¡Que le quiten el lazo!
La última
procesión de la Semana Santa discurre con normalidad, hasta que alguien
observa un extraño adorno en el pecho de la Virgen
Decimoquinta entrega de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco
Decimoquinta entrega de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco
Domingo de Resurrección y
llega por fin Nuestra Señora, Madre Dolorosa, con su andar suave,
mecida en el avance. Llevamos dos horas esperando, vinimos temprano para
coger sitio en la plaza, y al verla llegar todos compartimos ahora un
suspiro, mezcla de alivio y emoción, al reconocer el bamboleo de la
candelería, al compás de las cornetas que tocan "El Dulce Nombre".
El
sol de mediodía se filtra por el palio de la Virgen y enciende las doce
estrellas de su corona, el hilo de oro en que fue bordado el manto, el
pecherín de diamantes, los aljófares del broche y el zafiro del anillo,
la medalla de la coronación, el rosario de plata y nácar, el camafeo y
las amatistas de la cruz al pecho, la filigrana del alfiler, la insignia
de la Orden de Isabel la Católica, el puñal de oro blanco con sus
aguamarinas, el fajín del Cuerpo de Marina, el pañuelo de bolillos y…
–¡Un lazo amarillo! –dice alguien en primera fila,
mirando a través de su cámara de vídeo. Avisa a una mujer a su lado, le
muestra la pantalla y señala hacia el paso:
–¿Has
visto, cari? La Virgen lleva un lazo amarillo. Nos ha salido
independentista –ríe en voz alta, esperando que secunden la broma
quienes se apretujan a su espalda.
Todos nos fijamos
y, en efecto, a la altura del corazón, entre un broche de siete puñales y
un clavel de plata, hay una cinta plegada que amarillea al sol.
–Un
lazo amarillo, la Virgen 'indepe' –insiste el gracioso, hasta que
consigue que su chispa prenda. A su espalda, un joven estira la broma:
como se enteren los catalanes de que la Virgen se solidariza con los
presos, ya verás. A su lado, una señora comenta que sí que parece un
lazo amarillo, pero que poca broma con eso. Un anciano tras ella arruga
los ojos y pregunta si de verdad le han colocado un lazo amarillo. Su
mujer le reprende por decir tonterías; cómo le van a poner un lazo
amarillo a la Virgen. Qué están diciendo de un lazo, se interesa una
mujer más allá, y su vecino le informa: que eso que lleva la Virgen en
el pecho parece un lazo amarillo de los catalanes. Le corrige uno a su
lado: no lo parece, lo es.
Corre la pólvora de cuerpo
en cuerpo, y en la esquina ya aparece el primero que no encuentra broma y
que se enfada sinceramente: considera inaceptable que alguien haya
mezclado la Semana Santa con la política. Junto al semáforo, dos
discuten si es intencionado o casualidad, hasta que callan para atender a
un caballero que se queja muy enojado de que a nuestra Virgen le vaya
nadie poniéndole lazos de esos. El reguero atraviesa de boca en boca la
plaza hasta que en la esquina opuesta ya se afirma sin dudar que un
catalán le ha puesto ese lazo amarillo a la Virgen, qué humillación.
–¡Que
le quiten el lazo! –grita alguien, para sorpresa de cientos de personas
que no saben de qué lazo habla, pero que desde ese momento observan con
detalle el ajuar. Hay quien chista para pedir silencio, ha callado la
banda y la tradición pide que la procesión atraviese la plaza en
recogimiento absoluto. Pero hoy no hay quien apague este charlataneo de
bromistas, estupefactos, curiosos e indignados. La corriente rumorosa
alcanza ya la cercana avenida, donde fieles y turistas se aprietan
esperando a que asome el palio y así comprobar lo del lazo ese del que
todo el mundo habla.
