ejercicio para enderezarse los gestos y aprender a centrarse en los movimientos para quitarles torpeza y añadirles gracia. Ir a un gimnasio, por ejemplo, y hacer deporte. Uno puede y debe también crecer por dentro y dirigir la maniobra del cambio desde "allí". Puede aprender a ser inteligente emocional y comprobar como la inteligencia despierta convierte la fealdad en belleza. Es el caso de las personas "feas" a las que todos ven guapísimas sin saber porqué y el caso contrario, es el de las personas físicamente perfectas, pero que repelen y nadie ve hermosas, sin el mismo "saber porqué". Y es que aunque suene a pitorreo conformista, lo cierto es que la belleza verdadera, la que dura, e incluso la que aumenta con los años en vez de perderse y la que, además, sale más barata, porque no se puede comprar en ningún centro de estética, procede de nuestro interior. Solamente. De la fábrica original e inimitable, e irrepetible. Única. Es precisamente el descubrimiento de esa cualidad de "únicos" que todos tenemos, lo que nos concede autenticidad y sustancia. Esencia individualizada y a la vez y por ello, empática, solidaria y universal.

Estaríamos frescos si las arrugas y recovecos de nuestra configuración cerebral fuesen lo único que condicionase nuestra conducta y nuestra vida. Hay en la ONCE invidentes sordos y mudos, como Hellen Keller. Y, como ella,  no se resignan y buscan desesperadamente el modo de comunicarse, de estudiar, de expresarse, de hacer amigos y compañeros, de implicarse en la vida diaria que les rodea y estar al tanto de los avatares de quienes conviven con ellos. de enamorarse. Lo consiguen. Entienden por el tacto y comienzan a articular sonidos hasta llegar a las palabras, que captan con las manos y reproducen con la voz. Descubren la vibración del sonido y hasta la de la imagen en ese cerebro incompleto y "tocado" físicamente, pero intacto en inteligencia y posibilidades. Y estaríamos más frescos aún si la propensión maníaconarcisa no la pudiese transformar el vivo deseo de la inteligencia y de la voluntad en algo mucho más hermoso y atractivo que la propia imagen de un ego enfermo de autoempacho.

A veces la ciencia patina olímpicamente. Y bate records impensables. Quizás todo sería más fácil para esa "ciencia" de tan limitado empirismo, si se molestase en buscar la "s" que le falta y le amputaron al adaptarla al español. Y se convirtiese en su finalidad verdadera: sciencia. O en es-ciencia.

Que ningún narciso se considere un caso perdido por culpa de unas circunvoluciones cerebrales que pueden ser neutralizadas y reorientadas por una voluntad atenta y por un deseo inteligente de verdadera belleza integral. No hay nada ni nadie que no pueda cambiar si realmente se desea y se trabaja para ello. Hay psicópatas diagnosticados como incurables, por los que nadie daba un duro, que han conseguido cambiar y humanizarse. Es cierto que tuvieron ayuda, como también es cierto que las ayudas aparecen cuando de verdad se buscan como el aire para respirar. Porque es tanto el poder de la energía evolutiva, que "crea" lo necesario para avanzar. Decía Darwin que la función crea el órgano y la desaparición de la función elimina el órgano. Pues donde dice "función" coloquemos "inteligencia funcional" y tendremos el resultado exacto del proceso. Cambia la función del narcisismo y el narciso desaparecerá como compost en el nuevo brote de humanidad saneada y de verdad, de verdad, hermosa más que un sol.



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