Pablo Casado debería recordar que dentro de unas pocas semanas podría ser presidente del Gobierno de España. Yo no puedo olvidarlo y, oyendo las cosas que dice, esa posibilidad no me tranquiliza. De Aznar
ha heredado Casado la determinación de ir en línea recta a la conquista
de la Moncloa sin detenerse ante nada, sin respetar ningún semáforo
democrático, ni siquiera el de la complicidad de la lucha
antiterrorista. Esa posición del expresidente nos proporcionó momentos
de gran desunión que creíamos superados pero que por desgracia regresan
de muy mala manera con su desprejuiciado discípulo. Decir que Sánchez “prefiere manos manchadas de sangre que manos pintadas de blanco” es sucio, es peligroso y da la medida de su atolondramiento irresponsable y del miedo a Vox, que viene como un bólido.
Más información
Solemos repetir que en campaña los partidos tienen que concretar sus
propuestas, y es lo que están haciendo estos días, pero no añadimos algo
que es también muy relevante: que a tres semanas de las elecciones los
candidatos a la Presidencia del Gobierno se miden también en otro
terreno, el de su talla como hombres de Estado. Yo acostumbro a
imaginar a los aspirantes representando al país en las grandes
solemnidades institucionales o en los foros internacionales.
Los que les asesoran deberían ayudarles a vestir con dignidad y empaque
el cargo al que aspiran y encargar las tonterías, los exabruptos, las
salidas de tono, a los subalternos. Es lo que tendrían que estar
haciendo con Pablo Casado, que podría ser presidente de España el mes
que viene pero que sigue pareciendo con demasiada frecuencia un bocazas
alegre e inmaduro, más fácil de imaginar como dinámico delegado de curso
o abanderado de una tuna que como estadista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario