miércoles, 3 de abril de 2019

Y todo es tan Brexit...querido Iñaki...que hasta los mapas se están cortocuitando. Puede que aquello que hace unas décadas parecía tan chachipiruli ya no cuela y no lo queramos ver. Cuesta lo indecible aprender a desprogramar la comodidad de lo programado. Pero hay épocas de la Historia en las que solo queda un recurso para seguir vivos con dignidad: desprogramarse o adiós muy buenas. Y parece, por lo que hay o no hay, que nos ha tocado la china del cambiar o perecer como civilización en el tercer milenio de este invento. Quizás ya es el momento de dar un salto cuántico deshaciendo barreras mentales y psicoemotivas como lo son el miedo y ' la cohtumbre der café' como decían los Álvarez Quintero en uno de sus sainetes a principios del siglo pasado. Qué intuición premonitoria...


Brexit: nadie sabe qué hacer

A estas alturas, cuando el tiempo se agota y se deberían estar ajustando detalles finales, estamos en la casilla de salida




No recuerdo mayor desconcierto. Superado el plazo oficial del 29 de marzo, a 9 días del fin del plazo prorrogado, es imposible saber qué va a pasar con el brexit. Lo que es peor, nadie en el Reino Unido sabe qué hacer. Es más, diría, nadie parece saber muy bien qué quiere que pase. La confusión es cada día mayor. A estas alturas, cuando el tiempo se agota, cuando se deberían estar ajustando los detalles finales, estamos en la casilla de salida, estamos de nuevo debatiendo cuestiones preliminares o de procedimiento. En los últimos días, votaciones alternativas con distintos objetivos, hablando de nuevas elecciones, segundo referéndum y ayer, in extremis, el intento dramático de Theresa May de pactar con los laboristas la petición a la Unión Europea de un nuevo aplazamiento, una tregua breve hasta el 22 de mayo, sin un fin claro. Podría no servir para nada. Es decir, seguimos en los cimientos a cinco minutos de concluir el edificio, mientras se acerca el precipicio de un brexit sin acuerdo, por la tremenda, que la mayoría del Parlamento dice no desear, un desastre absoluto.
La historia del brexit es un viaje de lo sólido a lo gaseoso. En un principio, mandaban los argumentos concretos, económicos, por ejemplo. Se contabilizaba en libras lo que se podría ganar o ahorrar. O argumentos defensivos, muy fáciles de entender, sobre la presencia de inmigrantes o su influencia en la salvaguarda de la identidad nacional. Pero ahora solo importan los tactismos de quita y pon, el pulso entre el Gobierno y el Parlamento, guerras entre partidos y en el interior de cada partido para no naufragar en el desbarajuste o para aprovecharse de él pensando en el siguiente capítulo. Parece un mal de nuestro tiempo. Por imprevisión e irresponsabilidad, los asuntos trascendentales degeneran, degeneran tanto que aunque afecten a nuestras vidas los vamos dejando a un lado por empacho y por aburrimiento.

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