Non olet.
Ya que el hedor metafórico no es suficiente para asquearnos, uno fantasea con que el hedor de la cloaca fuese auténtico, provocase arcadas ciertas y resultase insoportable seguir viviendo con ella
Entra el periodista en el
plató, se acomoda en su asiento, la tertulia va a comenzar. Viene
sorprendido porque minutos antes el taxista no paraba de pulverizar
ambientador, la maquilladora no pudo aguantarse las arcadas, por el
pasillo todos se apartaban a su paso, y ahora en la mesa el resto de
periodistas abanica el aire con sus tablets, mascullan "qué pestazo, por
diós", y el director del programa se mira las suelas por si ha pisado
una mierda.
Es ficción, claro. Pero imaginen si la
"cloaca" hiciese honor a su nombre y en efecto desprendiese un hedor
insoportable, un hedor cierto, no metafórico, que se pegase a la ropa, a
la piel y al pelo de todo el que la frecuenta. Periodistas que dejan de
ser invitados a tertulias porque nadie se sienta a su lado; policías a
los que nadie puede poner una medalla sin marearse; políticos marginados
en sus partidos, expulsados e inhabilitados de por vida; ex gobernantes
que no pueden dar conferencias ni recibir homenajes porque no hay quien
soporte su proximidad nauseabunda; y papeletas que pocos votantes se
atreven a rozar siquiera.
Pero resulta que no, que la cloaca no huele. Nada. Como el dinero, recordaba Sánchez Ferlosio en Non olet (y
permítanme este mínimo recuerdo al gran autor). Allí recuperaba la
conocida anécdota histórica que da título a su libro: la reacción del
emperador romano Vespasiano cuando le reprochaban que los urinarios
públicos fuesen de pago: cogía una moneda y comprobaba que no olía a
orina. "Non olet, no huele, y sin embargo es producto de la orina".
Lo
mismo pasa con la cloaca policial-política-mediática: que es mierda
pura pero inodora. Nos escandalizamos con aspavientos un ratito, y hasta
la próxima. La operación contra Pablo Iglesias y Podemos (que es un
partido democrático y no una organización delictiva, y lo mismo la CUP, a
la que intentaron infiltrar un topo) es solo el último episodio de un
largo historial vomitivo, pero ni siquiera por acumulación hemos
desarrollado una repugnancia suficiente.
Por eso, ya
que el hedor metafórico no es suficiente, uno fantasea con que el hedor
fuese auténtico. De ser así, tal vez en la Transición se habría saneado
hasta el último sótano, recobrado el olfato democrático tras décadas de
hediondez franquista. O en los ochenta, cuando la guerra sucia incluía
extorsiones pero también asesinatos, torturas y secuestros porque "el
Estado de Derecho también se defiende en las alcantarillas", según
memorables palabras de un ex presidente que hoy se pasea perfumado por
instituciones, conferencias y presentaciones de libros. Si el hedor
fuese auténtico, sería impensable que la pestilencia acumulada hubiese
llegado hasta el gobierno de Rajoy, cuando la cloaca bulló alegre y lo
mismo actuaba contra los independentistas catalanes que contra Podemos o
para salvar el culo al PP con Bárcenas. Y por supuesto, el pestazo
llevaría al actual gobierno a ser mucho más enérgico en la operación de
limpieza.
Pero no. La cloaca es mierda pero non olet.
Ojalá atufase, así quizás no sentiríamos tanta indiferencia, tanto
escandalizarse un ratito (yo el primero). Algunos votarían tapándose la
nariz pero de verdad, y todos trataríamos a sus responsables y a sus
cómplices como lo que son: apestados.
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