Desde el comienzo de la crisis económica, la política y los
medios de comunicación españoles han comenzado también a introducirse en
el juego de la manipulación del lenguaje, que está impregnando
profundamente nuestra sociedad
Recientemente repasaba el libro de Victor Klemperer LTI. La lengua del Tercer Reich,
que fue perseguido y humillado durante el régimen nazi por su
ascendencia judía, a pesar de su fuerte identificación con la cultura
alemana. Solo su matrimonio con una mujer “aria” le permitió salvar la
vida. Se trata de una obra maestra para entender cómo los políticos
manipulan y pervierten el lenguaje, y demostró que ninguna sociedad
permanece ajena a ese peligro. Dio también las claves del éxito de esa
manipulación: un lenguaje de grupo se transforma en el lenguaje del
pueblo, de las masas, apoderándose de todos los ámbitos públicos y
privados. Las consignas populistas, destinadas a liquidar la
personalidad individual, fueron el gran éxito retórico del régimen nazi.
Si analizamos el lenguaje utilizado en la política actual veremos que nada tiene que envidiar a la LTI.
Si escuchamos la vida cotidiana, lo corriente, lo normal, ves cómo el
lenguaje se va transformando y las palabras se vuelven más ambiguas. La
manipulación del lenguaje va calando en el alma de las personas a través
de palabras sueltas, expresiones y estructuras que son impuestas
mediante millones de repeticiones y que son adoptadas mecánicamente, de
manera inconsciente. Para lograr la manipulación, lo mejor no es
inventar palabras o conceptos nuevos, sino cambiar el significado,
adaptándolas a tus necesidades, y la frecuencia de uso de las mismas.
Desde el comienzo de la crisis económica, la política y
los medios de comunicación españoles han comenzado también a
introducirse en el juego de esa manipulación del lenguaje, que está
impregnando profundamente nuestra sociedad. Conceptos que hasta ahora
habían sido de uso habitual se están tergiversando, con nuevas
definiciones que intentan suavizar los problemas, hasta que estos
desaparezcan: el principal problema de nuestra economía, el paro, se ha
convertido en una “tasa natural de desempleo”; los jóvenes forzados a
emigrar por el desempleo se han convertido en “movilidad exterior”; la
caída de la economía se ha transformado en un “crecimiento negativo”,
etc. En el uso de las estadísticas, de las cifras, siempre se busca el
engaño y la intoxicación.
Resulta impresionante la
tergiversación torticera del lenguaje de nuestros políticos que dan
vueltas y más vueltas para evitar decir “rescate bancario”, una palabra
que fue considerada tabú en el PP, y que se transformó en la “línea de
crédito” o en un “préstamo en condiciones muy favorables”; o ver a un
gobierno entero haciendo malabarismos de sinónimos, para evitar decir
que una “amnistía fiscal” no es una “amnistía fiscal”, sino “medidas
excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas”.
Podemos ver otros ejemplos: la famosa “indemnización en diferido”, la
“desaceleración transitoria”, una subida del IRPF pasó a ser un “recargo
temporal de solidaridad”, la acción de bajar el sueldo a los
trabajadores es una “devaluación competitiva de los salarios”, la subida
del IVA es un “gravamen adicional”, los recortes son “reformas
estructurales”, etc.
Otros ejemplos son aún más
problemáticos, porque afectan, sobre todo, a nuestras libertades. Tras
los atentados del 11S, el Islam dejó de ser un aliado de los Estados
Unidos en su batalla contra el comunismo para convertirse en su “enemigo
número 1”, pero la lucha contra el terrorismo ha servido como excusa
para limitar las libertades de la población, en aras de la seguridad
global, y el lenguaje es usado para hacer creer a la ciudadanía que la
guerra asegurará su libertad, seguridad y democracia, aunque la realidad
sea otra.
Como señalaba Klemperer en 1944, “una
característica especial de la LTI es la desvergüenza con que mienten.
Continuamente, y sin sombra de escrúpulos, afirman lo contrario de lo
que han afirmado la víspera”; unas mentiras que, repetidas miles de
veces, se convierten en realidad.
En este proceso el
lenguaje se vacía de contenidos intelectuales y se llena de conceptos
emocionales. La resistencia ante las ideologías que se nos quiere
imponer comienza por el cuestionamiento individual de las expresiones de
moda. Se elaboran extrañas construcciones de palabras con el fin de
conferirle un aspecto neutral o científico a narrativas que, de otra
manera, serían consideradas altamente ideológicas. Debemos replantearnos
el pensamiento crítico.
En definitiva, debemos
reflexionar sobre la manipulación a la que todos nos vemos sometidos
mediante el uso tergiversado del lenguaje. Aunque Klemperer hablara de
sus apreciaciones durante el nazismo, las manipulaciones del lenguaje
ocurren también en la actualidad. Por eso es necesario que la ciudadanía
mantenga su sentido crítico, aunque no siempre sea posible, debido a la
falta de medios de comunicación neutrales.
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