martes, 19 de enero de 2016

Rectificar es una obligación

La irresistible ascensión de P.I.

Pablo Iglesias intenta ocupar áreas de la política con radicalidad y simulación

 

 

 

La crisis económica ha sido la estructura de oportunidad en cuyo marco han surgido los nuevos movimientos sociopolíticos. En un caso (Syriza de Tsipras enGrecia), por agrupamiento de una izquierda antes fragmentada; en los otros dos (Movimiento 5 Estrellas del italiano Beppe Grillo, y Podemos, liderado por Pablo Iglesias, P. I. por abreviar), desde una radical novedad en medios y mensaje. La estructura de oportunidad puede compararse a un vacío en la vida política, en circunstancias como las actuales de creciente malestar económico y descrédito de los actores políticos tradicionales, que alcanza al propio régimen constitucional.


A Pablo Iglesias le repugna la democracia como procedimiento, pero no para de invocarla
El espacio político tolera mal el vacío, de manera que para cubrirlo surgen las respuestas, a veces con una mezcla de acción insurreccional y populismo —por algo Chávez es un héroe para Podemos—, otras fundiendo mediante la violencia el carácter antisistémico en lo político con la conservación del orden social. No faltan nunca la visión maniquea de la realidad, la designación consiguiente de un círculo de los enemigos, el componente violento —verbal y/o físico—, la apelación directa al pueblo o a “los ciudadanos”, el menosprecio de la democracia representativa y la modernidad en la comunicación, salpicada de gestos demagógicos.
Hay una diferencia sustancial entre 5 Estrellas y Podemos. Basado en el blog y en las explosiones retóricas de Beppe Grillo, con su discurso de descalificación frente a “las dos castas”, a Europa y a lo que se le ponga por delante, 5 Estrellas eligió una estrategia de ataque frontal, visible en todo momento. En la vertiente opuesta, sin renunciar a una actitud de enfrentamiento con “la casta”, ni a la visibilidad, Podemos intenta conquistar áreas sucesivas del mercado político, y para ello el radicalismo verbal se encuentra acompañado de la simulación. Según P. I. ilustró por medio de una elegante metáfora, se folla desnudo, pero para ligar hay que vestirse. De hecho, propone más un disfraz que un traje, por lo que él mismo aclara al citar como ejemplo la actitud de Lenin en 1917, hablando de paz y no de revolución para lograr un máximo respaldo a su acción revolucionaria.

Sucedió ya con el programa electoral. A P. I. le repugna la democracia como procedimiento; contra ella, lancemos tuercas (título de su espacio en Tele K). Sin embargo, el programa rebosa de la palabra “democracia” como seña de identidad; sus propuestas serían la verdadera democracia. No conviene asustar. Al ocuparse luego del tema, habla de “reformar la Constitución”, solo que al explicarlo su contenido es el proceso constituyente, de raíz chavista. Del mismo modo que su soflama contra la prensa de los millonarios, de apariencia ultrademocrática, invoca bajo cuerda una “regulación” del Gobierno, realmente existente bajo Maduro y Correa y contraria a la libertad.
Ahí está su resuelto apoyo, más que a la autodeterminación, a la independencia de Cataluña y Euskadi, en la línea del “clase contra clase” de los años treinta, por ser procesos que contribuyen a la destrucción del Estado “de la oligarquía”. Hacia la opinión pública, conviene envolverlo en una empalagosa declaración sentimental de apego a España, seguida de un respeto “democrático” al derecho a decidir.
La cosa cambia si P. I. habla en una herriko taberna, ante quienes juzga auténticos representantes del pueblo vasco. El amor encuentra allí otro destinatario: lo mantendrá “cuando os vayáis…”, dice con ternura a los asistentes. Nada tiene de extraño, pues, su apoyo a Herrira, a los presos etarras, o a las negociaciones con ETA, lo cual es tan significativo como legal. La herriko taberna se convierte además en el espacio adecuado para contar una historia de la España democrática al modo abertzale y para progres a la violeta: el régimen de 1977 solo sería “una metamorfosis del franquismo”, la Constitución fue pacto de élites y excluye al “pueblo”, “un papelito”.

