miércoles, 13 de enero de 2016

La voz de Iñaki


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La izquierda maldita

EL PAÍS 

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Qué buena reflexión, Iñaki. Y qué oportuna. Gracias!  
Es muy reconfortante que en los medios se puedan escuchar y leer comentarios así. No es lo mismo comentar una noticia que llegar a las entrañas de los acontecimientos, aclararse con las causas y efectos, ver las ataduras y las vías de salida o simplemente, ayudar a construirlas entre todos a base de trabajar en la conciencia  colectiva desde el despertar individual y siempre desde unos valores sin fecha de caducidad. Creo que por ese motivo los profesionales y asistentes de la conciencia social como es tu caso, nunca se jubilan. Y es un lujo que estéis ahí por encima de cualquier cosa. 

Precisamente ese empeño es la base de la izquierda. De la maldita izquierda, para el mundo capitalista que ni siquiera nota que precisamente esa "maldición" es el oxígeno de la sociedad. Al capitalismo le pasa como a los fumadores: intoxican y ensucian todo con el humo del tabaco,  ellos también enferman sus pulmones al mismo tiempo que empastran su entorno y corrompen el aire que respiran los demás, ellos también acaban por no poder respirar y van con su maletín y su mascarilla para poder vivir con respiración asistida, precisamente a causa de su adicción al tabaco, que, es cierto,  da dinero, puestos de trabajo y negocios varios, pero tiene las mismas secuelas mortales que el dinero mal empleado solo en el humo del lucro y su importancia por encima de las personas, por encima hasta de uno mismo.

Es la "izquierda", el lado consciente del corazón, rojo por cierto, la que se ocupa, paradójicamente, de sentar cabeza, de iluminar la corriente de la vida, de animarla, de dar motivos para levantarse cada día sin que los tengan que proporcionar el cotidiano informe financiero de Wall Street o el índice Nikei. Es la izquierda, la maldita e incordiona izquierda, la que no nos deja vegetar como animales en el pasto seguro de la costumbre de pensar sin comprender, de ser pasivos, dúctiles y maleables, obedientes y falsamente seguros de todo, la que nos hace dudar y reírnos de nosotros mismos mucho más que de los demás. La que nos hace poner en solfa las seguridades y los dogmas, los cargos y las rimbombancias, pero nos hace tomar completamente en serio la responsabilidad de pasar por el mundo para mejorarlo, al menos un poco, mientras nos mejoramos nosotros mismos con él. Es ella, la izquierda idealista y lúcida, la que no tiene miedo a cambiar las cosas, sino empeño en ello, porque sabe, con Heráclito, con Spinoza y Marx, que todo fluye y nada vuelve a ser lo mismo aunque lo parezca. Que todo es vida que se auto-regenera en sí misma y que ese proceso es eterno, ni se crea ni se destruye, y nuestro cometido es convertir su mecánica en consciencia y elección personal en el cómo de la belleza y la armonía de los contrarios mucho más que en el cuánto de los negocios de la mugre, escuálidos en vida y caóticos en infelicidad, algo que en el apoyo mutuo del bien común se convierte en justicia y amor que construye y deja libre lo mejor que tenemos mientras educa y mete en vereda humana los restos cavernarios del pasado.

Todo eso junto y sin que se pueda evitar, se viene a las manos cuando se participa, se está codo con codo, se mira a los ojos de la fraternidad, de la igualdad y de la libertad, las tres reinas magas que nuestra humanidad ha ido creando, se alzan las voces, los cantos, las protestas con propuesta alternativa adjunta y las sonrisas, en la puerta del CIE o del juzgado o del hospital o de la escuela cercados por recortes y malversaciones. O en la plaza, porque ha llegado la fiesta o la asamblea de la Junta Municipal de Distrito y hay que votar cómo y en qué queremos invertir el presupuesto anual del ayuntamiento y lo hacemos juntos y juntas en una verdadera unidad popular natural como la vida, en la que también tienen su sitio, su voz y su voto, los que no la entienden y la desprecian. En fin, maldita izquierda, sí. Y que siga así, progresando y creciendo desde la base, que es la raíz. Por los siglos de los siglos, amén.

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