Política de serie B
La precampaña está
resultando un mal negocio para la derecha. Fuera del guion de Catalunya,
no saben qué decir, a dónde mirar, ni qué hacer con las manos; como los
malos actores
No se puede concentrar el voto y gustar a todo el mundo a la vez. Es como querer correr en dos direcciones al tiempo, antes o después, tropiezas y te caes
No se puede concentrar el voto y gustar a todo el mundo a la vez. Es como querer correr en dos direcciones al tiempo, antes o después, tropiezas y te caes
Si es verdad eso que
tanto se repite sobre el giro al puro espectáculo que ha experimentado
la política española, habrá que concluir que no estamos, precisamente,
ante una superproducción de esas que te cortan la respiración y te
enganchan a las palomitas.
Las tramas se repiten más
que en los melodramas alemanes que pone Antena3 los sábados por la
tarde, los diálogos se copian más que las secuelas de Fast and Furious y
Alvin y las Ardillas juntas, la puesta en escena convierte en
candidatas al Óscar a la mejor dirección artística a las películas de
Fernando Esteso y Andrés Pajares, la trascendencia y alcance de los
mensajes elevan a la saga Crepúsculo a obra capital de la filosofía
contemporánea y los videoclips musicales de Leticia Sabater parecen
obras de arte al lado de la mayoría de los jingles y videos con que ya
hemos sido torturados durante la precampaña. Alguien debería recordarles
que no se trata solo de dar espectáculo sino, sobre todo, de dar un
buen espectáculo.
Pedro Sánchez y los socialistas continúan a la caza de
ese elemento decantador capaz de provocar la concentración del voto
progresista. Los sondeos dicen que progresan, pero despacio. Seguramente
influya sobre ese ritmo el principio de compensación que guía toda su
estrategia. Agenda social sí, pero banderas españolas bien grandes,
también, por si acaso. Ratifican los decretos sociales con los votos
nacionalistas, pero, por si acaso, al día siguiente nos recuerdan lo
malos y divisorios que son los independentistas. Nos avisan del peligro
de las tres derechas, pero, por si acaso, sale el ministro Ábalos a
recordarnos que con quien mejor se pacta es con Ciudadanos. No se puede
concentrar el voto y gustar a todo el mundo a la vez. Es como querer
correr en dos direcciones al tiempo, antes o después, tropiezas y te
caes.
Pablo Iglesias y Podemos han encontrado en la
“delincuencia patriótica” del comisario Villarejo el resquicio para
entrar en una campaña donde todo el mundo estaba empeñado en dejarles
fuera. Es la única trama nueva en la precampaña y se nota que funciona.
La prueba la aportan los socialistas, quienes han pasado en horas de dar
por desarticulada la banda y minimizar el escándalo a ponerse a la
cabeza de la manifestación y colgarse la medalla de haberle cortado la
cabeza a la serpiente.
La precampaña está resultando
un mal negocio para la derecha. Fuera del guion de Catalunya, no saben
qué decir, a dónde mirar, ni qué hacer con las manos; como los malos
actores. El desaforado intento por convertir a Arnaldo Otegui en el
nuevo Michael Myers para una precuela del Halloween catalán lo
demuestra. La pelea entre Pablo Casado y Albert Rivera por quedar
segundos ha terminado por desconcertar a un electorado que los ha visto
repartirse los ministerios antes incluso de empezar a pedirles el voto. A
Santiago Abascal y los suyos se les nota demasiado que les va mucho
mejor cuando los demás hablan de ellos que cuando ellos mismos abren la
boca; será porque al oírlos hablar muchos se dan cuenta de que no tienen
tiempo para estas tonterías.
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