miércoles, 17 de abril de 2019

Así es y así nos parece, querida Elisa. Tu análisis da en el clavo por completo, no por ideología personal, sino por la evidencia objetiva del casi siempre desnortado Pedro Sánchez-bandazos. ¿Dónde se habrá dejado ese muchacho la brújula de la sensatez y el mapa de la realidad? Chi lo sa!


Sánchez, el debatiente

No entiendo que la Junta Electoral de una democracia del siglo XXI pueda meter baza para entorpecer un debate que tiene el máximo interés periodístico
Convendría que estas cosas tan importantes no quedaran al albur de la interpretación ni al gusto de los candidatos y que se legislara


Sánchez: El PSOE es el único partido que puede sumar más que las tres derechas
Pedro Sánchez en un mitin. EFE
"Vosotros hacéis a los oradores hombres perversos o de provecho y no al revés, pues no sois vosotros los que aspiráis a lo que ellos desean sino ellos los que aspiran a lo que estimen que vosotros deseáis".
Demóstenes. Discursos políticos

No engaño ni sorprendo a nadie si confieso que deseo fervientemente que el gobierno de España siga en manos progresistas pasadas las elecciones lo que, para cualquiera que siga la actualidad política, se traduce en que confío en que en torno a Pedro Sánchez se conforme una mayoría que le permita seguir siendo presidente y que además consiga cortar el paso a la coalición que incluiría a la ultra derecha. Eso no es óbice, valladar ni cortapisa ni empece en modo alguno para mostrar mi más absoluto pasmo con el comportamiento errático e incoherente que el PSOE ha mostrado en lo que podríamos llamar el Caso Debate y que ahora ya habría de llamarse el Caso Sánchez, por lo mal que ha sido manejado. Una acción lícita ejercida por tres partidos periféricos ha puesto en jaque la estrategia de campaña de los socialistas y su equivocada reacción ha convertido el asunto en una pelota que ahora arde en el tejado de Ferraz sin que se aviste una postura que restablezca la situación y salve la credibilidad.
Empezando por el final, pues todo ocurre a velocidad vertiginosa, al mantener tanto Atresmedia su debate del día 23 como el resto de candidatos su palabra de acudir a pesar de las alteraciones forzadas por la Junta Electoral Central. ¿Qué va a hacer Pedro Sánchez, mandar a un segundo a debatir con los líderes de las otras formaciones como hizo Rajoy? Hay una cosa que se llama palabra y compromiso y dudo mucho de que un presidente del Gobierno pueda comprometer la suya, hasta el punto de enviar a un ministro jefe de campaña a sacar la bola de su turno de intervención, y después incumplirla palmariamente porque el escenario estratégico ha variado. Entiéndanme, que era una estrategia del PSOE acudir al debate que incluía a Vox porque le beneficiaba no lo digo yo, lo dijo el propio ministro Ábalos al terminar el sorteo de ese mismo debate. El cambio sobrevenido en las condiciones no es imputable a Atresmedia, ni mucho menos, por lo que difícilmente puede explicarse que la respuesta a una decisión de la administración electoral pueda ser dar portazo a lo que abrazaste libremente.
Tampoco puede hacer de esa supuesta necesidad virtud al abanderar ahora la causa de la televisión pública que el gobierno ha liberado de su yugo politizador, como ha explicado la portavoz del Gobierno tras el Consejo de Ministros, ya que esa misma obligación moral con el ente público la tenía un socialista antes. Por cierto, que tampoco atino a entender por qué ha sido la portavoz del Gobierno la que ha explicado en Moncloa lo que hará o no hará el candidato debatiente Sánchez. Otro fallo.
Cuando uno da su palabra, la mantiene. Se llama compromiso y se llama cumplir lo pactado. Si las circunstancias han cambiado por motivo de fuerza mayor, si en tu partido hay quien no veía lo de arrinconar a la televisión pública, apechugas y lo arreglas sin desmerecer tu honor. Por ejemplo, debatiendo en la privada como has convenido y repitiendo debate en la pública —así veríamos que sistema convence más a la población— o concediendo en la pública otro tipo de debate de interés, por ejemplo, con el jefe de la oposición, que lo es.
No entiendo que la Junta Electoral de una democracia del siglo XXI pueda meter baza para entorpecer un debate que tiene el máximo interés periodístico o, lo que es lo mismo, el máximo interés para la audiencia más amplia, es decir, para el mayor número de electores posibles y, como decía, no poder meterla para forzar que debatan los dos partidos que actualmente tienen mayor número de diputados. Tampoco se pudo forzar a Rajoy ni a ningún presidente porque nuestra legislación es tan básica y tan anacrónica que no contempla nada al respecto.
No comparto pues el resultado de la decisión de la Junta Electoral Central por mucho que cumpla la letra de una instrucción dictada por la misma Junta y que no deja de ser una interpretación hecha por un órgano no jurisdiccional de algo que debería ser legislado como corresponde a la importancia que tiene. Es sabido que el mismo órgano de la administración electoral permitió en 2015 incluir en el debate a Podemos y Ciudadanos, que no tenían escaños en el Congreso pero sí en Europa, y sólo hizo que Atresmedia compensara con otros espacios a IU y UPyD, formaciones estas que sí tenían representación parlamentaria. Ahora nos dicen que lo de las andaluzas no vale porque no supera el 15% de votos en el ámbito nacional que ellos mismos, la Junta Electoral Central, decidió fijar sin que ningún legislador se haya pronunciado. Lo cierto, y todos los sabemos, es que con su decisión la JEC ha entrado en la campaña y ha tomado una decisión que claramente beneficia al excluido, a Vox, y perjudica al mayoritario, el PSOE. Lo peor de todo es que su decisión ha perjudicado a la democracia al hurtarle a los votantes la posibilidad de oír confrontar a un partido nuevo, vacío de contenido, urdido en torno a unas ideas extremas y poco reales, con los líderes de las formaciones democráticas, incluso de aquellos que están dispuestos a formar gobierno con él. Quien diga que esa información no es de absoluta relevancia para la formación de una opinión pública adecuada, base de la democracia, está sirviendo una falacia. En una campaña plena de discursos falsos, de inventos, de insultos, de bajezas y de mixtificaciones —muchas de ellas en esas redes sociales en las que la Junta Electoral no entra— la presencia física y simultánea de los candidatos sometidos a las normas periodísticas es puro artículo 20 de la Constitución.
Insisto en lo de las normas periodísticas porque, por desgracia, los debates encorsetados y a medida de los asesores políticos que se acaban produciendo en los medios institucionalizados no consiguen ni de lejos el mismo efecto y, desde luego, no es por culpa de los profesionales de dichos medios.
Convendría, desde luego, que estas cosas tan importantes no quedaran al albur de la interpretación ni al gusto de los candidatos y que se legislara sobre ellas. Eso incluye la adecuación de las premisas protectoras de la que fue una democracia balbuciente y que ya son risibles como la restricción de publicación de encuestas —lo de las berenjenas y las naranjas andorranas es de traca— y la jornada de reflexión. Pero eso es otra historia.
Sánchez, el debatiente tiene problemas que resolver antes. Sinceramente, espero verle el día 23 cumpliendo su palabra.