Un simpático hace una foto, el
zoom de su móvil permite un primerísimo plano de la Madre de Jesús, y le
aplica un filtro que aviva los colores, incluido el amarillo de esos
pocos centímetros de tela. Por supuesto, la comparte en redes sociales,
con el chascarrillo de "LA VIRGEN PIDE LA LIBERTAD DE LOS PRESOS
POLÍTICOS!!!" seguido de varios emoticonos de asombro. No hace falta que
detallemos lo que esa fotografía provoca en las redes, la secuencia
previsible: difusión a velocidad de mecha encendida, respuestas jocosas y
airadas por igual, insistentes preguntas de si eso es de verdad o un
fotomontaje, memes fulgurantes. No tardamos en leer la primera noticia
en un diario digital, que reproduce la misma fotografía –editada para
resaltar más si cabe el ya de por sí resaltado amarillo–, y la acompaña
del irresistible titular "Polémica en la procesión: ¿quién le ha puesto
un lazo amarillo a la Virgen?", anzuelo que en pocos minutos muerden
cientos, miles de usuarios de redes sociales. Se multiplican las muchas
respuestas, entre ellas la de un partido ultraderechista, que en su
cuenta oficial acusa al gobierno de permitir el golpismo y humillar a la
mayoría católica; y la de un diputado independentista, conocido por sus
provocaciones, y que se refiere al suceso con una ironía que no todos
los lectores entienden.
Mientras, la Dolorosa ha
dejado ya la plaza y emboca la avenida, más concurrida que nunca por la
afluencia de quienes no tenían previsto venir pero, reclamados por un
mensaje de WhatsApp, un vistazo a la red social o una noticia rebotada,
han corrido al encuentro de la procesión, para comprobar con sus propios
ojos qué es eso que lleva la Virgen prendido al pecho, eso de lo que
todo el mundo habla, si es una confusión, una broma o una ofensa.
El
tránsito de la avenida es arduo, la multitud estrecha el pasillo, los
nazarenos meten codos para abrirse hueco, los costaleros tienen que
frenar una y otra vez, y los músicos comentan entre ellos lo que les va
llegando a sus teléfonos.
–¡Quitadle el lazo! –se
grita a cada poco, consiguiendo aplausos y abucheos por igual, sin que
quede claro si van dedicados al que gritó, al lazo, a la procesión o a
la mismísima Madre de Dios.
Los periodistas que
retransmiten la procesión se instalan frente al paso, asedian con sus
micrófonos a un miembro de la junta de gobierno de la Hermandad, que se
acaba de enterar de la historia, y al que apenas se oye entre tanto
jaleo:
–Que yo sepa es un broche de terciopelo, más
dorado que amarillo, y que ya ha lucido otros años. Le fue ofrendado en
el aniversario de la coronación por parte de…
Imposible
que su voz quede registrada, porque a su lado la banda, o más bien una
parte de los músicos de la banda, decide por su cuenta tocar el himno
nacional, no sabemos si para acallar las acusaciones o como desagravio a
Nuestra Señora. El himno es recibido con aplausos y gritos de Viva
España, lo que momentáneamente acalla la última versión que recorre la
avenida y algunos grupos de WhatsApp: lo del lazo sería cosa de unos
hermanos, de conocida filiación izquierdista, "podemitas", que ya el año
pasado montaron ruido y mancharon el buen nombre de la Hermandad,
empeñados en que la Virgen no llevase cierto fajín militar de
controvertido origen. Habrían sido ellos, vengativos, los responsables
de colocar ese símbolo de discordia.
A la misma hora,
en la tertulia televisiva, un portavoz de la oposición asegura que "en
caso de confirmarse la noticia" estaríamos ante un hecho "de extrema
gravedad", cuyo principal responsable sería el gobierno, por convocar
unas elecciones sin respetar la festividad religiosa. Eso sí, insiste
prudente, "en caso de confirmarse la noticia".
Pero,
un momento, ¿qué ha pasado en aquella esquina, hacia la mitad de la
avenida? Por lo que se cuenta, alguien oyó a unos turistas que reían y
hablaban en catalán –otras versiones dicen que en realidad eran
franceses–, y los señaló como posibles responsables del desaguisado.
Aunque su acusación no encontró seguimiento entre los presentes, con sus
aspavientos acabó logrando que los turistas se marchasen deprisa, más
desconcertados que asustados.
