martes, 5 de enero de 2016

Tres sonetos con nocturnidad y sin alevosía

 Ojalá tengamos la capacidad 
de solucionar lo que tiene solución,
de aceptar con inteligencia, de integrar
y aprender a gestionar de otro modo
lo que no se puede solucionar
y sobre todo, 
ojalá
que no nos falte lucidez suficiente 
para distinguir lo uno de lo otro.





                        I

Hay quién vive sin poses ni caretas,
como la transparencia de un porqué,
y hay quién vive escondiendo en sus maletas
el falsete de un zafio paripé

Es gente que rezuma sus rabietas
y que las empapela en el couché
con razones obtusas e incompletas
dignas de Gran Hermano y Sálvame 

Qué triste que los años no embellezcan
la gracia y el talento de las almas
y que el ego gastado se envilezca

que se pierda el perfume de la calma
y también que el ingenio  así decrezca
como mengua la noche con el alba

                         II

No es más grande quién más odio amontona
ni es más fiel quién miseria comparte
retorciendo la cuerda que aprisiona
y llevando el rencor como estandarte

Es grande, nos conmueve y emociona
quién acierta a fundir grandeza y arte
no quienes se endurecen y apoltronan
en viperinos lances y descartes

quién de la frustración hace poesía
y del dolor un canto compartido
merece el colofón de la alegría

pero quién permanece enrarecido
en el pozo fatal de su acedía
se atasca en el rurún de su quejido

                       III

Hermosa es la mirada del que sabe
encajar los reveses del destino
y es dueño de su puerta y de su llave
sin salpicar la puerta del vecino

con la mugre que llena su arquitrabe,
con el lodo que inunda su camino
que le quema los planes y las naves
al pairo rebotado del destino

Feliz aquél y aquella que comprenden
y descifran la esencia de la vida;
felices son los que escuchan y entienden

el eco sanador de cada herida
y aquél que no ambiciona ni pretende
revancha por ofensa recibida


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