Solo la rebelión salvará el planeta
Nadie vendrá a
salvarnos del desastre medioambiental antes de que sea demasiado tarde y
el voto no es suficiente para revertirlo: es necesaria la acción
individual ya
Movimientos como Youth Strike 4 Climate y Extinction Rebellion denuncian una realidad incómoda y obligan a la ciudadanía a involucrarse
Los estudios demuestran que con que un 3,5% de la sociedad apoye y se una a un cambio radical, el resto les seguirá
Movimientos como Youth Strike 4 Climate y Extinction Rebellion denuncian una realidad incómoda y obligan a la ciudadanía a involucrarse
Los estudios demuestran que con que un 3,5% de la sociedad apoye y se una a un cambio radical, el resto les seguirá
Si pusiéramos el mismo esfuerzo en
prevenir la catástrofe ambiental que el que hemos invertido en buscar
excusas que justifiquen la pasividad ante esta grave situación, ya
habríamos conseguido resolver el problema. En todas partes, solo
encuentro a personas empeñadas en mirar hacia otro lado y en ignorar el
desafío moral que tenemos ante nosotros.
La excusa más
común es: "Seguro que esos manifestantes tienen teléfonos, se van de
vacaciones y usan zapatos de piel". Lo que podría traducirse como: "No
escucharemos a nadie que no viva en un barril, vaya desnudo y no
subsista únicamente con agua turbia". Y claro, "si vives desnudo dentro
un barril, tampoco te haremos caso porque no eres más que un hippie
excéntrico". Es así como se logra descalificar a los mensajeros y a
todos y cada uno de sus mensajes, que son demasiado impuros o demasiado
puros.
A medida que la crisis ambiental empeora y los movimientos de protesta como Youth Strike 4 Climate, las huelgas juveniles en contra del cambio climático, y Extinction Rebellion, Rebelión de la Extinción,
hacen más difícil cerrar los ojos ante el reto climático, la sociedad
encuentra formas más ingeniosas de dar la espalda a la realidad y
esquivar sus responsabilidades. Detrás de estas excusas hay una creencia
muy arraigada, según la cual si estamos ante una situación límite
alguien vendrá a rescatarnos. "Ellos", los que vendrán a salvarnos, no
permitirán que ocurra nada malo. El problema es que "ellos" no existen,
somos nosotros.
Los representantes políticos, como
seguramente habrá constatado cualquiera que haya seguido su evolución en
los últimos tres años, son caóticos, poco dispuestos a reaccionar ante
la crisis y por sí mismos no tienen la capacidad estratégica para
abordar incluso las crisis más urgentes. Y no hablemos de sus dilemas
existenciales. Y a pesar de todo, sigue prevaleciendo la creencia
ingenua y extendida en la sociedad de que votar es la única acción
política necesaria para cambiar el sistema. Lo cierto es que si la
acción de votar no va acompañada de la voluntad de protesta, es decir,
la articulación de peticiones concretas y la creación de un espacio en
el que puedan aflorar nuevas facciones políticas, el voto, aunque
indispensable, no deja de ser un instrumento débil y desafilado.
Los
medios de comunicación, con algunas excepciones, son muy reacios a
apoyar cualquier iniciativa en defensa del medio ambiente. De hecho,
cuando los grandes grupos de radiodifusión cubren estos temas, se
abstienen conscientemente de hacer cualquier mención al poder. Hablan de
la catástrofe medioambiental como si estuviera provocada por fuerzas
pasivas y misteriosas, y proponen cambios insignificantes para problemas
que son estructurales y de gran envergadura. La serie Blue Planet Live
de la BBC ejemplifica esta tendencia.
A
los que gobiernan y generan los discursos públicos no se les puede
confiar la preservación de la vida en la Tierra. No existe ninguna gran
fuerza del bien que pueda protegernos del daño medioambiental. Nadie
vendrá a salvarnos. Ninguno de nosotros puede justificar el hecho de
estar dando la espalda al llamamiento a unirnos para salvar la
humanidad.
