jueves, 28 de enero de 2016

La voz de Iñaki


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Corrupción y pactos

EL PAÍS  

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Desde luego, que sin valores éticos ni principios morales ni se puede gobernar ni convivir, ni siquiera vivir de verdad, sino quedarse en el puro y elemental vegetar, algo que para las plantas es perfecto, pero para los seres humanos es una degradación de su esencia y un desperdicio de sus cualidades más evolucionadas. Según parece, para el pp y para algún sector que se cree izquierda y progresista, pero es todo lo contrario, los valores superiores de la humanidad son pamplinas, pérdidas de tiempo y fantasías irrealizables, aún recuerdo un programa de Jordi Évole donde participaba, precisamente Iñaki, con una magistrada vasca y un miembro del pp, creo recordar, que había sido ministro o un alto cargo del gobierno popular. Me llamó la atención el comentario que hizo sobre la Constitución, afirmando que en el tema de los derechos fundamentales era incumplible e irrealizable. Lo justificó con un cinismo tan asumido como credo pragmático con ejemplos prácticos, que parecía casi un humorista. No un político, del color que fuera, porque a cualquier persona que se dedique a los asuntos públicos, al servicio de la ciudadanía, se le supone, como a los militares, el valor, un equipaje moral suficiente y una sensibilidad adecuada a la labor que ha elegido como dedicación. Pues no. Aquel hombre era indiferente a cualquier consideración humanitaria, era un robot pensante, que usaba las razones como un hacha de sílex. Como un arma primitiva y contundente, para defender la pieza de caza o el hueco en el abrigo entre rocas, donde instalarse y defenderse de los posibles "enemigos", sus semejantes, pero, sobre todo, peligrosos competidores. 
En aquel debate había un abismo moral entre la magistrada, Iñaki, Jordi y el gerifalte ppero. Dos mundos y un abismo en medio. No por hostilidad, que no era el caso, sino por los  planos tan distintos de visión y comprensión de los acontecimientos y bases de la conducta. Aquel escenario era la representación holográfica del estado político de nuestra realidad. Sigue habiendo dos Españas, dos calidades de percepción, dos formas de considerar los asuntos públicos y personales.  Una España consciente y que desea seguir creciendo en esa consciencia y conseguir que la inteligencia colectiva vaya regenerando los viejos esquemas del Paleolítico, de la España ancestral, que hacen concebir la política y la sociedad, la  empresa y la profesión, hasta las relaciones humanas, incluidas las de pareja y familia, como un campo de batalla violento y tiránico, competitivo, inmaduro y cruel, esclavo de los instintos primarios de la autodefensa, del miedo y del deseo elemental de apoderarse de todo, en donde hay que procurar siempre salir vencedores, triunfantes y por encima del otro, sin comprender que esos términos suponen en el otro lado de la balanza, dejar por el camino a los vencidos, perdedores y humillados, o sea, arruinando la vida en común, empobreciendo a la otra mitad de nosotros mismos, que son "el Otro", "los Otros", nuestra otredad, sin la que nuestra individualidad pierde el sentido de su existir y de su consistir. Por eso por más que se gana y se acumula nunca hay bastante, por eso se amontonan bienes materiales pero no hay prosperidad ni progreso. Nada nos luce. Porque así se está eternamente mutilados. Como en el ojo por ojo y diente por diente del Talión: todos, al final, ciegos y sin poder comer, aunque el botín de la batalla interminable sea abundantísmo, se ha arrancado de cuajo la capacidad de apreciar el valor real de aquello que se ha conseguido. O sea, se llega a estar inutilizados psico-emocionalmente para hacer realidad nada que valga la pena. 

Así es de fatua la dinámica de esta política absurda, llena de zancadillas que no tienen sentido, que van entreteniendo tiempos y atrofiando mentes y voluntades, disecando la creatividad y borrando del mapa los objetivos motivadores de lo más valioso, para reducirlos a simple mercado de sillones, de cargos y de dineros, que si no tienen una finalidad más noble y satisfactoria acaban por reducir a la nada y al vacío todo programa, toda posibilidad y todo esfuerzo. Por eso nunca cambia nada en ese nivel y se repiten los mismos errores, miedos, tics, manías, fijaciones. Porque no se trabaja desde los valores que no se desgastan nunca, sino que crecen y hacen crecer en planos mucho satisfactorios y necesarios que los meramente instrumentales y cortoplacistas, usados como fines cuando sólo son medios. 