Una cosa es la propuesta abierta y otra la intención real, de acuerdo con la máxima de que lo importante es ganar
Nos movemos, pues, en el terreno de un engaño consciente, pues una cosa es la propuesta abierta y otra la intención real, de acuerdo con la máxima de P. I.: lo importante es ganar. De momento, toca inscribirse en el espacio de una izquierda intransigente, sin más aristas, para absorber a IU y preparar la OPA contra el PSOE. El supuesto de fondo es la necesaria latinoamericación de la política del Sur de Europa, con el ejemplo de los regímenes autoritarios y populistas. No importa que Venezuela sea un caos económico y que aquí no tengamos petróleo a 100 dólares para sostener el tinglado.
En esa dirección no hay crítica: el polo del bien abarca para nuestro hombre a todo país antiimperialista, incluido el Irán de los ayatolás, hasta Corea del Norte. Lo suyo no es la crítica del marxismo soviético. Ni de sus secuelas.
Antes de ponerse la máscara poselectoral, su ideario es claro. Antieuropeismo y antiimperialismo primario, con apoyo a cualquier tirano por el solo hecho de ser antiyanqui; adhesión a un patrón chavista que acepta la forma democrática vaciándola de contenido mediante la satanización y el ataque constante a la oposición, sin división de poderes, más el monopolio parcial de los medios; todo en busca del poder vitalicio del líder (“Chaves inmortal”). ¿Por qué extrañarse de la calificación de antisistema? Y algo peor si añadimos el exterminio del adversario. Ahí está el elogio de P. I. a la guillotina —“acontecimiento fundador de la democracia”— y a Robespierre, por aquello de que castigar al opresor es clemencia y perdonarle, barbarie. “¡Qué actual la reflexión de ese gran revolucionario!”, concluye.

El doble lenguaje permite esconder lo que está al otro lado del espejo
El doble lenguaje permite a P. I. esconder lo que está al otro lado del espejo. Aquí entra en juego la auténtica revolución de Podemos, materializada en la comunicación política, desde la utilización constante de la videocracia, al desarrollo de la técnica de acceso y control del poder mediante la Red. No estamos ante la democracia líquida de los partidos piratas. Beppe Grillo y Casaleggio marcaron otra vía, que ahora sigue Podemos. Quedan configurados dos niveles de poder, el de la política local donde los meet-ups funcionan con autonomía y satisfacen la exigencia participativa, y el nivel central, donde los mecanismos de comunicación y elaboración de decisiones, como se ha visto en Italia, conjugan cohesión interna y dirección monolítica de Grillo. Contra lo previsto, las disidencias fueron rápidamente cercenadas, como aquí el brote de la Asamblea de Madrid. Los tuits resultan óptimos para machacar al adversario, mientras ningún grupo interno tiene capacidad para contrarrestar los mandatos del centro.
Sin duda P. I. y Errejón lograrán lo que una socióloga italiana llama el “centralismo cibercrático”, colocando el uso masivo de la Red, una ilusión de democracia directa, bajo dirección leninista. Solo falta que el PSOE permanezca anquilosado para que P. I. prosiga su ascenso.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.









La tentación caudillista

Para Pablo Iglesias, la acción no tiene otro objetivo que la victoria.

La elección racional en beneficio del conjunto de la sociedad no tiene lugar

en su presentación militarizada de la política, de impronta leninista










"Pedro, mandas poco en tu partido", le espetó Pablo Iglesias al secretario general del PSOE en uno de los debates preelectorales. El incidente hacía recordar una visita del periodista cubano Carlos Franqui a Fidel Castro y al Che, que estaban encarcelados en una prisión mexicana. Franqui se atrevió a hacer una crítica a Stalin, para encontrarse con una terminante réplica de Fidel: “Sin un jefe único, aunque sea un mal jefe, la revolución es una causa perdida”. Viene asimismo al caso un párrafo de Disputar la democracia, libro-programa donde Iglesias cita, como no, Juego de tronos,y en concreto la escena en que la reina condena a muerte de inmediato a un consejero por atreverse a afirmar que “conocimiento es poder”. “El poder es el poder”, replica airada la reina. Pablo Iglesias lo anticipa: “el poder nace de la boca de los fusiles”. Toda una profesión de fe democrática.