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Un breve apunte, para aclararnos.
Que Pedro Sánchez y el Psoe no sean como el trifachito, desgraciadamente, no significa que lo suyo sea progresismo ni la garantía de una izquierda presentable, sino un grado menos agudo de la misma discapacidad made in Spain para gobernar desde una verdadera democracia, desinfectada de franquismo caciquil y corrupto, capaz de mantener el equilibrio en el manejo de las luces largas y cortas. 
Pertenecer a una sigla con pretensiones de denominación de origen socialista o incluso marxista (para escándalo de quienes se encargaron de dejar a Marx al margen de ese pastiche sui generis, como lo hizo González en su día), pero de espaldas a la democracia interna, a la ética y a la decencia, y para más inri, rehén de una baronesía rancia y tan poderosa como para hacer el vacío y derrocar desde dentro de la organización a quienes no compartan el mismo tejemaneje, mientras el principal objetivo de sus rifirrafes no es el bienestar, la igualdad y la justicia para todas, sino quítate tú que me pongo yo, no es precisamente un aval que garantice la salud política de un gobierno, cuyas ministras de Sanidad desconocen lo que es la homeopatía que combaten a tumba abierta, por ejemplo, incluso haciendo el ridículo ante la OMS y el resto de Europa, en un verdadero alarde de ignorancia en la misma ciencia médica que presumen haber estudiado en la Universidad. Tampoco es una garantía fiable la puñalada trapera de manipular la opinión pública salvando refugiados para hacerse los "buenos" y acto seguido, actuar a la Salvini o a la húngara, prohibiendo al Open Arms o al Aita Mari, salvar vidas humanas, ¿con quién nos quedamos entonces, con el gobernante honesto y coherente o con el destarifado que da palos de ciego a troche y moche, ese que hoy afirma que pactará con el podemismo o con el que se apunta a c's, según con qué pie se levante? ¿A quién votar, a los desquiciados trifachitas o al imprevisible alunado que gobierna según el cristal con que el que le dicen que mire, su coach y/o sus barones o baronesas, que si no medran, se cambian de bando y se apuntan al zumo de naranja pocha, de los vecinos de escaño y descoñe? Y eso es lo mejor que tenemos para ir tirando.
Es denigrante, humillante y abusivo jugar así con la ciudadanía, con el pueblo, o sea, con quienes les pagan las facturas y los platos que rompen constantemente. 
No puede ser casualidad ni un capricho del destino que nuestros gestores políticos sufran continuamente discapacidades semejantes, que nos condenan a padecer su desorientación, sus fanatismos patrioteros, zafios, arrogantes, putrefactos y desquiciados, como es el caso del trío "cágala", o esa especie de zumba destarifado, miedoso o suicida, en el caso de los menos afectados por la indecencia endémica, como es el caso de los sociatas. 

