Hay un gran vacío en la educación que padecemos. Se considera que la enseñanza de la religión es capaz de rellenar el hueco que debería ocupar la conciencia y que el adiestramiento de la mente y sus funciones es suficiente para procurarnos el desarrollo integral que necesitamos. Sin embargo, a pesar de los avances de nuestra mente racional y hábil para conseguir lo que hace falta para vivir en la materia y a pesar de que la filosofía proporciona ideas para sostener el camino humano por el terreno de la búsqueda mental de nuevos discursos y razones, no mejoramos de verdad. Y la humanidad que avanza en tecnología y comodidades que rayan los sueños más increíbles de nuestra especie: volar, salir al espacio, comunicarse en la distancia, vivir llenos de electrodomésticos calculadoras y máquinas inverosímiles que facilitan el desplazamiento, el transporte, el trabajo manual e incluso mental, esa humanidad llena de artilugios fantásticos no ha conseguido ni por asomo, su desarrollo pleno, sano y completo.
Nos sobran muchas cosas y nos falta lo fundamental. No nos han enseñado a descubrir quienes somos, pero no de un modo teórico, que eso ya lo estudian y enseñan la antropología, la medicina y la psicología y lo interpretan a su aire las religiones y las filosofías e incluso las disciplinas como el yoga, la meditación y las artes marciales o las diferentes sectas a gusto de cada necesidad y de cada inclinación. Pero aún así, la especie no se encuentra aún en grado de reconocerse ni de descubrir su lugar en el cosmos. Su explicación y su pedigrí. La especie tiene un fallo garrafal: no sabe convivir. Nunca lo ha hecho. La especie a lo más que ha llegado es a soportarse sin matarse. A cohabitar porque no hay más remedio. Y eso ya es un hito importante, pero no estable ni capaz de traspasar la frontera del miedo al otro en cuanto a "distinto", diverso. Sigue vigente y pimpante el mantra de Hobbes: homo lupus homini est. Y por desgracia así es mayoritariamente.
El recelo desconfiado del animal que mira con sospecha y sospecha de los animales que no pertenecen a su manada, -a su partido político, su club de fútbol, su estilo de vida o de religión- sigue vigente. O sea, que la animalidad, aunque se ha domesticado y refinado no ha perdido su ferocidad, no ha evolucionado. Por esa razón nuestra especie es cada vez más peligrosa para sus propios miembros. Y ese peligro se ha convertido en negocio muy rentable. Aseguradoras, cajas fuertes, puertas blindadas, alarmas colocadas por toda la casa, hipocondríaca dependencia de la medicina aunque te intoxique, te haga dependiente crónico e incluso acabe contigo. Policías, guardaespaldas, armas, ejércitos. En fin, miedo puro y duro al "otro", a los otros, que no nacieron como lobos, pero que gracias al pánico animal acaban convirtiéndose en verdaderos licántropos. Fieras paranoico-esquizofrénicas que no saben ser humanos nada más que a ratos, en los que se les dé la razón, se les alabe y ensalce, tengan poder sobre los demás, conocimiento de trucos y dinero suficiente para poder estar "seguros" de flotar por encima de los demás peligros humanos como ellos. Así nos va. De pena.
Y el fallo primordial es la educación tan preocupada por la eficacia, por dar "seguridades" ilusas en el futuro, que ignora y descuida en el presente, que es el único campo real de operaciones de que disponemos. De modo que lo que hacemos hoy es lo que puede liberarnos o condenarnos a los resultados de ayer, que también fue presente y condicionar lo que nos sucederá mañana, que cuando llegue será, naturalmente, el inevitable presente.
En la mentalidad cuadriculada y sin evolucionar del primate "posmodelno" la idea del presente no tiene valor alguno, porque no se vive en él, sino prisioneros entre el recuerdo de lo que se acabó y la ilusión de lo que no ha llegado y puede que nunca llegue como lo imaginamos porque no conocemos los recursos del espíritu, que para casi todos es una idea evanescente, intocable y casi irreal. Desencarnada, que se identifica con un dios de imposible existencia, lejano, mecánico, primer motor (no sabemos si con gasolina, con diesel o, más actualizado, movido por energías alternativas) condicionado por su propio mecanismo creador. Un dios al estilo limitadísimo de Leibniz; un dios mónada. Tieso y perfecto en su inteligencia petrificada de pura perfección. Un dios digno de encarnar en el bosson de Higs. Un horror muy "científico"que es imposible tomarse en serio. Gracias a Dios!
