Manuela es una viejita que pide en la puerta de un supermercado del barrio. La conozco desde hace casi cinco años. Manuela no sabe ni conoce una vida sin crisis permanente. Por eso ahora, a sus casi ochenta, es un pilar de apoyo en medio de la hecatombe consumista. Su sonrisa y su alegría son un regalo para todos los amigos que tiene, que son muchos. Como ella dice, "los amigos que me socorren y los amigos con los que comparto el socorro". Su familia es enorme y todos la adoran. No porque sea una "vedette" ni un ídolo esperpéntico de telecinco, sino porque es un ser liberado que ha sabido aprovechar lo peor que soporta para convertirlo en un camino de salud y de gozo; Manuela es una maestra del desapego y los dones pasan por ella sin que tenga la menor intención de apropiárselos ni de envanecerse por nada. Lo mismo que los disgustos, con los que se ha familiarizado hasta convertirlos en episodios pasajeros que se quedan en una neblina imperceptible ante esa gracia capaz de entender, disculpar y asumir como si nada, cualquier intento de ofensa o de humillación. Manuela es lo que perece: un ángel natural como el sol, la luna, las estrellas, el agua, el fuego y la tierrra. Como las flores y las frutas, como los pájaros, que cantan gratis dando gracias por las migas o las semillas que se van encontrando. Y son felices sin pedir nada. Porque Manuela no pide. Sólo se sienta en un taburete plegable y lleva un carrito de la compra muy gastado y limpio, que va llenando de comida para repartir después entre los vecinos en crisis que nunca han pedido limosna y preferirían morirse de hambre antes que hacerlo de vergüenza. Ella no. Dice que en la vida hay gente buena y recursos para que nadie se tenga que morir de escasez y de miseria cada mañana se lanza a la calle y ocupa su puesto de trabajo; de ángel provisorio.
Unos días antes de Navidad una señora le quiso regalar una participación de lotería. Y ella dijo: "Muchas gracias, pero no hace falta. Quédesela y si toca el número, acuérdese de los que están peor que yo y reparta ese dinero entre ellos. A mí no me hace falta, mi trabajo es éste. Hacer que todas las personas que conozco se unan y llevar la ayuda a los que no salen a pedir porque están enfermos o porque no pueden resistirlo"
Ayer tarde volví a ver una película antigua y maravillosa. Hermano sol y hermana luna de Zefirelli. Es un trozo de la vida de Francisco de Asís. E inmediatamente recordé a Manuela y su perfecta alegría que no necesita nada más que la vida para existir y lo necesario le llega a cada momento desde su alma limpia y su mente abierta sin complejos ni miedos ni miserias, que es la puerta abierta de la generosidad sin límites. El imán que atrae lo justo e imprescindible. Si hace frío le regalan un confortable anorak largo en perfectas condiciones, unos guantes, un gorro y una bufanda. Si se le ha terminado el aceite, le parecen tres botellas en la misma mañana. O el pan, o los huevos, o el jamón de York o las espinacas y las manzanas o varios litros de leche. Manuela comparte y reparte esa abundancia, es un banco de alimentos lleno de amor, porque no se limita a dar cosas, se da ella misma, si el socorrido o socorrida no puede moverse, le cocina y le limpia gratis lo necesario. No lo ha contado ella, lo han contado sus vecinos. Ella se sonroja y dice que eso es lo mínimo que puede hacerse cuando alguien imposibilitado ha perdido la ayuda del Ayuntamiento.
Oyéndola he pensado que la crisis se terminaría en un plisplás si los diputados, los senadores, el Gobierno, los obispos, curas, monjas, empresarios evasores y su malestad, abandonasen las poltronas y las inercias, e hiciesen lo que hace Manuela. Y, por su puesto, si eso mismo los hiciésemos todos. ¿Por qué no intentarlo como ella, como Francesco, el hijo de Bernardone, educado para pijo y rescatado por el amor y por la señora Pobreza en la que descubrió la fuente de la libertad, de la felicidad y del bienestar ilimitado, a lo que llamaba "la perfecta alegría"?
Esta noche he soñado con Manuela y con el juglar de Dios, Francisco. No sé lo que he soñado, sólo recuerdo sus rostros y el horizonte amaneciendo. Y con esta música y palabras del trovador feliz, con las que me he despertado canturreando, quiero hacerles a los dos un homenaje anticrisis: buscar y encontrar el reino del amor y su justicia no es tan difícil como parece, si uno lo quiere encontrar de verdad y no sólo en relatos o películas.
Ya era el tiempo del invierno
y Fracesco Perugia dejó
con Leone caminaba
y un viento frío los helaba
Y Francesco en el silencio
a la espalda de Leone susurró
"puede ser santa tu vida
pero eso no es la alegría real
Puedes sanar a los ciegos
y echar demonios,
dar vida a los muertos
y la palabra a los mudos,
puedes conocer el curso de las estrellas,
pero eso no es la perfecta alegría.
Cuando lleguemos a Stª María
y no nos abran la puerta
devastados por el hambre
y empapados por la lluvia
nos quedaremos.
Afrontar el mal sin despotricar
con paciencia y buen humor
saber soportarlo. Haber vencido
sobre uno mismo, sabes,
esta es la perfecta alegría."
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