Visto lo visto, quizás lo más recomendable fuese que la ciudadanía hiciera ya mmismo, y aprovechando la ocasión, un boicot general en las urnas, que no vote nadie,  y que al mismo tiempo se  implemente desde la base social y sus sectores más comprometidos, una moción de censura democrática y a continuación se propusiera que gobierne una formación constituida por todos los políticos y políticas equilibradas y decentes que han ido dimitiendo de sus cargos y dándose de baja en los partidos, no para "pasarse al enemigo" que está en las mismas y peor aún, sino para recuperarse del trauma y del parti-arcado, porque ya las náuseas amenazaban con hacerse crónicas, absolutamente marcianas...Tengo la impresión de que ver la película sobre la vida de Gandhi, aquel memorable monumento cinematográfico de Richard Attemborough, podría animarnos y darnos ideas para salir de esta. Aquel hombre bajito, delgaducho y poquita cosa, -pero enorme de alma como ya afirma su "apodo", mahatma,- consiguió algo impensable, y mucho más difícil que librarse de unos partidos tan impresentables como  mediocres en su propia casa: echar de la India al imperio inglés, que por entonces era el USA de ahora, sin apelar a la violencia, ni a la guerra ni a las malas artes de la calumnia, el infundio y la mierda como salsa de  todos los platos. Sino desde la propia dignidad coherente, limpia, inocente, nítida  y sabia: la verdad. También ayudará mucho leer su autobiografía, que es un tratado de sinceridad y modestia, de autenticidad. Lo que justamente falta en los políticos y en la sociedad española en particular, donde el aparentar y figurar es mucho más decisivo que el ser y el hacer lo justo y lo sano. Y no olvidemos que aparentar lo que no se es, significa vivir mintiéndose a sí mismos, que es aun más terrible que mentir a los demás, porque la mentira íntima no se ve ni se enuncia, se respira y se metaboliza sin que se note, por eso tiene mucho peor pronóstico que mentir solamente de cara al exterior. Con ese vicio social y políticamente letal que aquí es virtud, es imposible gobernar de verdad, progresar, convivir y hasta vivir, si no se quiere mentir, disimular, orgullear y fardar de todo aquello de lo que se carece.

Es posible que una innovación de tal laya, consiguiese por fin, que la sociedad española diese el definitivo salto cuántico que hubiera debido dar hace cuarenta años, pero que nunca dio por mero complejo de mindundi populista, o sea por obedecer cual rebaño obtuso y abducido las barrabasadas que nos han venido encalomando los "líderes carismáticos" de turno, sin que ninguno de ellos haya demostrado el menor interés en que esto fuese de verdad una democracia auténtica, un pueblo soberano, en primer lugar de sí mismo, de su conciencia colectiva e individual, y a partir de ese borrón y cuenta nueva, comenzar un camino diferente, constructivo, conciliador, abierto a los cambios necesarios sin que a nadie le dé un telele ni un jamacuco, cada vez que haya que modificar lo que sea, para que el bien común consensuado y asumido de verdad sea el protagonista real y no el extra insignificante o el decorado de fondo, más falso que los euros de plastilina.

Y por último, tenemos que tener muy clara la diferencia entre populismos demagogos y democracia, porque en el enjuague habitual, los Uri Geler del cuento tártaro tienden a confundirnos constantemente con el pastiche entre ambos conceptos.