En mi opinión, mostrar una actitud de
desesperación no es más que otra forma de negar la cruda realidad. Al
poner el grito en el cielo sobre las calamidades que un día podrían
afligirnos, las desfiguramos y nos distanciamos de ellas, y nuestra
capacidad para impulsar acciones concretas desaparece para transformarse
en temores abstractos. Podríamos liberarnos del albedrío moral
afirmando que ya es demasiado tarde para actuar, pero al hacerlo
condenamos a otros a la miseria o a la muerte.
La
catástrofe medioambiental es un problema que ya está afectando a muchas
personas que, a diferencia de aquellos más ricos que todavía pueden
permitirse revolcarse en la desesperación, se ven obligados a responder
de manera práctica. En Mozambique, Zimbabue y Malawi, devastados por el ciclón Idai,
en Siria, Libia y Yemen, donde el caos climático ha contribuido a la
guerra civil, en Guatemala, Honduras y El Salvador, donde la pérdida de
cosechas, la sequía y la crisis de los recursos pesqueros han obligado a
la gente a abandonar sus hogares, la desesperación no es una opción.
Nuestra pasividad los ha obligado a actuar: sus circunstancias aterradoras son causa de nuestras formas de vida en el mundo rico. Y los cristianos tienen razón: la desesperación es un pecado.
Como señala Jeremy Lent en un ensayo reciente,
es casi seguro que es demasiado tarde para salvar algunas de las
grandes maravillas vivientes del mundo, como los arrecifes de coral y
las mariposas monarca. Sin embargo, Lent cree que a medida que el
calentamiento global empeore y a medida que aumente el consumo de
recursos materiales, tendremos que aceptar pérdidas aún mayores, muchas
de las cuales podrían prevenirse con una transformación radical.
Todas
las transformaciones abruptas en la historia han tomado a la gente por
sorpresa. Como explica Alexei Yurchak en su libro sobre la disolución de
la Unión Soviética, todo es para siempre hasta que se termina:
los sistemas parecen inmutables hasta que se desintegran
repentinamente. Tan pronto como lo hacen y se analiza la desintegración
de forma retrospectiva, resulta evidente que era inevitable. Nuestro
sistema, que se caracteriza por un crecimiento económico perpetuo en un
planeta que no está creciendo, se desmoronará tarde o temprano. Es
inevitable.
Lo único que queda por decidir es si esta
transformación es planificada o no. Debemos asegurarnos de que sea
planificada y tenga lugar lo antes posible. Necesitamos diseñar y
levantar un nuevo sistema basado en el principio de que cada generación,
en todas partes, tiene el mismo derecho a disfrutar de las riquezas
naturales.
Esto es menos desalentador de lo que
podríamos imaginar. Como revela la investigación histórica de Erica
Chenoweth, para que un movimiento de masas pacífico tenga éxito, solo es
necesario que se movilice el 3,5% de la población. Los seres humanos
son mamíferos sociales y conscientes de las corrientes y tendencias
cambiantes. De hecho, son conscientes de esto de una forma constante
pero subliminal.
Una vez que percibimos que el status quo
ha cambiado, somos capaces de dejar de apoyar un sistema y unirnos a
otro. Cuando un 3,5% comprometido y activo se una y pida una
transformación, inevitablemente le seguirá una avalancha social.
Rendirse antes de alcanzar este umbral es peor que la desesperación: es
derrotismo.
En la actualidad, los activistas del
movimiento social Extintion Rebellion protestan y marchan por las calles
de todo el mundo para defender nuestra supervivencia. Con una acción
audaz, disruptiva y no violenta, obligan a las agendas políticas a
abordar la crisis medioambiental.
¿Quiénes son estos
activistas? ¿Otro "ellos", que podría rescatarnos de nuestras locuras?
El éxito de esta movilización depende de nosotros. Sólo alcanzará el
umbral crítico si suficientes de nosotros dejamos de lado la negación y
la desesperación, y nos unimos a este excitante movimiento en auge. Se
acabaron las excusas. La lucha para terminar con un sistema que le da la
espalda a la cruda realidad ha comenzado.
Traducido por Emma Reverter
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