Brexit: nadie sabe qué hacer
A estas alturas, cuando el tiempo se agota y se deberían estar ajustando detalles finales, estamos en la casilla de salida
No recuerdo mayor desconcierto. Superado el plazo oficial del 29 de marzo, a 9 días del fin del plazo prorrogado, es imposible saber qué va a pasar con el brexit.
Lo que es peor, nadie en el Reino Unido sabe qué hacer. Es más, diría,
nadie parece saber muy bien qué quiere que pase. La confusión es cada
día mayor. A estas alturas, cuando el tiempo se agota, cuando se
deberían estar ajustando los detalles finales, estamos en la casilla de
salida, estamos de nuevo debatiendo cuestiones preliminares o de
procedimiento. En los últimos días, votaciones alternativas con
distintos objetivos, hablando de nuevas elecciones, segundo referéndum y
ayer, in extremis, el intento dramático de Theresa May de pactar con
los laboristas la petición a la Unión Europea de un nuevo aplazamiento,
una tregua breve hasta el 22 de mayo, sin un fin claro. Podría no servir
para nada. Es decir, seguimos en los cimientos a cinco minutos de concluir el edificio, mientras se acerca el precipicio de un brexit sin acuerdo, por la tremenda, que la mayoría del Parlamento dice no desear, un desastre absoluto.
La historia del brexit es un viaje de lo sólido a lo gaseoso. En un principio, mandaban los argumentos concretos, económicos, por ejemplo. Se contabilizaba en libras lo que se podría ganar o ahorrar. O argumentos defensivos, muy fáciles de entender, sobre la presencia de inmigrantes o su influencia en la salvaguarda de la identidad nacional. Pero ahora solo importan los tactismos de quita y pon, el pulso entre el Gobierno y el Parlamento, guerras entre partidos y en el interior de cada partido para no naufragar en el desbarajuste o para aprovecharse de él pensando en el siguiente capítulo. Parece un mal de nuestro tiempo. Por imprevisión e irresponsabilidad, los asuntos trascendentales degeneran, degeneran tanto que aunque afecten a nuestras vidas los vamos dejando a un lado por empacho y por aburrimiento.
La historia del brexit es un viaje de lo sólido a lo gaseoso. En un principio, mandaban los argumentos concretos, económicos, por ejemplo. Se contabilizaba en libras lo que se podría ganar o ahorrar. O argumentos defensivos, muy fáciles de entender, sobre la presencia de inmigrantes o su influencia en la salvaguarda de la identidad nacional. Pero ahora solo importan los tactismos de quita y pon, el pulso entre el Gobierno y el Parlamento, guerras entre partidos y en el interior de cada partido para no naufragar en el desbarajuste o para aprovecharse de él pensando en el siguiente capítulo. Parece un mal de nuestro tiempo. Por imprevisión e irresponsabilidad, los asuntos trascendentales degeneran, degeneran tanto que aunque afecten a nuestras vidas los vamos dejando a un lado por empacho y por aburrimiento.
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