Democracia es el ejercicio del poder legítimo y sano del pueblo, para construir el bien común (recordemos: demos=pueblo, krazía=ejercicio práctico de poder (krazós). Por eso, Aristóteles hace 2.400 años, más o menos, ya explicó ampliamente el vínculo necesario e inseparable entre ética y política (recordemos la esencia del término: politeia= condición y ejercicio en la polis, el  lugar donde  habitan y conviven los politoi= habitantes de la polis, que para los griegos, era además ciudad-estado, no un territorio geopolítico amplio como ahora, sino similar a Mónaco, Andorra o San Marino)
Hasta aquel momento, ética solo significaba "uso" o "costumbre", social o privada. Fue el estagirita, Aristóteles, quien supo atribuir a los usos y costumbres "éticos" cotidianos, un sentido más profundo y trascendente que siglos después, los romanos llamaron moralitas. Moral, que no es nada de corte religioso, ni farisaico ni tapadera de suciedades que se ocultan con virtudes de mercadillo de los lunes, de esas que se las quitan de las manos al vendedor de ilusiones a buen precio. Sino todo lo contrario: transparencia y honestidad. Coherencia consciente. Y gratis para todos y todas.
Según parece, la ética tan necesaria para la supervivencia de la población y de la democracia no era santo de la devoción de los "listos", y vivales, siempre en las antípodas de los philosophoi, los amigos y amantes (philós) de la sabiduría (sophía), y fueron precisamente ellos, los sofistas (falsos amigos o manipuladores de la amistad y/o el amor o la dedicación a la sabiduría práctica, porque lo sabio nunca es teórico sino una maestría vital que exprime la realidad y le saca el jugo del conocimiento a toca teja), quienes destrozaron la democracia griega, intoxicándola con la demagogía (manipulación, seducción del demos, falso liderazgo del pueblo, para sacar tajada personal y política, en plan guiñol, eso es el populismo) Lo primero que hace el demagogo, es destruir la verdad (alezeia) para interceptar y manipular el conocimiento de la realidad sin tapujos, es decir, la verdad. Que no es la hipótesis o propuesta teórica de ningún dogma, sino la comprobación pragmática de la realidad tal como es y no tal y como se puede contar y por lo tanto, interpretar y deformar, a veces sin querer y la mayoría de las veces, intencionadamente cuando se trata de arrimar el ascua a la propia sardina política, económica, religiosa o psico-emocional, con lo cual, la ética se esfuma y desaparece instantáneamente. El olor limpio a jabón en el baño es  ética; cuando no se tira de la cadena del retrete ni se ventila es demagogia. No hay nada como la vida cotidiana pare entender lo más complejo del mundo mundanal.
Así como el fruto directo de la ética política, personal y social es la democracia, el fruto manipulado y tóxico de la demagogia, porque es mentira lo que dice pretender, es el populismo.
De modo que el movimiento natural y consciente del pueblo, del demos y la politeia (pueblo-ciudadanía) para mejorar, reclamar y conseguir lo necesario para subsistir en paz, construyendo las herramientas  participativas necesarias  con derechos, valores y recursos legítimos, no es populismo, es democracia, pero en cambio la manipulación de los intereses legítimos del pueblo para beneficiar carreras sofísticas o partidos anti-políticos, es demagogia, o sea, anti-democracia. Se basan en la ilusión, en la palabrería muy bien condimentada con estudios y obviedades, con promesas que a la tremenda e implacable hora de la verdad nunca se cumplen. Y sobre todo, hay algo que los delata sin duda: se establecen sin la participación directa ni la demanda cooperativa del pueblo, pero siempre alardeando desde la cúpula del poder de ser ellos mismos los 'representantes' del pueblo autores del potaje y a años luz del pueblo. Las asambleas en ese berenjenal no son del demos, son de los grupos elegidos por el poder del clan "fundador" que se vale del apoyo de sus "representados" para representarse a sí mismo, y a sus propios intereses, usando al pueblo y su voluntad en forma de voto a ciegas, como cheque en blanco para sus manejos.

Ante este caos prefabricado aposta, lo que menos importa en el terreno de la verdad, es la liturgia, la ceremonia de la confusión y los protocolos de sus manipulaciones, una mera distracción para que el demos se entretenga y no ate cabos porque es imposible encontrarlos en el enredo de madejas enmarañadas y para colmo, televisadas en directo que no dejan dar pie con bola a la hora de discernir, por amontanamiento mogollonoso y gestionar la participación en las urnas del modo más ético y sano posible. Para evitar que eso suceda, se maneja el miedo, la amenaza, el chantaje en todos los partidos.
Por eso nos conviene salir del campo de batalla y no dejar que nos camelen una vez más, subir a la colina del autodominio lúcido, analítico y ver desde fuera y en perspectiva el movimiento de las tropas, para saber quién es quién y por donde van. Y qué jugarretas preparan para llevarnos al huerto, por un lado y por otro.
Y votar sin presión. Sin miedo. Sin repelús. Con la nariz despejada y no pillada con la pinza de siempre, porque el oxígeno de la respiración es imprescindible para poder pensar, reflexionar, analizar, comprender, decidir y elegir desde nuestra conciencia, no desde nuestras tripas, ideas fijas, humores contradictorios como nubarrones aplastantes y cacao mental.
Que la doctrina del shock no se salga con la suya una vez más. La democracia solo se consigue por la legitimidad no solo por la legalidad que no es legítima sino impuesta y forzada por las cúpulas del poder que modelan las leyes en petit comité y desconocen la legitimidad soberana de la asamblea, mientras nos cuelan el populismo hegemónico como la receta mágica de "la ley y el orden", los suyos, indudablemente, no los nuestros. Ellos no son el pueblo-estado como vociferan a lo Luis XIV.
 El pueblo nunca sería tan torpe, tan falso, tan sucio ni tan suicida.

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