El mundo tiene una superficie epidérmica, una capa externa, que funciona como un campo de batalla; es la violentosfera. La cáscara. En ella todo está endurecido y turbio. Es pétreo e inerte. Los movimientos son calculados y "estratégicos". Nadie se muestra como es de verdad, las conciencias no funcionan, los individuos actúan desde la animalidad, el miedo y la avidez. Y cuando se habla de "amor", todo se limita al interés de sacar del otro los beneficios, la aceptación y la cobertura de suplementos elementales, del deseo y la necesidad. La gente, cuando dice "te amo", lo que realmente entiende y quiere decir es "te necesito" o sea, haré cualquier cosa por atarte a mí, mientras me seas útil, necesario y placentero. Mientras pueda manipularte e incluirte en mis rutinas imprescindibles. Y sobre eso se construyen las relaciones y los afectos. Las transacciones. Con la misma insistencia dependiente con que un bebé reclama los cuidados primarios y las atenciones constantes de su madre y su padre. En ese estado es imposible que la capa externa del mundo pueda mejorar ni que se permita la manifestación del tesoro oculto que contiene en su interior. Por eso el hombre poco evolucionado, dormido, está convencido de que la vida es dura, egoísta y peligrosa, por eso se malvive tratando de defenderse de ella, sin comprender que la vida es el reflejo de las conductas, las actitudes, las emociones y pensamientos de los vivientes, que endurecen, y solidifican en piedra, sus corazones. Se vive en el aborto constante de la salud, del alma y de los sentimientos. Se pseudovive a la defensiva. A base de mentiras estratégicas. O sea, en la miseria, a pesar de ser millonarios y poderosos; e incluso, cuanto más millonarios y poderosos, notables y populares, más acentuado es el estado de petrificación alienante. Más poderoso es el ego esclavizador y tirano, más connatural la ausencia del amor, que queda reducido a la seducción, a la dependencia y al negocio del toma y daca.
Sin embargo el amor es otro plano. Simple y tan natural como la inocencia. Observemos una rosa, una llama reconfortante en la chimenea, un árbol, una fruta, el sol en el cielo o la lluvia en el aire, la brisa al borde del mar, el canto de un ruiseñor. No tienen estrategia alguna. Ninguno de ellos se plantea sacar tajada de su perfume, de sus colores, de su calor, de su luz, de su canto, de su sombra, su sabor, su alimento, o de su frescura. Esa inocencia que fluye sin tapujos es la primera cualidad del amor. O sea de Dios, que como alguien dijo un día " hace salir el sol para buenos y malos y hace caer la lluvia para justos e injustos". Es la bondad natural y sin cálculos. Como respirar. Eso significa que todo empeño en "parecer" amorosos, todo afán por "quedar bien" y toda obsesión por aparentar que se siente lo que no se siente en realidad, sino que se planifica y se calcula, no es amor. Es manipulación e instinto primario de cazador; seducción. En esa actitud hay imposición y violencia sobre una "víctima" a la que se quiere atrapar en una red de encantamiento falso y superficial. Posesivo y miserable. Que puede convertirse en insana obsesión para reafirmar el propio poder sobre otros y el propio ego sobre lo más sano de uno mismo. Ahí nace el juicio acusador, el apartheid, la incapacidad para comprender lo distinto y para respetar lo que no se entiende y no se deja poseer. La tiranía.
El amor es gratuito. No pide nada a cambio de dar su esencia y su presencia. No busca gratificaciones ni odia ni rechaza lo que no le es afín, ni lo que no baila al son que le tocan, porque por encima de las afinidades, abarca lo profundo y simple de la existencia. Por eso cura las enfermedades del cuerpo y del alma. Por eso no tiene límites. Regala una felicidad inagotable aún en las dificultades más duras. Por eso no puede odiar. Ni dominar. Ni imponerse. Ni competir. Ni perder ni ganar. Corre como un río, fertiliza los campos, quita la sed y limpia lo que toca con su agua viva y fresca. No golpea, no fuerza, no exige, no insiste, no comercia, no empuja. No viola la intimidad que no le abre la puerta voluntariamente. "Estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre paso y ceno con él y él conmigo" dice Juan de Patmos en el libro de la Revelación. Y no es retórica. Es vida.
El amor es espontáneo. Disfruta tanto en el hecho mismo de contemplar y sentir que no necesita nada más. Ama porque él mismo es amor. No puede hacer otra cosa; como la rosa, el árbol, el fuego del hogar, el sol y la brisa. Cumple su función. Ama y basta. No calcula ni se enfada porque alguien no le aprecie sus dones y no le dé las gracias o no le entienda. O baje las persianas para no verle o cierre las puertas para que no entre en lo que se oculta por vergüenza y miseria. Por orgullo y vanidad infantil. Por prejuicios y miedo. El cielo y la tierra no se inmutan porque la gente que sostienen no quiera mirarles. Ahí están siempre. Son y ese SER es su función ilimitada e inextensa. Eterna aunque cambien las formas y las circunstancias. O los individuos. El amor es, como la luz, la tibieza, el perfume, lo bello y lo armónico, aunque no haya individuos y objetos que no puedan o no quieran apreciarlo ni sentirlo. El amor no puede dejar de ser lo que Es.
