Los contratos se suman a los 60.000 puestos de educadores aprobados
por la nueva ley de Educación. Los titulados ayudarán en informática,
nuevas tecnologías y valores ciudadanos
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Hay amores sospechosos. Como el de la novia de Berlusconi. En edad de ser su nieta mucho más que su novia. Se siente ofendida por la magistratura italiana que ha condenado a su "chico-abuelo" por andar donde no debe y con quien no debe: con menores dedicadas a la prostitución. Si no es prostituta ni es menor, no tiene sentido que se sienta aludida por las acusaciones al Caimano, que tan rebién describe la visionaria pelicula de Nanni Moretti del mismo título.
Paquita Pascale lo mejor que podía hacer, a parte de dejar esa relación casposa, casi incestuosa por la edad y la pringue añadida del "papi" universal de todas las im-putadas, -unas más y otras menos, pero todas untadas por el mismo mejunje corrompido y repugnante- sería callarse. Y dejar de querer estar por encima de Ruby. Su colega de afanes medrantes. En el fondo las dos han mordido y hecho morder el mismo anzuelo en la pesca del intercambio entre carne fresca y pasta gansa a tutiplén.
En casos como ése si no es para decir la verdad, el silencio es lo menos malo y menos enfermizo . Cualquier declaración que no sea verdad se nota a la legua, sabe a tongo, y se pone en contra de la propia declarante. Y lo de Paquita, la del último tren a la felicidad de Arcore, es absolutamente increíble. ¿Alguien se la imagina diciendo y haciendo lo mismo si Berlusconi fuese un anciano como la mayoría de sus coetáneos, pero sin el pastón bestial que ha acumulado a base de hacer de todo menos algo decente? ¿Sería su novia, seguro, si el Berlusca no estuviese forrado y le ofreciese un paraíso de paraísos...fiscales y a tocateja? Paquita huele a socarra moral. A futuro rampante, a viuda multimillonaria y en estado de merecer jóvenes tan guapos y sin escrúpulos como ella, en cuanto Berlusconi cierre pestaña para no volver a abrirla.
Nadie cree en su generosidad ni en su amor incondicional por alguien que no puede inspirar tales sentimientos a nadie ni siquiera por la obligación cristiana de amar al prójimo como a sí mismos. A Berlusconi se le puede perdonar. Respetar. Compadecer. Tratarlo dignamente con justicia como a todo ser humano, por malo y horrible que sea o haya sido. Pero amarlo... es pedir peras al olmo. Un imposible metafísico. Sería como "amar" al bacilo Koch o al mosquito Anopheles y jurarlo sobre la biblia del glamour noticiable. Todo lo más sería el "amor" interesado que por el bacilo y el mosquito en cuestión podrían sentir los laboratorios farmacéuticos, fabricando vacunas y haciéndose millonarios con ellas, a causa de "ellos". Paquita Pascale, o "pescale",más bien, no consigue enternecer a nadie con sus lloros ante la pira funeraria del berlusconeo en caída libre.
Por eso el silencio y el pasar desapercibida, invisible y muda, le haría un gran favor a su caché futurible. Al menos junto a los visibles desconchones de su ambición y de sus pocos escrúpulos no llevaría añadida la grieta insalvable de la hipocresía más evidente.
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