Los tiempos avanzan y con ellos también, la humanidad y sus pioneros de la inteligencia. Y ellos ya llevan unas cuatro décadas descubriendo...su interior. El universo en su interior, algo que los intuitivos y los científicos de la mística llevan centurias y algún milenio, descubriendo y tratando de hacer comprender lo que iban conociendo, sin demasiado éxito pero provocando mucho recelo animal a su alrededor; observados y perseguidos por "herejes"con la eterna sospecha de estar como cabras y locos de atar. Nada más lejos de la realidad.
Por ejemplo, Dante, en la Divina Commedia ya había descubierto la física cuántica, pero le confundieron con un poeta visionario, un poco rayado y lleno de rabia contra la iglesia y la sociedad. A Francisco de Asís le ocurrió tres cuartos de lo mismo, lo apartaron de su orden y lo relegaron al silencio cuando vieron que no estaba dispuesto a perder el tiempo estudiando una teología que tan poco tenía que ver con esa física cuántica y divina en la que vivía sumergido. Lo mismo que a Juan de Patmos cuando en el Apocalipsis hace un relato, con pelos y señales cuánticos del camino de la humanidad, discurriendo en perpetua cinta de Moebius pero sin enterarse de qué va el asunto; a él también le han colgado del sambenito de loco alucinado y demente senil, echando pestes de Nerón y su imperio, que se queda en nada, ante lo que realmente se está describiendo en ese libro que termina el Nuevo Testamento y que la iglesia católica nunca ha sabido explicar ni desentrañar, porque sus estudios son sólo lingüísticos y limitados por los dogmas religiosos heredados del judaísmo y "mejorados" por la ceguera y el fanatismo de la letra que ahoga el mensaje del Espíritu, al que temen más que a un tsunami y desde siempre han querido tener "controlado" bajo las llaves oxidadas de Pedro el Pescador que alucinaría en colorines si viera la que se ha montado con sus relatos sobre la vida y la enseñanza de Jesús.
Sobre estas bases desastrosas se ha construido nuestra "modernidad" psicomental; o sea, entre las alucinaciones religiosas y antirreligiosas. Huyendo unas de otras y buscándose las cosquillas al mismo tiempo, con el proselitismo y las comidas de tarro mutuo y enfrentado. Tratando de que el Espíritu sea patrimonio exclusivo de su caché y de su glamour. Sin comprender cómo la muerte iguala el rasero de todos y lo deja a cero. Y que no te guardan la cuenta corriente ni los dividendos acumulados de una encarnación a otra; que no hay aristocracia que resista ante la perfección del momento cuántico, que es la verdadera democracia cósmica y que a veces quien más busca para satisfacer su ego insaciable y no para deshacerse de su tiranía, se queda in albis por eones, hasta que aprende la alegría de la humildad, el vacío de trastos internos que impiden ver el cielo y sus estrellas con tanto enredo y retruécano, con tanto tiempo perdido en imitar y reproducir lo que no se entiende y por eso se deforma. Y por eso nunca se sale de lo precario. Y así va la cosa. Cada vez peor para ese nivel de percepción limitadísmo lleno de contradicciones, trabas idiotas, incoherencias, tontunas y crueldades primitivas que se camuflan de "virtud" y "sabiduría" incomprensible para "la plebe"; pero cada vez mejor para los seres cuánticos que van descubriendo su identidad universal, libre y feliz, aún medio de lo que hay ahora mismo. Y que como todos los cuánticos reales, y no de plástico, están encantados de pertenecer a esa "plebe" humana y llena de posibilidades y de ganas de ver por donde caminar sin tener que renunciar a su humanidad, a su modestia, a su bienaventuranza y a su salud mental . Los hombres y mujeres de buena voluntad. Paz para ellos y ellas.
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