Antes de girar para
salir de la avenida, los costaleros hacen una parada, en el mismo punto
de cada año desde hace medio siglo, aunque esta vez sin el silencio
recogido de otras ocasiones. Alguien se acerca y lanza hacia la Virgen
una bandera de España con la que pretende arroparla, dos metros
cuadrados de tela que, sin la fuerza suficiente, queda a medio camino,
enganchada en un candelabro. Por el frente, un joven se arrodilla en lo
que parece gesto contrito, pero en realidad ofrece su espalda como
escalera para que su compañero suba al paso. El capataz lo atrapa de una
pierna cuando ya está pisoteando las flores y tumbando cirios, y en el
forcejeo se agarra a un varal del palio, que se tambalea entero para
espanto de los presentes, la Virgen ladeada, todo su ajuar sacudido,
también el lazo, broche o lo que sea aquello.
Los
cuatro guardias civiles que con sus uniformes de gala acompañan el paso,
deciden asumir las funciones de orden público, protegen la imagen
frente a nuevos intentos de trepar, mientras se acrecientan los gritos
de "fuera el lazo, fuera el lazo", tal como ven los telespectadores de
la tertulia matutina, que ha conectado en directo con la procesión.
Entre los más cercanos al palio todavía son mayoría los que piden calma y
aseguran que todo es un malentendido, pero según nos alejamos de la
Virgen se dificulta la visión del lazo o broche, y se deforman las
versiones del incidente, tanto más cuanto más alejados, de modo que los
del fondo de la avenida, que apenas distinguen algo, son los más
convencidos y los que más gritan: "fuera el lazo, fuera el lazo".
A
los policías locales les cuesta llegar hasta el paso, el tumulto es
cada vez más cerrado. Hacen una cadena alrededor del paso, mientras el
oficial, incapaz de escuchar las explicaciones del Hermano Mayor ("es un
error, es un error", repite afónico), pide refuerzos a la delegación
del gobierno.
Desde un balcón alguien suelta una gran
bandera rojigualda sobre el palio, con tan buena fortuna que un extremo
de la bandera queda enganchado en una estrella de la corona. La
composición es celebrada por muchos de los presentes, que lo aplauden
como reparación.
Llega al fin una docena de
antidisturbios, se abren paso con empujones que expanden una onda
agitada hacia ambos lados de la avenida, hasta muchos metros de
distancia llegan los pisotones y tropiezos. En el nerviosismo triunfan
varios rumores, a cual más desdichado: hay provocadores infiltrados,
dice uno. La policía ya ha detenido a los autores, dice otro. Cuidado,
que han llegado unos ultraderechistas, alarma el de más allá. Incapaces
de avanzar, y desconcertados por el escándalo, los costaleros salen de
debajo del paso, miran hacia la Virgen y discuten si es un lazo amarillo
o un adorno inocente.
Lo mejor será despejar la
avenida antes de que la alteración del orden público vaya a mayores,
piensa un mando policial desde la delegación del gobierno, para lo que
desplaza hasta allí cuatro furgones, que en su lentitud procesional
consiguen que la muchedumbre se vaya desaguando por las calles
laterales. Un grupo de jóvenes se resiste a marchar sin antes
desagraviar del todo a la Virgen, lo que hace que los policías pongan
más fuerza en sus empujones y alguno desenfunde la defensa como aviso.
La confusión es aprovechada por un chaval de traje azul: con ardillesca
agilidad, trepa por un lateral y arranca del pecho el polémico adorno,
lo enarbola triunfal ante los presentes que lo vitorean, hasta que un
policía le tira de la pierna y lo baja a la fuerza. Por el otro lado,
otro escalador arropa a la Virgen con una bandera, se la anuda al cuello
sobre el mantón.
Las sirenas de los furgones
acompañan el desalojo de este tramo de avenida, entre carreras y caídas.
En pocos minutos no queda nadie, los refuerzos policiales montan un
infranqueable cordón en las esquinas, hay varios detenidos por
desórdenes públicos.
En la desierta avenida quedan dos
capirotes sin propietario, una zapatilla perdida, cirios rotos y, en el
centro de la calzada, el paso naufragado, la Virgen en lo alto, con la
bandera sobre los hombros, sola, torcida, dolorosa.
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