que el fuego se ha plantado de repente
en medio de París la encantadora,
esa hermosa Lutecia de Astèrix y de Obèlix
-y de Assurancetourix, el bardo
y su poesía de juglar irredento, tan al día
dedicando canciones al evento-,les flammes, oui,
les flammes, oh, mon Dieu de la France!,
mordiendo el esqueleto de la piedra,
atacando el perfil de las vidrieras,
incinerando vigas milenarias
y bóvedas cansadas de aguantar
el plomo rencoroso de las sombras
en permanente pugna con la luz
cuando sólo se vive entre la niebla;
y en un instante obtuso el fuego se desfoga
royéndole las teclas al órgano divino
que no acompañará, gozoso o macilento,
según los avatares del momento,tantísimos tedeums
ni tristes misereres,
requiems, sentidísimos glorias, agnusdeis
y aleluyas.
Nôtre Dame ha soportado el tiempo
y su rancia segueta belicosa
entre guerras tribales,locales
dinásticas, mundiales, financieras,
guillotinas e imperios recurrentes,
repartidas por siglos y obsesiones,
dogmas y atrocidades,
pero no ha conseguido resistir
a la tecnología de su restauración,
ni siquiera Esmeralda y Quasimodo
han logrado impedir la barbacoa
que una chispa imprevista
escapada tal vez de un click o de una wifi,
o de una vil colilla impenitente
colada en los andamios
de cualquier artilugio vía satélite
o vayaustesaber qué invento terminator
en manos del Flautista de Hamelin,
haya montado el cirio de esta hoguera.
Ingente despilfarro ciudadano
-cien millones al año no están mal
para ese ten con ten del monumento-
con tan buen presupuesto asistencial,
cuando en Francia, en Europa
y en el mundo, ruge la marabunta
del hambriento, y del acorralado
por bombas y metralla,
por el negocio yanky de la guerra
para cambiar el mundo a su manera,
del que por falta
de lo más necesario y de lo más urgente
se queda sin república y sin techo,
sin agua, luz ni leche, sin pan ni abecedario.
Sin tierra que pisar, sin templo en que rezar,
y hasta sin vida, ahogado ante las costas
del milenio.
La catedral, bellísima sin duda,
se lleva un dineral en su mantenimiento
año tras año, impuestos y limosnas a porrillo
y, cómo no, suspiros, rezo a rezo,
para lucir sus piedras comme il faut.
Buena es la devoción por la belleza,
admirable tarea no olvidar el pasado,
encomiable el valor de cada piedra,
respetable el fervor por las reliquias...
pero olvidar que el propio ser humano
víctima de culturas aplastantes
e iglesias pervertidas,
y libertad tan solo para ricos,
es lo más valioso y más divino que el universo
ha dado,
tal vez merezca hoy esa respuesta en llamas
que nadie ha procurado ni querido,
y que nadie desea y a todas emociona
con tristeza y con melancolía
pero que no ha podido detener
el estallido de una cósmica y justa
respuesta universal a tanto despropósito supino,
y a tanto egocentrismo desnortado.
¿No estará Nôtre Dame hasta la cofia
de tanta devoción sin resultados,
de que la religión sea demagogia
y el 'amor' un desván para tarados?
¿No será que prefiere otras liturgias
en las que el corazón abra las manos
y el alma hecha conciencia
reconozca por fin a sus iguales
y, sin hipocresías ilusorias,
no le llame virtud
al más podrido y vil de los pecados:
al olvido mortal de los hermanos,
hijos de la familia universal?
¿Debemos olvidar tal estropicio
sin sacar moraleja de un incendio
tan poco natural y sospechoso,
que más parece el toque de atención
a una barbarie culta tan cruel como devota
e inconsciente,
que un golpe despistado del destino?
¿No será una llamada a la salud del alma
y su equilibrio
por parte del espíritu que somos e ignoramos,
mientras en los laureles sin sustancia
de la ciencia y la pasta, sesteamos?
El único y verdadero templo imprescindible es el espíritu. Sin él todos los templos están vacíos y su valor es el de la ceniza sin necesidad de que se quemen materialmente. Si el pastón que se emplea en los templos se emplease en regenerar conciencias con una praxis humanitaria y organizada desde el bien común igualitario ( o sea tratando a cada ser humano como a uno o una misma), no habría sufrimiento ni injusticias y mucho menos ambas lacras estarían des-gobernando el Planeta. Los problemas en el tiempo y el espacio son inevitables para la evolución, como el placer y el dolor, pero sí es y debe ser evitable el sufrimiento que causa la falta de conciencia y de empatía, de inteligencia y de Amor. Con mayúscula, y en negrita y negrito con papeles, derechos-deberes compartidos y abrazo de bienvenida, desde luego. La nostra ciutat, el vostre refugi. Ese refugio es la verdadera catedral globalizada. Hasta que no lo entendamos y lo practiquemos, todas las religiones serán agua de borrajas tóxicas, trampas conflictivas y mucho más un peligro y un disparate, que 'un regalo de dios'. ¿Qué Dios, omnisciente, misericordioso y medianamente lúcido, regalaría semejantes barbaridades que dejan ciego, sordo y tonto al género humano para convertirlo en rebaño y manada con la intención de mantenerlo en la reserva india de la inopia manipuladora? Dios es nosotros y nosotras, creando, experimentando y aprendiendo constantemente de nuestra propia creación. Por eso harto/a de tanta milonga y como chispa del inconsciente colectivo, acaba de intentar quemar en París la corona de espinas en plena Semana Santa. Está/estamos hartitas de nuestro propio y divino autoengaño meapilas. Hay que resucitar cada día y no esperar que cada primavera, mientras el Planeta se va por el desagüe de la contaminación in crescendo y nuestros hermanos tercermundistas gracias a nuestros desvelos se mueren por esos mares vetados al salvamento, lleguen, en nombre de Dios, las vacaciones para los ateos turistas y las procesiones y las saetas, la cera y el fanatismo novio de la muerte, para los creyentes fanáticos de sus propios infundios, que ya hasta han confundido con el rey, la patria y la constitución, intocable como la Ley de Moisés para los judíos y derivados, que por lo visto hacen novillos con algunos mandamientos, como por ejemplo, el quinto, el sexto, el séptimo, el octavo y el décimo...Al parecer los otros les resultan más accesibles y menos complicados de implementar por la simple costumbre del acoplamiento hereditario.
En estos casos el hábito sí hace al monje, cada vez más insensible e irresponsablemente cínico, mientras se suicida por goteo colectivo, creyendo vivir a tutiplén. Ains!
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