No es que las consideraciones doctrinales de Iglesias merezcan excesiva atención, pero sí sirven como útiles indicadores de lo que puede hacer si llega a gobernar. Ahí está su alusión introductoria a Maquiavelo, donde se limita a subrayar la dimensión técnica de un poder ejercido de modo implacable en los principados, lo cual le convierte en el padre de las tiranías modernas. Es el Maquiavelo emparentado con Carl Schmitt, y maestro de dictadores, de Napoleón a Mobutu, pasando por Mussolini, y que al parecer inspira a Iglesias. Olvida que Maquiavelo nunca pensó que esa concepción política fuese deseable, habiendo sido firme defensor del vivere libero en la República de Florencia.
Porque Pablo Iglesias, aun cuando se llene la boca de la palabra una y otra vez, rechaza la democracia, entendida como procedimiento mediante el cual se alcanzan las decisiones políticas. La “disputa”. Por supuesto, considera insuficiente la democracia como espacio pluralista en el cual varios partidos compiten por el voto. Su democracia responde a un criterio finalista: hay democracia si se incrementa el poder de la mayoría y se logra “que desaparezcan los privilegios de los menos”. Resulta claro que si “los menos” controlan las instituciones y vencen en el voto, es que ejercen la manipulación y la democracia no existe. En línea con lo que les dijo a los eurodiputados en su despedida, ante una distribución del poder desfavorable para los más, la contrarrevolución —entonces la destrucción de Europa— triunfa. Lo explicó Monedero: la prioridad corresponde al empoderamiento del “pueblo”, guiado por un jefe carismático, frente a “los menos”, “los privilegiados”, el no-pueblo. Vuelve la apolillada distinción entre democracia formal y democracia real.



Si de veras quería aliarse con el PSOE, sobraban las “líneas rojas” anunciadas de inmediato
Estamos ante una visión maniquea, muy simple, de pueblo frente a poderosos a desalojar de su primacía. De ahí que la violencia sea palanca imprescindible para acabar con las injustas relaciones de poder vigentes. El vocabulario militar es omnipresente. La de Iglesias es una Machtpolitik donde el Estado de derecho consiste en “la voluntad política racionalizada de los vencedores”. Su ejemplo es la Ley de Partidos que ilegalizó al brazo político de ETA: Iglesias menosprecia el detalle de que se trataba de oponer la ley a la impunidad de una organización terrorista. Para él, la acción política no tiene otro objetivo que la victoria, con dosis de ajedrez y sobre todo de boxeo. La elección racional en beneficio del conjunto de la sociedad no tiene lugar en su presentación militarizada de la política, de impronta leninista.
Pablo Iglesias es un político actuante en la democracia, en rigor no un demócrata. Por eso, en la estela de Lenin, las alianzas carecen de valor en sí mismas, y otro tanto sucede con los fines sociales o económicos que persigan, si no permiten aprovechar la convergencia para imponerse al aliado transitorio. Monedero acertó al calificarlo de “leninismo amable”. La táctica de desbordamiento del PSOE es un óptimo ejemplo, respecto de partidos próximos, igual que la voluntad de servirse de las instituciones para alterar su contenido. Si de veras quería aliarse con el PSOE, sobraban las “líneas rojas” anunciadas de inmediato, con el referéndum catalán, que sigue siendo el obstáculo para la alianza anti-PP si el ansia de poder de Pedro Sánchez no lo hace olvidar.
No se extiende demasiado Iglesias sobre el contenido de su “nueva transición”: en el libro recién publicado con ese título concede al tema tres páginas. Ahora bien, los “objetivos imprescindibles” fijados para toda alianza son ya ilustrativos. Importa ganar; lo que resulte de los medios empleados es irrelevante. Así con “el derecho a decisión” generalizado, listo para sacar votos en las nacionalidades y anexos, más la ruleta rusa de la autodeterminación de obligado cumplimiento en Cataluña, saldrá porque lo dice su bola mágica un “Estado plurinacional”. Todas son naciones con su “derecho a decidir”. La revocabilidad de cargos de la Constitución venezolana también tiene su sitio, facilitando así librarse de opositores elegidos mediante la democracia representativa a la cual se opone el referéndum plebiscitario. Y pensando en los resultados monolíticos de la organización de Podemos partido, listo para asaltar el cielo desde un centralismo autocrático, cabe augurar que su ley electoral responderá a análogo propósito. No hace falta seguir alarmando con el proceso constituyente y con la condena de la Constitución del 78: con “cambiar la Constitución”, el objetivo es el mismo.



