Perdí la solemnidad el día que me crearon y la olvidé el día que nací en este hermoso mundo lleno de invitaciones al cambio y al viaje estático de la simplicidad. Al nomadismo sedentario. Al descubrimiento de lo excelso en lo mínimo y al revés.
Ligera de equipaje es mi existencia. Mi patrimonio es ese territorio de la contemplación intempestiva, que sorprende en lo más cotidiano y te salta hasta el último chakra. Y te reinventa. Te concede las alas intocables.
Mi signo zodiacal es el bambú. Con su fuerte raíz y su tallo flexible, y por dentro, el vacío que se llenó de Dios en los comienzos. Y en Él va rebosando su hermosura. Las hojitas al fondo, hacia la izquierda en la mesa del Padre. La derecha la cedo a los perfectos, que son la selección de la cuadrilla. Los que ganan las copas y los oros blandiendo las espadas y los bastos. A mí los naipes, confieso que me aburren cantidubi. Pero me gusta el juego de otras cartas que no quieren ganar para que nadie pierda la jugada.
¿Pretensiones? Ninguna. ¿Esperanza? ¿Por qué? Si ya en este Presente sin barreras me sirven el menú de la alegría sin que deba pedirlo al camarero y sin pagar el IVA. La esperanza la dejo a la memoria de lo que ha de venir cuando el futuro se borre, una vez más, en la mañana del presente.
¿Indignación? La justa, cuando veo a mis hermanos con las sogas al cuello y a los abusadores azotando el dolor de sus maldades. Con látigos de sangre, mordazas de miseria y cilicios de miedo.
¿Odio y rencor? Jamás. Que se me purifican en el gozo de ver a mis Orígenes brillar entre luceros y estrellas matutinas que trasnochan por saludar al sol mientras madruga.
¿Legados que dejar cuando me vaya? Pocos, por decir, nada. Nada nací. Insolemne y ligera. Sin apego al negocio. Nací muerta(me suelo adelantar al porvenir) y me importa un comino lo que quede de un mí, que nunca ha sido más que un soplo de luz intermitente sobre la piel de un mundo enfebrecido, mutante por sorpresa y falto de memoria selectiva. Si dejo algún legado por error del olvido, rompedlo cuanto antes, por favor, y no tengáis nostalgia del pasado y no penséis en mí, sino en la vida. Que vida sois vosotros y soy yo. Eternidad que encarna entre comillas. Mandala que se funde con el viento en el click de un instante, después de modelarse año tras año con toda parsimonia y devoción.
¿Y qué puede dejar detrás de sí, una nada que nada en la nonada? Solamente más nada. Mi nada es ese yo que veis aquí y ahora, una herramienta útil para cavar los surcos en la tierra, para labrar los campos y las almas cuando piden a gritos la labranza y el trillo de la era. Como cuando de niña ya trillaba detrás de los caballos y las mulas en las estribaciones de La Mancha. Admirando maestros postergados por rojos y canallas. Igual que Don Quijote, que tampoco era nadie ni era nada. Un invento de sombra cervantina. Un adalid de absurdos y de aldonzas. Una triste figura sin destino. Pero tan loco y bueno, como él solo.
Llegué como huelguista de la solemnidad y así me iré. Y como nací muerta, y para compensar la recepción del natalicio, me tocará nacer cuando me muera. Por eso naceré de la nada que soy al todo que seré. Al Todo que ya vive en quien es nada. Y por eso es Amor, el invento de Dios que va fundiendo Amado con Amada.
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