El amor es libre. En cuanto aparecen la coacción, el control o el conflicto, ya no se le puede ver ni percibir. Sigue existiendo, pero no se nota su existencia, porque se ha creado el endurecimiento, la traición, la mentira, los intereses, los enredos, la opacidad, las nubes negras que separan la percepción de la luz, los malos olores que interfieren y alejan del perfume, los berridos disonantes que enturbian la pureza y la finura del canto, el deseo egocéntrico que construye una muralla separadora que impide el fluido de la bondad y devalúa la ternura en favor de lo que interesa y enriquece el bolsillo y el ego. En ese punto veremos que el árbol no va detrás de ti para darte su sombra, ni la llama de la chimenea te persigue para calentarte, que la rosa no te agobia con su perfume ni te amenaza con sus espinas si no quieres disfrutar sus colores, que la fruta no se mete en tu paladar quieras o no quieras ni la brisa ni el sol ni el canto del ruiseñor fuerzan tus ventanas y tus puertas si no las abres libremente para que entren a visitarte. Lo mismo hace el amor. Por eso es libre y gozoso. Por eso es imposible sentirlo cuando se está atado por cadenas atávicas y deseos animales. Por miedo a perder algo o a dejar de ser importante para alguien.
Puede pensarse que el amor sea el deseo desbocado que consigue lo que quiere forzando el ser admitido, que el amor es conquista y juego erótico. Y sin embargo nada está más lejos del amor que esa ensalada de ego aliñada con el instinto primitivo e insaciable que hace imposible la felicidad y la libertad real. Dejas de ser libre y cierras la puerta al amor cuando para comprar atención y afecto te sometes a los caprichos y a la dependencia neurótica de alguien y tratas de llenar sus expectativas desesperadamente. De ser su tipo. De ser su ídolo o su adorador autoanulado. Cuando "militas" en el fervor fanático por algo o por alguien. Cuando pierdes la frescura de ser y amar por gracia y naturaleza. Cuando intentas neuróticamente parecerte e idenficarte con otro o intentas que el otro sea tu clon. O sea, cuando anulas y frustras tu crecimiento y el crecimiento del otro para cumplir tus deseos y caprichos posesivos. Tus neurosis. Entonces se acaba la libertad de ser, el poder de elegir y la clarividencia para distinguirlos de la rutina destructiva y enfermiza. De las inercias letales y del nihilismo de la incapacidad. De la petrificación y de la muerte del alma.
Puede pensarse que el amor sea el deseo desbocado que consigue lo que quiere forzando el ser admitido, que el amor es conquista y juego erótico. Y sin embargo nada está más lejos del amor que esa ensalada de ego aliñada con el instinto primitivo e insaciable que hace imposible la felicidad y la libertad real. Dejas de ser libre y cierras la puerta al amor cuando para comprar atención y afecto te sometes a los caprichos y a la dependencia neurótica de alguien y tratas de llenar sus expectativas desesperadamente. De ser su tipo. De ser su ídolo o su adorador autoanulado. Cuando "militas" en el fervor fanático por algo o por alguien. Cuando pierdes la frescura de ser y amar por gracia y naturaleza. Cuando intentas neuróticamente parecerte e idenficarte con otro o intentas que el otro sea tu clon. O sea, cuando anulas y frustras tu crecimiento y el crecimiento del otro para cumplir tus deseos y caprichos posesivos. Tus neurosis. Entonces se acaba la libertad de ser, el poder de elegir y la clarividencia para distinguirlos de la rutina destructiva y enfermiza. De las inercias letales y del nihilismo de la incapacidad. De la petrificación y de la muerte del alma.
Si observamos honestamente las inercias obsesivas y rituales, traducidas en controlitis y coacción, ideas fijas y rigideces mentales, miedos y carencias, veremos como se van reduciendo y empezamos a ser libres de verdad, por encima de los estados atávicos de necesidad y deseo instintivo. Veremos que nace en nosotros una fuerza noble, respetuosa con lo diferente, compasiva y empática, creativa, valiente, generosa y libre de ataduras. El sustento real del cambio personal, social y global. El amor en todo su esplendor, que alivia los defectos y normaliza las virtudes, que pone el equilibrio de su belleza y su entusiasmo enamorado y contemplativo, poético y espiritual materializado como materia sutilizada y cada vez más transparente, como se pone la sal en el guiso de la vida o como entra la luz en una habitación oscura cuando subes las persianas y pierdes el miedo a ver y a disfrutar, sin prejuicios ni "defensas", la realidad que te rodea. Por muy dolorosa e insoportable que se presente. Y entonces "verás" como se transforma y como se abren todas las cuevas oscuras de Alí Babá sin necesidad de golpearlas ni de dinamitarlas. Desaparecen, sin saber como, los ladrones avariciosos y el tesoro interior brilla, sale de la caverna y se reparte por el mundo. Sin esfuerzo, sin sufrimiento, sin conquistas, sin violencia, sin rivalidad, sin dogmas impositivos, sin pesos muertos y sin proselitismos, sin idolatrías banales ni guerras "santas". Entonces verás y sentirás en ti el único y verdadero amor.
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