¡Es la libertad, estúpido!
Nunca, en treinta años
de profesión, había escrito para un día electoral una columna como
esta. No se habían dado nunca unas circunstancias así ni en la
transición en que la ultraderecha era peligrosa pero minoritaria y
residual
"En
1934 nadie creía que fuera posible ni una centésima, ni una milésima
parte de los que sobrevendría al cabo de pocas semanas".
Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memoria de un europeo
Hubiera sido deseable no tener que tocar fondo para
llegar a sentir unos comicios y su resultado como parte importante de
nuestra vida. No nos tendríamos que haber dejado adormecer con la idea
aparentemente revolucionaria de que todo da igual y todos son iguales.
No es cierto. Veo estos días rostros, preguntas, inquietudes que
reafirman esa constatación: nada es perfecto, pero hay cosas
inimaginables. Cosas imposibles que es preciso evitar.
He
visto rostros reflexivos, preocupados, pero también decididos. No
rostros que se tentaran las ropas o los bolsillos. No rostros que se
volvieran hacia su problema concreto, hacia su negocio privado, hacia su
vida particular. No, rostros preocupados y atentos por nuestra
convivencia común, por nuestro futuro general, por nuestro bienestar
como pueblo. Nunca he entendido otra forma de patriotismo que no fuera
el que genera el sentimiento de pertenencia a una comunidad que busca un
día mejor a través de un camino común. La idea enaltecida procede, si
es caso, de ese sentimiento de común pertenencia y destino, no de unos
trapos, unos colores o unos relatos. Y muchos sabemos hoy que es ese
patrimonio de avance común, labrado durante décadas, el que está en
peligro. No es la economía, ni son las lindes y las fronteras, ni son
las lenguas ni nuestros apellidos. Es la libertad. La libertad,
estúpidos. Eso es lo que está en juego. Eso es lo que habéis puesto en
almoneda para conseguir enardecer las vísceras grandes. La libertad de
un pueblo. Libertad. Libertad sin ira. Libertad como patria. Libertad
como bandera.
Yo creo en este país. Creo en nuestro
futuro. Creo por ello que somos un pueblo capaz de responder a ese
embate que no es inocente, que bebe en fuentes ya envenenadas y que
conocemos de otros países. Somos un pueblo correoso. Una patria cuyas
ciudades ondean en sus escudos: la primera en el peligro de la libertad.
Ser libres no sale gratis, pero es lo que nos hemos prometido a ser
como sociedad. Hoy creo que vamos a demostrarlo como compete: a golpe de
voto y de urna, a fuerza de esfuerzo común y de alegría. No somos como
desearían. No somos una caricatura de toreros, fiesta, caza, curas y
pechos viriles descubiertos. No somos un carnaval de mujeres femeninas y
dispuestas y hombres arrogantes con armas largas a modo de vergas
fantasmagóricas. No, esa no es España. Ya no. Si es que llegó a serlo
algún día más allá de la imaginación de un dictador y de la fuerza
descomunal de su bota para aplastar todo aquello que no fuera charanga y
pandereta, cerrado y cofradía.
Hoy acuden a las urnas
dos Españas, la que considera que la patria asfixia, que la patria
marca, que la patria homogénea se impone para hacernos y los que creemos
en que somos todos nosotros, los unos y los otros, los que constituimos
la esencia cambiante e incalificable de esa patria que se conforma
múltiple y mutante como somos nosotros y la sociedad misma. Vamos a los
colegios electorales los que preferimos soportar al intolerante que
romper la tolerancia y también los que confían en que sus líderes
acallen a los que discrepan. Vamos todos, pero unos hemos de ser más
porque somos mejores. Les molesta mucho lo que llaman la superioridad
moral de la izquierda, pero no cabe duda de que es moralmente superior
buscar el bien común que el bien de unos pocos. En nuestra España caben
hasta ellos, en la suya sobramos nosotros. No, no todos somos iguales y
no, no todos los votos que caigan hoy en las urnas lo serán.
España
no se va a romper, pero hay muchos problemas que solucionar y no se van
a arreglar aplastando a la gente sino sintiéndonos gente con ellos y
ellos con nosotros. España no va a ninguna ruina ni los comunistas nos
acechan para cambiar nuestro sistema de vida ni hay ya grupos
terroristas entre nosotros. No son esos nuestros problemas. Son
pantallas que han levantado para que no nos veamos.
Nunca,
en treinta años de profesión, había escrito para un día electoral una
columna como esta. No se habían dado nunca unas circunstancias así ni en
la transición en que la ultraderecha era peligrosa pero minoritaria y
residual. No, estamos ante otro fenómeno que ya ha producido sus
resultados en otros países europeos y que aquí se presenta con un
disfraz algo diferente, propio de un país que no fue capaz de matar sus
fantasmas y sólo los guardó bajo las alfombras. Ahí están de nuevo.
Yo,
como muchos, no tengo tanto miedo por mí como por nuestra subsistencia
democrática. No tiemblo ante las oleadas de mensajes desde granjas
infames amenazándome con cegar mi voz, con cerrar los medios en los que
trabajo, con tirarme al pozo de los rojos de mierda. Esta madrugada,
cuando hayamos recontando los votos, seguiré aquí, en la misma postura,
digan lo que digan las urnas. Pero antes de que llegue ese momento no
puedo por menos de recordar, hermanas, hermanos, que es la libertad lo
que hoy nos jugamos.
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