El silencio de Podemos sobre la tragedia venezolana bajo Maduro ahorra todo comentario
El culto a la personalidad, y la permanente exaltación de la figura de Iglesias, así como la deformación finalista de la idea de democracia —una democracia plebeya— nos sitúan en el terreno de un caudillismo populista, con bien conocido antecedente, aunque ello no guste al interesado. El silencio de Podemos sobre la tragedia que es la situación venezolana bajo Maduro ahorra todo comentario. Los condicionamientos jurídicos y económicos no cuentan, siendo sustituidos por la promesa de reformas igualitarias. La justicia social sirve así de máscara a la demagogia, amparando de momento la rentable operación de denuncia, tanto del Gobierno conservador que bien lo merece, como del rival/aliado socialista, si no suscribe sus propuestas. El hábil manejo del discurso en Iglesias le permite funcionar a la perfección con falsas evidencias. La factura ya vendrá luego y se cargará en la cuenta de la los malos de la película, tanto internos como de la UE. Lástima que la cita a Tsipras ya no sirva. Y por fin, como en Chávez, ahí están los medios de comunicación, con la televisión en primer plano, para crear en los ciudadanos la ilusión participativa bajo el mando del Líder. Y es que tanto su inspirador, antes, como Iglesias, ahora, son animales televisivos, mucho más avezados en “seducir”, palabra clave para el segundo, que en proponer una gobernación racional. A Pedro Sánchez no parece preocuparle. Nada salvo su victoria pírrica parece preocuparle.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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Tengo una deuda de justicia contraída con el Profesor Elorza en Julio de 2014.
Fecha en que después de leer este artículo sobre Pablo Iglesias y Podemos, escribí un post durísimo contra el autor. Eran los tiempos del comienzo podemita y en él veíamos la posibilidad del cambio que desde el 15M  veníamos diseñando entre la ciudadanía. Ya no me acordaba del caso, hasta que hoy he vuelto a encontrar otro artículo suyo sobre el mismo tema. Esta vez he coincidido con todo lo que dice sobre la misma historia de entonces. Y he recordado mi dureza de aquellos días y lo mal que llevé la lectura del artículo.
He releído mis post de aquel tiempo y he podido descubrir que ya en otoño del mismo año y tras la reveladora asamblea general ya opinaba lo mismo que el profesor Elorza. Y tuve que exiliarme del proyecto Podemos por pura coherencia.
Hoy quiero reparar en lo posible aquellas palabras desabridas y hasta acusadoras y pedir perdón al autor, Antonio Elorza, que ni siquiera sabe que existo, pero eso me da igual, si la ofensa anda por ahí y mi conciencia no puede consentir una injusticia así.

Quiero decir que, además, todos los pronósticos del Profesor respecto al futuro de Iglesias y Podemos, se han cumplido implacablemente y con puntualidad de reloj suizo. Está claro que la verdad es verdad la diga quien la diga. Y que el Profesor Elorza sabía muy bien de lo que hablaba, que ha sido, exactamente, lo que el tiempo ha ido revelando en el cliché de la realidad.

Sólo me queda agradecer su clarividencia, el detalle de compartirla y añadir las renovadas disculpas por la incomprensión y el desatino de entonces, que no quiero atenuar con justificaciones.

El resplandor de la verdad y poder reconocerla en medio de las alucinaciones colectivas merece todo lo mejor que podamos aportar.

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