Carta a un indeciso que aún no sabe si votar
A los que creen que
todos los partidos son iguales: no es verdad. A los que piensan que da
lo mismo quien nos gobierne: no da igual. A los que opinan que no será
para tanto, ojalá
La historia reciente del mundo –de Salvini a Trump– responde a un patrón pavoroso: la banalización del mal. Las generaciones que no conocieron el fascismo hoy juguetean con él
Ignacio Escolar
La historia reciente del mundo –de Salvini a Trump– responde a un patrón pavoroso: la banalización del mal. Las generaciones que no conocieron el fascismo hoy juguetean con él
Querido abstencionista:
Supongo
que estás harto de escuchar que estas no son unas elecciones más. Es
cierto, lo han dicho en tantas ocasiones que hoy suena como un tópico
más. Tantas veces vino el lobo que ya no te lo acabas de creer.
Pero este domingo, la historia de España va a cambiar.
Aún no sé en qué dirección pero, desde que volvió la democracia, nunca
antes hemos vivido unas elecciones así, tan impredecibles y tan
determinantes. No porque la derecha gane, que eso ya ha pasado muchas
veces, es razonable que pase y muchas otras veces pasará. Sino porque el
Gobierno puede acabar en manos de la extrema derecha más reaccionaria y
xenófoba, la que quiere acabar con el Estado del bienestar, la que niega la violencia de género y el salario mínimo, la que quiere privatizar las pensiones, la Educación y la Sanidad.
Si
las encuestas aciertan, la extrema derecha no pasará. Entrará en el
Congreso, y con un grupo parlamentario mucho mayor del que nunca soñó
Blas Piñar. Pero si se cumplen las encuestas, será una oposición ruidosa
pero irrelevante. Ojalá.
Casi todos los partidos
están de los nervios. Las encuestas de estas últimas semanas ahondan en
esa sensación. La campaña ha sido anómala, por la Semana Santa y el
doblete de debates en el barro. Y hay tantos indecisos que el resultado
es muy difícil de pronosticar. Circulan por las redes todo tipo de bulos,
que se mezclan con las encuestas que aún se siguen haciendo en los
partidos. Nadie tiene certezas, tampoco quienes vemos los datos de esos
sondeos y no los podemos publicar. Nadie sabe lo que va a pasar.
No
sabemos si los métodos clásicos de la demoscopia sirven para
cartografiar el espacio electoral de la extrema derecha y acertar con su
verdadera dimensión. No porque haya voto oculto a Vox, que no parece
–la mayoría de sus votantes proclaman a gritos a los encuestadores su
intención–. Sino porque los modelos fallen. Porque la ola de extrema
derecha es tan reciente y ha tenido tan poco desgaste que puede llevar
hasta las urnas a abstencionistas históricos, a personas que nunca antes
quisieron votar. Lo mismo que pasó antes en el Brexit, en Brasil, en
Italia y en Estados Unidos con Trump.
La serie estadística es clara. Si la participación es alta, la izquierda en España siempre ha ganado. Y el dato adelantado del voto por correo
pronostica que este domingo habrá una baja abstención. Mi duda es otra:
si esa participación masiva es para frenar a la extrema derecha o si,
esta vez, juega a su favor. Si las series históricas sirven para un
momento así. Si los llenazos de Vox en sus mítines son anecdóticos o un
indicador adelantado de que algo este domingo va a cambiar.
La
historia reciente del mundo –de Matteo Salvini a Donald Trump– responde
a un patrón pavoroso: la banalización del mal. Las generaciones que no
conocieron el fascismo hoy juguetean con él. La derecha más ultraliberal atrae a los votantes pobres, a pesar del aumento de la desigualdad. La izquierda es exquisita con sus candidatos y cualquier excusa le sirve para no votar.
A
los que creen que todos los partidos son iguales: no es verdad. A los
que piensan que da lo mismo quien gobierne: no da igual. A los que
opinan que no será para tanto, ojalá. Porque lo imposible ya ha pasado
muchas veces. Porque el lunes ya será demasiado tarde para votar.
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