El trabajo político, social, económico y pedagógico tiene que ir cargado, como las buenas nubes, mucho más que de ilusiones neblinosas que pronto se evaporan, del agua regeneradora y fertilizante de los valores humanos. Y llover sobre todos nosotros en forma de derechos y deberes mutuos, de interés por el mismo bien común, de dignidad y sencillez, de inteligencia y cercanía, de empatía y sentimientos de cariño por nuestros semejantes, por nuestro "Otro-Otra". Que son todos y todas. No sólo los que se nos parecen, nos son afines y "nos caen bien". Si yo, por ejemplo, soy diputada, ministra,alcaldesa, concejala o reina, mi sitio, además del escaño, el sillón o el trono, está en los barrios más humildes, en donde la necesidad de mi trabajo es más intensa y la información sobre la realidad es más fiel y directa que si me lo cuentan. Se criticó mucho en la derecha que Manuela Carmena, Ada Colau, Joan Ribó y otros encargados de la cosa pública, fuesen a trabajar en bici o en transporte público, o como en el caso de Valencia, hayan abierto el Ayuntamiento a la ciudadanía, que cada mañana, si quiere, puede entrar y asomarse a las oficinas, despachos, salones, terrazas y balcones, aparte de ser un acto a favor del medio ambiente, de cariño, confianza y respeto a los conciudadanos, es también una forma de no perder el contacto con la realidad "otra". Diversa a la del despacho y la burbuja oficial. Y dejarse transformar por ella. El contacto, la convivencia de lo próximo nos aterriza, nos humaniza, nos hace evitar la rigidez y escapar de la red endogámica de la corrupción, que, justamente, empieza por segregar y separar lo que está unido en la base del ser: la humanidad nuestra de cada día. 

Los fantasmas, los prejuicios, los malos rollos, el retorcimiento y las marrullerías se curan con la proximidad de lo humano y la distancia de las máscaras que reducen todo a una "función", no solo por el ejercicio de un cargo, sino sobre todo porque se desarrolla un personaje y un guión teatral, sin alma, sino perdido en busca de autor, en plan Pirandello. Así solo "representa" sin ser, sin empatizar, sin comprender, sin con-vivir, sin cooperar, sin participar. Fingiendo un papel. Por eso es todo tan ineficaz y tan mísero, aunque cueste una fortuna mantener  el atrezzo, el escenario y la fanfarria. Todo lo que se intenta "pactar" así, nunca sale bien. Como la mayoría de los gobiernos.

Si algo bueno ha proporcionado el 15M ha sido la necesidad y la reivindicación de esa conciencia in crescendo. En Valencia, parece que ha coincidido la gente adecuada en el momento adecuado y el tripartito está siendo una bendición, a pesar de las zancadillas y desatinos del pp local y del pp central y de las patochadas de alguna "miembra" de C's, pero no vamos a tirar la toalla; como Carmena, también creemos en la reinserción rehabilitadora, porque cada una de nosotras es consciente de que cada día debe rehabilitar y reinsertar un cachito de su instinto, de su personalidad y de su ego. Es natural y, sí, se puede. 
Cuando la ciudadanía recupera el resuello y puede ser un poco más feliz y siente que los municipios, el gobierno autonómico o la diputación, o las juntas  municipales de los barrios, son su casa también, algo nuevo nace dentro y se puede compartir con nuestros "otros" y "otras", que cada vez nos parecen más nosotros y nosotras. Sin que por eso nuestro Yo pierda nada importante, al contrario, gana muchísimo más que cualquier inversión en  un banco piraña al uso. 

  

Viene bien recordar las raíces de la izquierda, que es como decir las raíces de la conciencia social que debe usar la política para lograr el bien común y no para utilizar el camino hacia un teórico bien común, como justificación para vivir de la política. No es oro todo lo que reluce ni es socialista todo lo que se viste de rojo y levanta el puño. Es socialista quien siente como propio el dolor que la injusticia causa en los más débiles, quien desea y trabaja por una sociedad limpia de corrupción, quien antes que en sus ambiciones personales o de partido, piensa en el bien de todos y trabaja para que se consiga un mundo más humano, sin limitarse a las fronteras ni sólo a los intereses de aparato y sigla. Son socialistas aquél y aquélla que sienten el mismo cariño por un afectado por un desahucio o un parado español sin subsidio que por un refugiado sirio, saharawi o libio y hacen todo lo posible para que todos ellos, sin distinguir la nacionalidad, sea atendidos con idéntico interés y cariño. Quienes trabajan por la paz y no por la OTAN y la guerra. Quienes jamás desmantelarían las infraestructuras industriales o agrícolas de su país para complacer a los mercaderes del dinero o para que les recompensen con premios y prebendas. Son socialistas quienes son capaces de superar  la ley, los protocolos y los prejuicios con la bondad de su corazón y la lucidez de su inteligencia, con la sencillez del trabajador y de la trabajadora, que se sienten un poco padres y madres, hermanas y hermanos de la humanidad. Si no se lleva ese equipaje por el camino de la vida, no se puede ser socialista, ni persona de bien. Y de poco vale tener el carnet o ser candidatos electos o presidentes de gobierno 'socialista', que sólo es comedia si falta lo esencial.



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